Pío XII y Juan Pablo II ya son venerables. Un siglo de Papas santos
El siglo XX fue testigo de algunas de las mayores perversiones en la historia de la humanidad, pero va también camino de convertirse en el siglo de los Papas santos
Si Juan Pablo II proclamó Beatos, en una misma ceremonia, a Juan XXIII y a Pío IX, Benedicto XVI ha autorizado simultáneamente los decretos que reconocen las virtudes heroicas de Pío XII y de Juan Pablo II, aunque este gesto nada dice del futuro recorrido de ambos procesos, que seguirán su curso habitual. Es un proceso de gran «sabiduría pedagógica», ha explicado el Papa. A la espera del reconocimiento de los milagros que permitan su elevación a los altares, desde ya mismo, «se invita al pueblo de Dios a contemplar a estos hermanos que, tras un cuidadoso discernimiento, son propuestos como modelos de vida cristiana». Cuando llega la canonización, toda la Iglesia —más allá de la veneración en «el ámbito de las Iglesias locales o de órdenes religiosas» que se dispensa a los beatos— es llamada a «exultar por la certeza de que un hijo suyo ha alcanzado la gloria de Dios».
Los modelos de personas transfiguradas «a imagen de Cristo», como los definió el Papa, abundan en la historia reciente de la Iglesia, y de manera muy significativa entre los Papas, con san Pío X (1903-1914) y los beatos Pío IX (1846-1878) y Juan XXIII (1958-1963), lista a la que en un futuro próximo podrían sumarse Pío XII y Juan Pablo II. El anuncio con respecto al inmediato antecesor de Benedicto XVI era esperado desde hace tiempo, entre incesantes rumores, avalados por su evidente fama de santidad y por la dispensa del Papa de la norma que sólo permite el inicio de la causa de beatificación cinco años después de la muerte de la persona; dispensa, sin embargo -ha aclarado a Radio Vaticano el arzobispo Angelo Amato, prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos-, que no afecta «a los procedimientos, que han sido, como siempre, extremadamente rigurosos».
La sorpresa fue, para muchos, el anuncio del reconocimiento de las virtudes heroicas de Pío XII. Ya durante el Concilio, Pablo VI anunció la incoación de la causa, junto con la de Juan XXIII, pero se fue posponiendo desde entonces, en medio de polémicas que caricaturizaron a Eugenio Pacelli como el Papa de Hitler. Se atribuye esta leyenda negra a los servicios secretos de Stalin, que lograron, en un breve lapso de tiempo, que el mismo Papa, a quien, a su muerte, los judíos de todo el mundo calificaron como su mayor benefactor durante los terribles años del III Reich, se convirtiera en una figura denigrada.
Todos las acusaciones han sido desmontadas, y, sin embargo, persisten las críticas, «que si están escritas de modo tan fanático —dice a Radio Vaticano el postulador de su causa, el jesuita e historiador alemán Peter Gumpel—, es porque no se dirigen en primer lugar contra su persona, sino contra la Iglesia». El Estado de Israel ha pedido la apertura de los archivos de Pío XII, frente a lo cual, el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el padre Lombardi, ha respondido que se seguirán los plazos habituales, de modo que estarán abiertos dentro de cinco años. Ahora bien, aclaró: «No hay nada que esconder. Lo esencial es ya conocido».
Benedicto XVI, sin embargo, ha querido actuar de modo prudente, quizá para tender una mano a estos críticos. La documentación que acompaña el Decreto que acaba de firmar estaba en su mesa desde hacía casi dos años, tiempo que el Papa ha utilizado para animar diversas iniciativas de diálogo con los judíos, y, de modo muy especial, para nuevas investigaciones conjuntas en torno a Pío XII. Recientemente, se ha podido estimar, por ejemplo, que el Papa de la encíclica Harietis aquas —sobre el Sagrado Corazón de Jesús— y del dogma de la Asunción de María contribuyó decisivamente a evitar la deportación de un millón de judíos a campos de concentración nazis.
Ya muy enfermo, una religiosa que atendía a Juan Pablo II, le dijo: «Estoy preocupada por la salud de Su Santidad», a lo que el Papa, con gran sentido del humor, respondió: «¡Yo también estoy preocupado por la salud de mi santidad!» Bromas aparte, sin embargo, «él nunca hablaba de estas cosas», cuenta, al diario francés Le Figaro, su antiguo secretario, hoy arzobispo de Cracovia, cuando se le pregunta si Juan Pablo II era consciente de su santidad. «Era un hombre de una extrema simplicidad —añade—. Le encantaba reír».
Pero lo que más fielmente definía a Juan Pablo II, según el cardenal Estanislao Dziwisz, es «la contemplación, el contacto con Dios». Y ésa es, justamente, la nota distintiva de los santos: «Todo hombre tiene defectos. Pero un santo sabe superarlos con la gracia del Señor y los medios que Él nos proporciona».
El cardenal Dziwisz cuenta, en la entrevista, un aspecto poco conocido sobre el pontificado de Juan Pablo II. «Nunca se dejaba llevar por la emoción», sino que «mantenía una distancia para tomar la decisión justa», cuenta. «Raramente le vi alzar la voz, salvo en Sicilia, contra la mafia, o antes de la guerra de Irak».
Por lo demás, el cardenal confiesa que no ha tenido «nunca ninguna duda sobre la santidad de Juan Pablo II». Y afirma: «Yo no puedo hablar de milagros, sobre lo que tiene que discernir la Iglesia, pero sí de tantas gracias, sobre todo para enfermos de cáncer o para la reconciliación de parejas rotas», casos, algunos, muy cercanos al propio cardenal Dziwisz.