La diferencia entre hermanos - Alfa y Omega

La diferencia entre hermanos

Martes de la 3ª semana de Adviento / Mateo 21, 28-32

Carlos Pérez Laporta
Parábola del padre y sus dos hijos en la viña. Grabado de Georg Pencz. Metropolitan Museum of Art, Nueva York, Estados Unidos.

Evangelio: Mateo 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:

«¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue.

Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, señor”. Pero no fue.

¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?»

Contestaron:

«El primero».

Jesús les dijo:

«En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».

Comentario

¿Cuál es la diferencia entre el primer hermano y el segundo? Que el primero, que se había negado verbalmente a hacer la voluntad de su Padre, se ha arrepentido. Es decir, ha dejado que el sabor amargo de su desobediencia bajase lentamente hasta su corazón. Ha probado con asco, ha saboreado en su interior la aspereza de su propia voluntad, separada de la del Padre, y no ha podido continuar pertinaz en su desobediencia. Se ha arrepentido y ha hecho la voluntad de su Padre. Del mismo modo les ha ocurrido a las prostitutas y publicanos: ellos saben bien cuál es el sabor de la desobediencia, por eso han creído a Juan.

Por el contrario, el segundo hermano, que de palabra dijo que cumpliría el mandato, no ha dejado que el gusto de la voluntad paterna no solo complaciese su boca, sino que bajase al paladar de su corazón para que gozase toda su alma. Cuando la voluntad de Dios no desciende y colma nuestro interior, nos parece contraria a nuestra voluntad. Solo de palabra resulta insuficiente. Es necesario masticar la Palabra de Dios a la que asentimos, digerirla y asimilarla. Es entonces cuando la obediencia al Padre se desvela más gozosa que cualquier decisión nuestra lejos de su viña.