La Vida no acaba en la cruz
Vigilia Pascual / Evangelio: Marcos 16, 1-8
Las mujeres son las primeras en ir al sepulcro, al amanecer del domingo. Son las primeras en verlo abierto y vacío, las primeras en conocer la Resurrección y las primeras mensajeras de esta gran noticia. Esta primacía a la hora de ver al Maestro resucitado quizá sea un premio a la fidelidad con que le siguieron en el Calvario, asistieron a su sepultura y volvieron diligentes para embalsamar su cuerpo. Pedro y Juan irán corriendo después y, entrando en la tumba vacía, verán y creerán. Es el primer acto de fe de la Iglesia naciente.
La vida de Cristo, entregada por amor hasta la muerte, no acaba en la cruz. Resucitado por el Padre, llega, por la fuerza del Espíritu, hasta nosotros los hombres como principio y fundamento de nuestra propia resurrección. El amor redentor de Dios es más fuerte que la muerte. A este Jesús, crucificado por los hombres, Dios lo ha exaltado con su derecha como Jefe y Salvador. Desde Cristo resucitado, se nos revela el futuro que puede esperar el hombre, el camino que puede llevarlo a su verdadera plenitud y la garantía última ante el fracaso, el pecado y la muerte. La resurrección de Cristo es principio de vida nueva para la Humanidad; su resurrección nos abre un futuro de vida plena, de vida definitiva que Él ha alcanzado y que también nos espera a nosotros. Porque la muerte no tiene la última palabra, y la enfermedad, el hambre, la guerra o el mal, no constituyen el horizonte último de la vida. El ser humano puede esperar algo más que lo que brota de las posibilidades del hombre mismo y del mundo. Dios, que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza.
Aunque parte de nuestra sociedad posmoderna parece ignorar este hecho que cambió la historia de la Humanidad; a pesar de que no pocos contemporáneos nuestros piensan que no necesitan ningún salvador ni horizonte alguno de salvación, difícilmente podrán apagar los anhelos profundos de verdad, de belleza y de bondad que se esconden en sus corazones. Difícilmente podrán apagar la necesidad de sentido en sus vidas, de una felicidad que les satisfaga, de un amor auténtico, de una vida plena. Jesucristo resucitado es la respuesta a nuestros interrogantes, a la necesidad de sentido y plenitud de la vida humana. Él nos da la fuerza para construir un mundo nuevo, de justicia, de paz y amor. Hoy, más que nunca, la resurrección de Cristo es luz y vida para la Iglesia y para la Humanidad. El ángel dice a las mujeres que no tengan miedo y que vayan a anunciar que Cristo ha resucitado. Ésta es la Buena Nueva que hemos de comunicar, la única fuente de esperanza para cada ser humano y para la Humanidad entera: el Señor ha resucitado y nos ha abierto las puertas de la vida eterna.
Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:
«¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?».
Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida, y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo:
«No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo».
Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, del miedo que tenían.