Este año he tenido la fortuna de impartir una sesión del curso Aportaciones femeninas a una cultura humanista, en el marco del Seminario de Pensamiento Ángel González Álvarez, de la Fundación Universitaria Española. La coordinadora del curso, Teresa Cid, me había pedido que hablara del período medieval, que he empezado a estudiar hace unos años y del que no quiero salir. Es una época tan larga, compleja y fascinante, que decidí elegir una sola figura, para no perderme, y fue la de Hildegarda de Bingen.
Abadesa benedictina, mujer sorprendente, polímata… Sus múltiples saberes en medicina, botánica, farmacia o música hacen de ella una precursora del Renacimiento (no en vano al siglo en el que vivió, el XII, le dedicó Charles Homer Haskins una obra titulada así, El renacimiento del siglo XII; y no en vano tampoco uno de sus códices aparece ilustrado con la imagen del hombre en el centro del cosmos que después difundiría Leonardo da Vinci). La modernidad de su pensamiento, en tantos aspectos, después de ser ignorado durante siglos, sorprende al lector que se acerca a su obra hoy día.
En efecto, después de ocho siglos de oscuridad, su figura fue rehabilitada por el Papa Benedicto XVI, que la canonizó y nombró doctora de la Iglesia. Anteriormente había dedicado dos audiencias a hablar de su figura, sintetizando prodigiosamente toda la riqueza de esta mujer que fue, ante todo, visionaria: de forma parecida a los profetas del Antiguo Testamento, dijo el Papa, «expresándose con las categorías culturales y religiosas de su tiempo, interpretaba las Sagradas Escrituras a la luz de Dios, aplicándolas a las distintas circunstancias de la vida. Así, todos los que la escuchaban se sentían exhortados a practicar un estilo de vida cristiana coherente y comprometido».
Ante las crisis que atravesó la Iglesia en su tiempo, la voz de Hildegarda se alza llamando a la conversión y santidad personal, a no ensoberbecerse en la crítica sino a mantenerse humilde y disponible para cumplir la propia vocación. Una llamada que resuena —quizá incluso con más fuerza— en las crisis actuales: «Pues es bueno que el hombre no quiera vencer a una montaña, a la que no va a poder cambiar de sitio, sino que permanezca en el valle, y que vaya adquiriendo conciencia paulatinamente de lo que puede hacer».