Una mujer confinada - Alfa y Omega

Cada día es más conocida la obra de Etty Hillesum, joven de 29 años que muere en Auschwitz. Deja escrito un diario entre 1941-1943. Igual que otras mujeres de su tiempo como Edith Stein o Hanna Arendt es una judía que ha dejado un testimonio de vida inigualable, por no citar a Simone Weil o María Zambrano. Todas coinciden en los primeros 40 años del siglo XX y escriben sobre la convulsa época a través de diarios o ensayos altamente testimoniales.

Algunas estudiosas, psiquiatras y psicólogas, ponen en evidencia, como dice Laura Giordano en el prólogo, que Etty Hillesum «se sintió responsable de su vida» y, como Sophie Scholl, llegó a ser «conciencia lúcida de su pueblo». «Miró de cara a la tiniebla moral y la barbarie civil que la rodeaban sin dejarse envolver por ella».

Etty Hillesum. Una mujer confinada en Dios es un libro escrito con sencillez y poesía. Narra el encuentro de Etty con Dios, a pesar de su turbulenta vida personal. Las autoras (Mar Álvarez, Montserrat Lafuente, Gloría Morelló, Sheila Gallego, Ana Revuelto y Claudia Rossy) interpretan el diario desde las categorías de Fernando Rielo en la Concepción mística de la antropología: la intuición, el gozo y la libertad. Tras un capítulo sobre la historia familiar, se dedican los siguientes a estas funciones psicoespirituales.

Resulta sugerente cómo las autoras evidencian la importancia de la intuición, que permite tomar conciencia de la apertura al Absoluto. «Y durante ese paseo tuve de repente la sensación de que no estaba sola, sino que éramos dos». Esta intuición abre horizontes al espíritu y le lleva a ordenar su psicología. Frente a la vida anodina de Eichmann que, según Arendt, hace superfluo el hecho de ser persona, las autoras señalan una reflexión comprometida. «Decide no engañarse con argumentos fáciles y superficiales y advierte que la verdadera paz empieza en uno mismo».

Con palabras ciertas y poéticas se habla del deseo que parte de la presencia divina «que atrae y desborda», así como el deseo errático que, al no acertar en la buena dirección, se pierde en insatisfacción y en las múltiples formas de posesión.

Sobre la libertad valen sus palabras: «No me siento en las garras de nadie. Solo me siento en los brazos de Dios».

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