Nunca, en 2.000 años de historia, la Iglesia católica había llevado a cabo un ejercicio de escucha mundial de los fieles —con especial atención a los laicos— como han sido las etapas diocesana y nacional del primer Sínodo que, a diferencia de los anteriores, no es solo episcopal, sino plenamente eclesial, pues comienza con la escucha de los laicos, las religiosas y religiosos, los sacerdotes, etcétera, en un proceso de conversación espiritual serena que ha levantado por todas partes una brisa de esperanza.
El Documento de trabajo para la Etapa Continental (DEC), presentado el 27 de octubre en Roma, resume en solo 48 páginas las síntesis enviadas por 112 conferencias episcopales, 17 dicasterios del Vaticano, las uniones de superiores generales de religiosas y religiosos, los movimientos de fieles, e incluso el Sínodo digital en las redes sociales para escuchar mejor a los jóvenes, cuya ausencia en la vida de la Iglesia, por falta de atención a su sensibilidad, es muy alarmante.
El documento no es una encuesta sociológica, sino la primera radiografía de la situación interna de las comunidades católicas en todo el planeta, un ejercicio de reflexión que ha ayudado a madurar en la fe y en el sentido de responsabilidad a todos los participantes.
En algunos aspectos, este documento para la etapa continental recuerda a los Hechos de los Apóstoles, pues describe serenamente, sin polémica, la situación de la Iglesia: puntos fuertes y débiles, temores, frustraciones, esperanzas… con la mirada puesta en Jesús y en la evangelización.
Las cinco palabras clave de este largo ejercicio —de 2021 a 2024— apuntan hacia la última: «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión». Escucha continua, diálogo continuo y misión continua, siguiendo el ejemplo de Jesús.
El camino iniciado el 17 de octubre de 2021 en todas las diócesis, vuelve a las Iglesias locales para que los fieles y el obispo diocesano puedan estudiar en conversación espiritual el informe del mundo entero. Por segunda vez, cada conferencia episcopal sintetizará los comentarios de las diócesis —ahora sobre la evangelización del propio continente— y los enviará a la respectiva asamblea continental. La de Europa tendrá lugar en la República Checa del 5 al 12 de febrero.
Con las síntesis de las siete asambleas —en América son dos, mientras que Oriente Medio forma una propia— la Secretaría General del Sínodo elaborará el documento de trabajo para el encuentro de obispos de todo el mundo con el Papa en octubre de 2023, al que seguirá un segundo en octubre de 2024.
¿Por qué un proceso tan largo y tan circular, con tres fases de reflexión desde las Iglesias locales hasta la Iglesia universal? En primer lugar, porque está en juego algo muy importante: volver colectivamente al estilo misionero de Jesús y de los primeros cristianos, el más adecuado en este vertiginoso cambio de era en el que resulta más difícil que nunca transmitir plenamente la fe, incluso en la propia familia.
En segundo lugar, porque la Iglesia católica está recuperando, tan solo a partir del Concilio Vaticano II, la sinodalidad y la profunda reapropiación de la dignidad común de todos los bautizados.
El modelo del Sínodo —del griego caminar juntos—, es la conversación paciente de Jesús con los discípulos de Emaús, consternados y desesperanzados, que volvían a su casa con el ánimo misionero por los suelos y no creían en la Resurrección.
Esa línea de escucha y participación de los fieles ha vuelto a primer plano. El punto 108 del documento señala que «la gran mayoría de las conferencias episcopales, consultadas por la Secretaría General del Sínodo, desea que los representantes de todo el pueblo de Dios participen en la etapa continental. Por eso se pide que todas las asambleas sean eclesiales y no solo episcopales, asegurando que su composición represente, de manera adecuada, la variedad del pueblo de Dios: obispos, presbíteros, diáconos, consagradas y consagrados, laicos y laicas», con «adecuada presencia de las mujeres y de los jóvenes». Se trata de combinar la «profecía» de los laicos y el «discernimiento» de los obispos.
Una vez entendida la dinámica de este documento teológico, no magisterial, orientado al servicio de la misión de la Iglesia, es hora de entrar en su contenido: el papel de la mujer, «columna vertebral de las comunidades eclesiales»; la calidad de las homilías; la superación del clericalismo; la fraternidad con hechos, o la transparencia…
Y, para eso, lo mejor es seguir el consejo del documento (106): leer despacio y «en un clima de oración» el texto, disponible en la web de la Conferencia Episcopal Española y también en la del Sínodo.