La expulsión de las Misioneras de la Caridad de Nicaragua: «Tuvimos que entregar a las niñas abusadas a sus familias»
Laicos y sacerdotes encarcelados, obispos secuestrados y las Misioneras de la Caridad expulsadas de Nicaragua. «Ha sido una agonía. Hemos podido hacernos uno con Cristo», confiesa la hermana Paola
El Gobierno de Nicaragua ha desatado una auténtica persecución religiosa contra los católicos durante el verano. Laicos, religiosos, sacerdotes e incluso los obispos se ha visto hostigados por el régimen del presidente Daniel Ortega.
A lo largo de estos meses, la pareja presidencial ha ordenado el cierre de varios medios de comunicación vinculados a la Iglesia, ha grabado y analizado homilías, ha ordenado la expulsión del país de órdenes religiosas y ha encarcelado a laicos y sacerdotes a partes iguales. En este vía crucis moderno hay dos nombres propios: Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y administrador apostólico de la diócesis de Estelí, y las Misioneras de la Caridad.
El obispo, al igual que otros jerarcas católicos, llevaba mucho tiempo siendo seguido de cerca por la Policía ante su posición crítica sobre lo que está ocurriendo en el país. A Rolando Álvarez no le importaba que los agentes le siguieran a todos lados, como explicó a este semanario su amigo y vicario general de la archidiócesis de Managua, Carlos Avilés, pero se plantó cuando la persecución afectó a su familia de sangre e inició en mayo una huelga de hambre.
El siguiente episodio tuvo lugar el 4 de agosto, cuando las Fuerzas de Seguridad del Estado encerraron al jerarca y a diez de sus colaboradores —entre laicos, seminaristas y sacerdotes—, en el palacio episcopal de Matagalpa. Un enclaustramiento que terminó el 19 de agosto, cuando la Policía allanó el palacio, se llevó a los sacerdotes a la cárcel y secuestró al obispo, que actualmente está bajo arresto domiciliario.
Expulsadas del país
En el caso de las Misioneras de la Caridad, una de las entidades más queridas en este país profundamente católico —la misma madre Teresa lo visitó en los años 80 e incluso se entrevistó con Ortega—, la persecución es todavía más palmaria. Las religiosas no han levantado la voz contra el régimen dictatorial en ningún momento. No es su papel. «Nosotras nos dedicábamos a la atención de los más pobres de entre los pobres. Teníamos un asilo para ancianos que no contaban con pensión, y una guardería para cuidar a los hijos de las señoras que tenían que ir vendiendo fruta o ropa por la calle. Teníamos también un comedor para 133 personas y dábamos comida a las familias necesitadas. Y, en Granada, una casa para niñas que habían sido abusadas», explica para Alfa y Omega la hermana Paola, que llevaba algo más de siete años en el país.
A pesar de esta labor caritativa, a las religiosas primero les cancelaron la personalidad jurídica y, después, las expulsaron del país. «Habían sacado una ley por la que el 75 % de las hermanas tenían que ser nicaragüenses. No cumplíamos esa cuota, les pedimos ayuda y nos llamaron el 13 de junio a Gobernación». En vez de ayudar a las monjas, «empezaron a lanzar una serie de acusaciones que prefiero no comentar porque fueron muy injustas y nos despidieron de muy malas formas», asegura Paola. A partir de ahí, «pararon nuestra labor, estuvieron investigando todos nuestros papeles, que los teníamos en regla, y poco después nos expulsaron». El martes 6 de julio tuvieron que salir 18 religiosas de tres comunidades distintas.
Paola, de Talavera de la Reina (España), decidió hacerse misionera de la Caridad cuando murió la madre Teresa —justo el pasado lunes, 5 de septiembre, se cumplieron 25 años de su fallecimiento— «tras ver su entierro por la televisión», confiesa. «Me interesé por la orden y me regalaron un libro en el que se contaba cómo viven» las hermanas. «“Viven colgadas de la fe. Yo quiero eso”, pensé entonces». De esta forma, Paola se fue a Madrid a hacer una prueba de 15 días. Allí tuvo una experiencia fuerte con los pobres. «Me encargaron cuidar de Manuel, una persona sin techo con VIH», recuerda. «Tenía un montón de cándidas en la boca, así que toda la comida y las medicinas se la tenía que dar a través de zumos». Cuando Manuel se dormía, la joven se iba a la capilla. «Allí estaba Jesús en la cruz junto a las palabras “Tengo sed”. Y entonces, mi mente hizo clic. Me di cuenta de que “Manuel y Jesús eran el mismo. Jesús en la cruz con la sed por su alma, y Manuel en la cama, su cruz, con la sed del zumo”. ¡Qué privilegio poder estar a los pies de la cruz saciando tu sed!». Manuel terminó muriendo y Paola se dio cuenta de que había hallado su vocación.
—¿Qué pasó con las personas a las que atendían?
—El día antes de salir vino un grupo de Sant’Egidio y llevó a los ancianos a las casas de otras órdenes. La guardería la tuvimos que cerrar. Y las niñas que habían sido abusadas, todas de entre 8 y 13 años, tuvimos que entregarlas a sus familias. Imagínate lo que fue para ellas volver a su casa. Se iban todas llorando, y nosotras también.
Tras salir de Nicaragua, las religiosas llegaron a Costa Rica y ya han sido distribuidas por Centroamérica. Paola y otras tres hermanas van a abrir una casa en Cañas, en Costa Rica, que está en la frontera con Nicaragua y está lleno de nicaragüenses. «Las superioras vieron que era un buen sitio. Vamos a seguir sirviendo a Nicaragua desde fuera».
—¿Se puede hablar de persecución religiosa?
—Totalmente. No hay ninguna duda de que hay una clara persecución contra la Iglesia. Para nosotras ha sido una agonía. Hemos podido hacernos uno junto a Cristo en la cruz y con María a los pies de su Hijo.