El duelo frío de las familias del Villa de Pitanxo
La Iglesia alivia los efectos de la mayor tragedia marítima en 40 años. Hay personas que se meten en la cama tiritando o que no han vuelto a subir a un barco, incluso amarrado
El frío es el denominador común del naufragio del Villa de Pitanxo. Los 21 fallecidos y los tres supervivientes sufrieron en carne propia las gélidas temperaturas de las aguas de Terranova y ahora, cinco meses después —se cumplen este viernes—, el frío se cuela también en el duelo de los familiares. Literalmente. Porque uno de ellos se acuesta tiritando y colocándose capas y capas de abrigo. Es una de las consecuencias «más llamativas» que se ha encontrado Valentín Rodil, responsable de la Unidad Móvil de Intervención en Crisis y Duelo del Centro de Escucha San Camilo, en esta tragedia. Ha viajado hasta la zona en tres ocasiones para entrevistarse con las familias e iniciar un trabajo que ahora sigue el Centro de Escucha de Vigo en coordinación con el Stella Maris: «El frío no solo apareció en los relatos de lo que había pasado, sino también en su propia experiencia». Pero hay más. Otros, que conocen el mundo del mar e incluso habían trabajado en ese buque, no dejan de ponerse en el lugar de los que perdieron la vida. Se imaginan —detalla Rodil— en la bodega o en la sala de máquinas, que se va la luz a las cuatro de la madrugada y que no les da tiempo a salir. El barco se hundió en menos de 15 minutos. Hay quien desde entonces no quiere subir a un barco, ni siquiera si está amarrado en el puerto.
Como en la crisis de La Palma, la Iglesia, que ha estado cerca de los afectados desde el primer momento, intensificó su trabajo cuando los equipos de emergencia se marcharon. En estos cinco meses se han producido encuentros grupales para la reconstrucción de lo sucedido y para preparar el duelo y atenciones individuales. También se han organizado visitas a las casas de los familiares y se ha trabajado de forma especial con los niños. En este momento son dos las familias que siguen el proceso más intensamente; una, de origen peruano, es la que vive la situación más compleja, pues perdió a varios miembros en el accidente, y otra es gallega, de Marín. «El duelo es más laborioso cuando no se ha recuperado el cadáver», constata Elvira Larriba, directora del Stella Maris de Vigo.
Además de la atención al duelo, continúa Larriba, la Iglesia se ha volcado también en otro tipo de ayuda. Si bien es cierto, y así lo reconoce, que la respuesta de la Administración fue rápida a la hora de proveer de ayudas a las familias, también lo es que la tripulación era de múltiples países, culturas y razas, por lo que detectaron que algunas necesitaban soporte para enfrentarse a la solicitud. Así, a través de voluntarios y del convenio que tienen con un bufete de abogados especializado en derecho marítimo y laboral, orientaron a los que estaban más perdidos. «Al ser barco español, todos los trabajadores, llevaran un día o 20, tienen derecho a prestación», explica.
Según ha confirmado a este semanario María del Carmen Santiago, la madre de Raúl González Santiago, desaparecido en el naufragio, ellos todavía no han cobrado ningún tipo de ayuda del Instituto Social de la Marina. Ni por desaparecido ni por equipaje. La solicitud les fue denegada, una circunstancia que también han vivido otras. «No se trata del dinero, sino del hecho en sí», reconoce.
Larriba deja para el final lo que considera que va a ser «la tarea más larga»: el acompañamiento de los familiares de las víctimas en sus demandas de justicia. En este sentido, cree que la discrepancia entre el patrón y uno de los tripulantes —este último asegura que el hundimiento fue consecuencia de la negligencia del primero— no ayuda al duelo. «Las familias demandan una explicación y que se las escuche. En eso las apoyamos», añade. En estos momentos, siguen insistiendo en bajar al barco. Han conseguido que Noruega les ceda un robot para hacerlo, pero falta que el Gobierno acepte y lo lleve hasta el lugar del siniestro. «Dan por hecho que la recuperación de los cuerpos será difícil, pero quieren saber las causas del naufragio, pues hay dos versiones», explica.
Mientras tanto, la Iglesia sigue trabajando para ganarse la confianza de más familias para ayudarlas: «No las vamos a dejar tiradas. Queremos que salgan adelante y recuperen la paz interior».
El Día de las Gentes del Mar, que se celebra en España cada 16 de julio en la fiesta del Carmen, estará marcado en Galicia por la tragedia del Villa de Pitanxo. En los pueblos pesqueros habrá un recuerdo especial para las víctimas. También en las procesiones marítimas, que vuelven tras la pandemia. Por su parte, el obispo promotor del Apostolado del Mar, Luis Quinteiro, que es obispo de Tui-Vigo, afirma en un mensaje que hundimientos como el de febrero «sacuden la conciencia del mundo» y ponen de manifiesto «la deuda contraída con las gentes del mar». Una deuda, añade, que «exige un compromiso activo de todos para dignificar las condiciones de la vida en el mar». En esta línea también se manifiesta el cardenal Czerny, del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral: «Las compañías navieras reciben los beneficios, mientras los marinos y sus familias pagan el precio».