Sandalias y nudo del Misterio - Alfa y Omega

Sandalias y nudo del Misterio

Tercer domingo de Adviento / Evangelio: Lucas 3, 10-18

José Rico Pavés

Desatar sandalias no parece un oficio que requiera especial dignidad. Cuando preguntan a san Juan Bautista si él es el que tenía que venir, afirma sin ambages no ser el Mesías y reconoce ser indigno de desatar sus sandalias. El Salvador había sido anunciado como Esposo, y el que proclama la inminencia de su venida forma parte de su cortejo. El amigo del Novio prepara a la Esposa sin confundirse con el Esposo. Jesucristo es el Esposo, Juan es el amigo del Esposo, y la Iglesia Esposa aún debe ser convocada. Con su palabra y sus obras, el Bautista preparaba el camino de Cristo Esposo reuniendo a las gentes que habrían de formar parte de la Iglesia Esposa. Para que los hijos de la Iglesia, y los que están llamados a serlo, puedan acoger con amor esponsal al Salvador, es necesario que la voz de Juan el Bautista no caiga en el vacío.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Hasta en tres ocasiones preguntan las gentes al Bautista. Para cada uno hay una respuesta: el que tenga más, que comparta con quien tiene menos; el que administra los bienes públicos, que actúe con justicia; el que custodia la seguridad del pueblo, que no haga extorsión ni caiga en la codicia. Todos reciben el mismo bautismo de conversión; cada uno, sin embargo, debe extraer las consecuencias en su propia vida. La venida del Salvador ha de ser preparada en las tareas cotidianas, pues para compartir lo nuestro a diario se hace hombre el que es eterno. Quien desee recibir en el tiempo el amor eterno, debe preparar la venida de Cristo cada día, liberando el corazón de egoísmos, actuando con rectitud y desinteresadamente.

La decidida actuación del Precursor, el vigor de su voz y el ejemplo elocuente de su vida ponen al pueblo en expectación: ¿Será éste el Mesías? El Bautista prepara el camino a quien puede más que él: su bautismo es signo, pero carece de realidad. Cuando llegue el Mesías, dará al signo su significado: bautizará con Espíritu Santo y fuego. Con el fuego sereno de su amor, el Salvador librará al hombre de la esclavitud del pecado, arrancará de su vida la paja que ahoga el grano y, comunicando su mismo Espíritu, le hará partícipe de la vida divina.

En la antigüedad cristiana, autores como san Jerónimo, san Agustín de Hipona o san Gregorio Magno vieron en las palabras de san Juan Bautista la reverencia y humildad requeridas para acoger al Redentor. Buscando el sentido más profundo, relacionaron la expresión desatar las sandalias con las palabras del salmista: «Sobre Edom echo mi sandalia» (Sal 59, 10), viendo en ellas la promesa de la Encarnación. Si las sandalias, elaboradas con la piel de animales muertos, evocan el misterio de la carne mortal que el Verbo habría de asumir, la acción de desatar la correa remite al nudo del Misterio de la Encarnación. El Bautista proclama el acontecimiento, pero ignora su misterio. Es necesario secundar con humildad la voz del Precursor para acoger a Quien desvela el Misterio de la salvación escondido durante siglos. Llegarán días en que el Esposo desatará la correa de las sandalias y lavará los pies de sus discípulos, mostrando que en el amor a los hermanos, realizado como Él nos ama, encontramos la manera de deshacer el nudo del Misterio.

Tercer domingo de Adviento / Evangelio: Lucas 3, 10-18

En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: «Entonces, ¿qué debemos hacer?».

Él contestaba: «El que tenga dos túnicas, que las comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: «Maestro, ¿qué debemos hacer nosotros?». Él les contestó: «No exijáis más de lo establecido».

Unos soldados igualmente le preguntaban: «¿Y nosotros, qué debemos hacer?». Él les contestó: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».

Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:

«Yo os bautizo con agua; pero viene el es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».

Con éstas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.