Paz Sánchez Terán estudia el segundo curso de Derecho y Administración de Empresas en la Universidad Pontificia Comillas. Llegó al monasterio de Guadalupe hace un año como una alumna más del centenar de jóvenes artistas que participó en el I Observatorio de lo Invisible. Lo que allí vivió cambió su trayectoria vital. Se propuso hacer algo para que otros jóvenes vivieran la experiencia que ella había tenido. Como cantautora que es, organizó un concierto y, con lo recaudado, ha ofrecido una beca a cinco jóvenes en el observatorio, que volverá a celebrarse este año en el monasterio extremeño durante la última semana de julio. En solo un año, Paz ha pasado de ser una alumna a convertirse en una auténtica mecenas de nuevos jóvenes que, como ella, sienten la curiosidad de explorar lo invisible a través del arte.
Es solo uno de los muchos frutos que se recogieron en el I Observatorio de lo Invisible y que yo, como el resto de patronos de la Fundación Vía del Arte, pretendemos multiplicar en la segunda edición que este año contará con siete talleres de pintura, música, escritura, teatro, fotografía, escultura y encuadernación. Esta escuela de arte y espiritualidad permite a un centenar de jóvenes crecer como artistas de la mano de profesores de reconocido prestigio en sus diferentes disciplinas, como el músico Ignacio Yepes; los fotógrafos Eduardo y Sema D’Acosta; la pintora Elena Goñi; la escritora Izara Batres; el actor Joaquín Notario; el escultor Pedro Quesada; la bordadora Yolanda Andrés, y la encuadernadora Natalia García Vilas, quienes, al mismo tiempo que comparten experiencias de creación, muestran su arte y conviven durante una semana en la hospedería del monasterio, donde las sorpresas no dejan de sucederse.
En la primera edición contamos con el increíble regalo de la presencia de Antonio López, que disfrutó compartiendo con los alumnos talleres, café y comida. El pintor confesó que el Observatorio de lo Invisible había sido para él «oxígeno, al ver a la gente más joven trabajando, y poder intercambiar ideas, conceptos y aspectos de su trabajo». Tanto disfrutó de la experiencia que aceptó agradecido ser nombrado patrono de honor de la fundación que promueve estos encuentros.
Las conversaciones que pude compartir con los alumnos aún resuenan en mí, meses después. Una mañana me encontraba paseando por el claustro gótico de la hospedería y escuché un comentario desde los arcos de la planta superior que describe muy bien el sentir general durante esos días: «¿Te imaginas qué pasaría si el mundo fuera como el Observatorio de lo Invisible?». Esa fue la experiencia que tuvimos muchos de los que participamos, la de estar en un pequeño paraíso en la tierra en el que la belleza y la creación eran posibles, y en el que nadie era excluido por su forma de ser o de pensar, sino apreciado por su singularidad y por compartir el don de la creación.
En otra ocasión estábamos comiendo y otra de las participantes me confesó que era agnóstica. Me sorprendió, porque la había visto rezando en la basílica en una de esas Misas con concierto que celebrábamos y en las que los músicos hacían de la liturgia una verdadera manifestación del Misterio, hasta el punto de hacerse visible y audible. Le manifesté mi sorpresa y me contestó que no sabía la razón, pero esos momentos, a primera hora del día, le producían tal estado de paz y de gracia indescriptibles que había decidido vivirlos intensamente.
Fue muy interesante la complicidad que se tejió entre los distintos talleres y disciplinas en las veladas artísticas que se celebraban tras la cena. Allí confluían y se integraban distintas artes. Los alumnos del taller de poesía, dirigido por el profesor Antonio Barnés, interpretaron el recital titulado ¿Dónde esta Dios?, en el que con sus propios versos y con los de consagrados poetas trataban de dar respuesta a esa pregunta que nos dejó pensando a todos los asistentes. Estaban acompañados por las improvisaciones, inspiradas por los poemas, de los alumnos del taller de música que impartía el compositor y director de orquesta Ignacio Yepes.
Algunos de los alumnos del observatorio han conseguido sobresalir este año en sus disciplinas y han sido distinguidos con premios. Es el caso de Luis Meseguer, que ha terminado este año la carrera de Composición Musical y que quedó finalista del certamen de música sacra Fernando Rielo 2021. También la alumna Teresa Zurdo, del taller de poesía, se alzó con el Premio de la Universidad Complutense de Literatura 2022 en su modalidad de narrativa con la obra Los elefantes no bailan ballet. También ha nacido un grupo poético, RiOculto, que han formado los alumnos y el profesor del taller de poesía y que ha realizado varios recitales y colaborado con otras iniciativas de artistas del observatorio. Algunos alumnos también se han integrado en el coro de la Fundación Vía del Arte. Esto no ha hecho más que empezar, y en los prolegómenos del segundo observatorio ya se respiran ganas de bucear en lo invisible para que cada alumno encuentre su modo único de expresar lo inefable.
Si hubiera que elegir un momento quizá me quedaría con aquel en el que se palpaba la comunión. A última hora de la tarde, todos los participantes que lo deseaban podían unir sus voces en una oración polifónica en la que resonaba el Himno a la caridad de san Pablo, musicalizado por Ignacio Yepes. Durante ese espacio de tiempo todos éramos conscientes de participar en algo superior que excedía las capacidades individuales. Una manifestación elocuente de que el arte, por encima de todo, nos adentra en el Misterio, nos permite ser observadores de lo invisible.