Misioneros de la vida
El Evangelio de la vida es «una parte esencial de la nueva evangelización», que los católicos debemos anunciar con «valentía y fuerza apostólica», aseguró el cardenal Antonio María Rouco, que el pasado lunes presidió, en la catedral de la Almudena, la Vigilia de la Jornada por la Vida. Por ello, los católicos deben pedir por la conversión de la sociedad y también luz para ellos mismos, y convertirse en «promotores eficaces del derecho a la vida»
Ante la expansión de la cultura de la muerte, «a veces da la impresión de que a la Iglesia de Dios no le queda otra solución que orar. Unos pueden decir: Vaya, eso es cómodo y fácil. Qué va, ni es cómodo ni es fácil, pero está al alcance de todos». Con estas palabras, el arzobispo de Madrid, cardenal Antonio María Rouco, subrayó, el pasado lunes, la importancia de la oración por la vida. Lo hizo precisamente en la Vigilia que, con esta intención, se celebró en la catedral de la Almudena de Madrid, con motivo de la solemnidad de la Anunciación y de la Jornada por la Vida. Le acompañó en la celebración el obispo auxiliar monseñor Fidel Herráez. Al rezar por la vida, se ha de pedir al Señor que «nos dé, en primer lugar, luz a nosotros; y también valentía, fuerza apostólica para ser testigos del Evangelio de la vida, que es una parte esencial de la nueva evangelización». Además se debe pedir, «sobre todo, que Dios vaya llevando a la conversión a toda la sociedad que nos rodea, para que no se nieguen al Evangelio de la vida y para que rechacen la cultura de la muerte».
El cardenal había explicado, antes, que la muerte llegó con el pecado de Adán. La redención de Cristo, que comenzó con la Encarnación y culminó en la Resurrección, logró «la victoria de la vida del alma y el cuerpo en unidad indestructible». Hoy en día –añadió el cardenal–, «no se relaciona bien la causa de la muerte del alma» –el pecado– con la muerte física. Por eso, «no se tiene miedo a matar el cuerpo, porque las almas de los que lo hacen ya están muertas». Y añadió: «Si ha habido un siglo donde se ha matado de forma horrorosa ha sido el siglo pasado»; algo que el arzobispo vinculó a que fuera un siglo que comenzó proclamando la muerte de Dios. Pero lo peor no es la cantidad ingente de muertes que se dieron a lo largo del siglo XX en todo el mundo, o «los casi dos millones de niños a los que no se ha dejado nacer en España desde 1985, sino que se ha perdido la conciencia de que eso es un atentando contra el alma».
Pero la misión de los cristianos no es sólo rezar: «Nos toca no dejar de hablar ni denunciar ese gravísimo pecado contra la vida que está sucediendo todos los días entre nosotros, en nuestras ciudades, en nuestra patria, en el mundo. Y avisar también de las consecuencias a las que este tipo de conducta colectiva conduce. Además, nos toca a nosotros ser promotores eficaces del derecho a la vida de los inocentes, sobre todo cuando están en el vientre de sus madres».
Como ya es tradicional, al concluir la Vigilia se bendijo a las madres embarazadas que estaban presentes. Este año, además, se entregaron los Premios del certamen escolar El embrión humano, el más pequeño de los hermanos, convocado por la Delegación episcopal de Familia de Madrid. Su responsable, el padre Fernando Simón, subrayó que estos alumnos y sus compañeros son quienes, en los próximos años y décadas, defenderán la vida, formarán familias abiertas a ella y cuidarán con cariño a los discapacitados.