«Nos hemos citado en los jardines vaticanos para inaugurar un monumento a san Miguel Arcángel, Patrono del Estado de la Ciudad del Vaticano. Se trata de una iniciativa proyectada ya hace tiempo, con la aprobación del Papa Benedicto XVI, a quien se dirige siempre nuestro afecto y reconocimiento y a quien queremos expresar nuestra gran alegría por tenerlo aquí presente en medio de nosotros»: así comenzó el Papa Francisco sus palabras, con motivo de la inauguración de la estatua de san Miguel Arcángel, defensor principal de la fe y custodio universal de la Iglesia, obra del artista Giuseppe Antonio Lomuscio. Se trata de un grupo escultórico en bronce, de unos cinco metros de altura, sobre un basamento en travertino romano con bajorrelieves en bronce.
El Papa quiso explicar el significado de este monumento: «No es sólo una obra celebrativa, sino una invitación a la reflexión y a la oración, que se enmarca en el Año de la fe. Miguel –que significa Quién como Dios– es el campeón de la primacía de Dios sobre sus enemigos. Lucha por restablecer la justicia divina; defiende al pueblo de Dios sobre todo de su enemigo por excelencia, el diablo. Y vence, porque Dios actúa en él. Esta escultura nos recuerda, pues, que el mal es vencido, el enemigo desenmascarado, su cabeza aplastada, porque la salvación se ha cumplido de una vez por todas en la sangre de Cristo. Dios es más fuerte; en las pruebas de la vida no estamos solos, sino acompañados y sostenidos por los ángeles de Dios. Al consagrar el Estado de la Ciudad del Vaticano a san Miguel Arcángel, le pedimos que nos defienda del Maligno y que lo eche fuera. Consagramos también el Estado de la Ciudad del Vaticano a san José, Custodio de Jesús, de la Sagrada Familia, para que la vida de la gracia crezca cada día en cada uno de nosotros».
Glorioso Arcángel San Miguel: vela sobre esta Ciudad y sobre la Sede Apostólica, corazón y centro de la catolicidad, para que viva en fidelidad al Evangelio y en el ejercicio de la caridad heroica. Haznos conseguir la victoria contra las tentaciones del poder, de la riqueza y de la sensualidad. Sé nuestro baluarte contra toda manipulación y maquinación que amenace la serenidad de la Iglesia. Sé el centinela de nuestros pensamientos que nos libre del asedio de la mentalidad mundana. Sé tú nuestro guía espiritual que nos sostenga en la buena lucha de la fe.