No sin mi perro: así ayudan a las personas sin hogar
Ana María es una mujer sin hogar de 70 años. Chiquitín es su perro, de 13. Para Ana María es inconcebible separarse de él. Prefiere vivir en la calle a ir a un albergue donde no se admitan animales. El potente vínculo que se crea entre la persona y su mascota puede salvar vidas
Ana María Rivas tiene 70 años y es del madrileño barrio de Carabanchel. Vivió feliz durante años en un apartamento por el que pagaba 400 euros al mes. Se llevaba bien con el casero y no le ponía problemas por tener perro. Un día su rodilla se rompió y pasó por quirófano, la operación salió mal y tuvo que operarse varias veces más –todavía hoy lleva una muleta y tiene que hacer rehabilitación a diario–. Su apartamento no tenía ascensor, así que decidió mudarse y ahí comenzaron sus problemas.
«Empecé a estar en situación de calle de manera intermitente. Cuando tenía trabajo cuidando a un señor o haciendo la limpieza de una casa podía pagarme una habitación, pero cuando no, me quedaba fuera», explica Ana María. «Fue brutal quedarme en la calle, no me lo esperaba; hasta entonces nunca me había faltado ni para comer ni para vivir. Es un infierno, pero tienes que reaccionar, porque cuando te quedas en la calle encima ves que te ponen muchos impedimentos».
Ana María vivía y vive con su perro, Chiquitín, que tiene 13 años. Es hijo del perro que ella tenía antes y que murió hace un tiempo. Ella no quiere separarse de Chiquitín, y por eso se ha quedado fuera de centros para personas sin hogar, hostales, pensiones, habitaciones, incluso casas de amigos. «Una de las veces que me quedé en la calle, una protectora de animales contactó conmigo y avisaron al Samur. Ellos fueron los que me trajeron al centro para personas sin hogar Juan Luis Vives, que es donde vivo con Chiquitín desde hace casi dos años, porque era de los pocos sitios que admitían perros».
A la gente le cuesta entender que Ana María prefiera vivir en la calle antes que separarse de su perro. «A mí me hacen daño cuando me dicen cosas de mi perro. La gente tiene que entender que no solo son buenos para las personas sin hogar, también hay ancianos que tienen perros y gatos, pero en las residencias no les dejan tenerlos. El animal te da afecto, es una dependencia mutua, un vínculo que se crea».
La vida en un centro
No existen cifras precisas sobre cuántas personas sin hogar hay en España. Las asociaciones que trabajan con ellas estiman que son entre 30.000 y 40.000. La Cátedra Fundación Affinity Animales y Salud de la Universidad Autónoma de Barcelona ha realizado un estudio que asegura que, para el 74 % de las personas sin hogar, su perro es su principal fuente de apoyo social. El Ayuntamiento de Madrid ha comenzado un proceso de aceptación de mascotas en sus recursos para personas sin hogar. Afortunadamente, varios de sus centros ya incluyen plazas para ellas, pues se han dado cuenta de que esto hace que muchas personas sin hogar den el paso de acceder a un recurso en lugar de quedarse en la calle. «Su perro es un elemento fundamental de bienestar psicológico y salud mental en sus vidas», dicen desde el consistorio madrileño.
Actualmente el Ayuntamiento de Madrid dispone de tres centros, entre los que está el Juan Luis Vives, que acoge a personas sin hogar y a sus perros. En estos centros hay doce cheniles, los habitáculos donde viven las mascotas. También el programa de Housing First, que ofrece casa a las personas sin hogar, acepta animales de compañía y cuenta con un total de 208 pisos.
El Juan Luis Vives está en medio de un polígono de Vicálvaro rodeado de fabricas de material de construcción, desguace de coches y chatarrerías. El centro tiene 132 plazas para personas sin hogar y varios cheniles para perros –no acepta, de momento, otro tipo de mascotas–. Ahora mismo Chiquitín es el único habitante de cuatro patas del lugar. El centro se divide en distintos módulos con habitaciones separadas para hombres y mujeres, gimnasio, biblioteca, sala para reuniones y talleres, jardín y, junto al campo de fútbol, están los habitáculos para los perros. Ana María lleva colgada la llave de la pequeña habitación donde vive Chiquitín. Ahí tiene su cama, sus mantas, algún juguete y su comida y agua. Ana María pasa muchas horas del día allí con él. Sus principales actividades son estar con su perro Chiquitín, colaborar en el huerto del centro e ir a diario al centro de Madrid para hacer rehabilitación.
«Una me quiso matar»
Como explica Silvia Marina, auxiliar de Servicios Sociales y una de las trabajadoras del Juan Luis Vives, el objetivo primordial del centro es que las personas que viven allí puedan tener una vida autónoma lo antes posible, que consigan un trabajo y puedan marcharse. El ideal es que este centro sea un lugar de paso, aunque para personas como Ana María la estancia se esté alargando más de lo previsto. «Quiero salir de aquí. Tengo techo, comida y me puedo duchar, pero esto no es lo que espero para mí», cuenta. Está apuntada al paro y no desespera a la hora de conseguir su objetivo: tener un trabajo y una vivienda social o un piso tutelado donde pueda vivir con Chiquitín. En el centro hay personas de toda condición, edad, país de procedencia o religión. «Mantener la cordura aquí es muy difícil, hay gente conflictiva», asegura Ana María. «Yo he tenido experiencias de todo tipo con las compañeras de cuarto que me han tocado, desde una que me quería matar a otra que se lo hacía todo encima», rememora la mujer de 70 años.
Las normas del centro obligan a que los dueños se hagan cargo de todo lo que tiene que ver con sus perros: comida, medicamentos, etcétera. Silvia entiende que, en situación de calle, la mascota es el único apoyo real para sus dueños. Chiquitín ha ofrecido protección a Ana María en situaciones difíciles, pero, sobre todo, le ofrece amor. «Es todo lo que tengo, me siento ocupada con él, me llena totalmente. Él está pendiente de mí y yo de él, nos llevamos genial. Siempre he preferido calle con perro que albergue sin perro. “Estás loca”, me decían. “Antes que un animal estás tú; sacrifícalo”, me han dicho varias veces. Se me ponen los pelos de punta cuando me acuerdo. A mí no me entra en la cabeza, siento amor por mi perro. Si no fuera por él, lo mismo me habría tirado al metro y no importaba. Lo he perdido todo, pero como él me necesitaba…».