He encontrado a aquel que ama mi alma, lo he abrazado y no lo soltaré jamás (Cantar de los cantares) es el título de la biografía del sacerdote don Francisco López Navarrete, obra del religioso fray Pedro Aliaga. Don Francisco es uno de los quinientos veintidós mártires que serán beatificados, el próximo día 13 de octubre, en la ciudad de Tarragona. Nació en Villanueva del Arzobispo, diócesis de Jaén, el día 2 de marzo de 1892. Cuando tenía dos años, murió su madre, circunstancia que influyó en su amor filial a la Santísima Virgen. Cursó sus estudios en el Seminario Tridentino de Baeza, recibiendo la ordenación presbiteral el 23 de diciembre de 1916 y celebrando su Primera Misa en la iglesia parroquial de San Andrés Apóstol, de Villanueva del Arzobispo, el 1 de enero de 1917. El texto del Cantar de los cantares figura en el recordatorio de su Primera Misa.
Entre las muchas virtudes que adornaban al sacerdote, destacan la oración eucarística, la caridad y su acendrado filial amor a la Virgen. Con frecuencia, pasaba la noche orando ante el sagrario. Su caridad no tenía límites, y la practicaba con todos los escasos medios de que disponía, incluyendo el cambio de sus pantalones con los del mendigo tiritando de frío, y dando las cortinas de su modesta casa para que hicieran vestidos para unos niños pobres. Entregado en alma y vida a su apostolado en las poblaciones de la Sierra, aún buscaba tiempo para mantener una escuela para adultos, en la que enseñaba también los rudimentos de carpintería. Sólo descansaba cuando su enfermedad cardiaca le obligaba. ¡Cuántas noches durmió en una manta sobre el santo suelo de un pobre cortijillo!
La guerra civil le cogió en su pueblo natal. A las tres de la tarde del 28 de agosto de 1936, un grupo de individuos armados lo sacó de su casa y lo llevó al paraje de olivar denominado Venta de Porras, y desde allí, a lo alto de la boca del túnel número 13 de la vía Baeza-Utiel. Lo rociaron con gasolina y lo arrojaron a una pileta de hormigón seca, e intentaron quemarlo vivo, sin que prendiera el fuego. Los milicianos se debieron poner nerviosos e incluso se atemorizaron. El cabecilla del grupo les amenazó con su arma: «Si no lo matáis vosotros, lo mato yo». Don Francisco bendijo a sus asesinos, se puso de rodillas con los brazos en cruz y, mientras gritaba «¡Viva Cristo Rey!», fue acribillado a disparos. Parece que todavía respiraba tras las descargas; le cortaron la cabeza y descuartizaron el cadáver, que dejaron insepulto. Unos vecinos de los cortijos vecinos abrieron un hoyo y lo enterraron.
El 9 de julio de 1939, al exhumar los restos de don Francisco, encontraron una llave, que fue identificada como del sagrario de la iglesia parroquial de Orcera, y un crucifijo. Sus restos reposan en una sepultura sencillísima, como él fue, en el cementerio de Villanueva del Arzobispo. La fama de santo de don Francisco se mantiene en su pueblo natal y en las poblaciones en que ejerció su ministerio. Don Francisco López Navarrete fue el hombre que abrazó a Dios, y, como dice el Cantar de los cantares, no lo soltó jamás.
Miguel M. Hueta