Madrid agradece la fidelidad de los sacerdotes que celebran sus bodas de oro y plata
«Para nosotros, lo más importante es volver al Evangelio para ver lo que nos dice el Señor» y, de ahí, «volver al celo apostólico», ha dicho el cardenal Osoro
El salón de actos del Seminario Conciliar de Madrid ha acogido este martes, 10 de mayo, el acto de homenaje a los sacerdotes que este año cumplen los 25 y los 50 años de sacerdocio. Lo ha hecho en el día en que la Iglesia celebra a san Juan de Ávila, patrón del clero español. A él se ha encomendado el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, como «maestro ejemplar para tu pueblo», y a través de él ha pedido a Dios que «crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros».
El purpurado, que ha presidido la conmemoración, ha recordado la centralidad de la Eucaristía en el ministerio sacerdotal, tal y como en más de una ocasión destacó el Papa san Juan Pablo II, ante los más de dos centenares de sacerdotes presentes. Y junto a la Eucaristía, la oración. «Para nosotros –ha dicho–, lo más importante es volver al Evangelio para ver lo que nos dice el Señor» y, de ahí, «volver al celo apostólico». Solamente en esa amistad con Cristo, ha subrayado, «podemos desempeñar nuestro ministerio con fuerza». Ha valorado en este punto los escritos de san Juan de Ávila en los que habla de la unidad entre la relación íntima con Cristo y la actividad pastoral.
También ha destacado el cardenal Osoro el gesto de la unción, «símbolo de gozo y alegría», que vivieron en su ordenación presbiteral, y ha advertido contra aquellos que quieren «organizar la Iglesia destruyendo la misión de quienes legítimamente la tienen». «Yo os invito hoy a mirar a Jesús y a que nos dejemos mirar por los ojos sabios del pueblo», ha concluido.
«A pesar de todo, Señor, te sigo amando»
En nombre de todos los presbíteros que cumplen 50 años, José Aurelio Martín Jiménez ha ofrecido su testimonio, en el que ha perfilado las tres grandes afirmaciones de su vida sacerdotal. La primera, el «te basta mi gracia» que escuchaba siempre del Señor cuando, en sus años de seminario, le preguntaba si iba a poder. Años, que, por cierto, se eternizaron. Con gracia ha contado cómo le dijeron al cardenal Tarancón que estaban «hartos de ser seminaristas; ¡llevamos 13 años en esta casa!».
Así fue cómo el 3 de abril de 1972 recibió el Orden junto a otros ocho jóvenes. Fueron «hijos del Concilio Vaticano II». «Teníamos en nuestras manos la gran riqueza del Concilio», y se preguntaban si iban a ser capaces de llevarla a cabo. Junto a ello, la cruz, el «fenómeno muy triste y muy doloroso de las secularizaciones». Y surgía la pregunta: «¿Seré yo fiel?». La respuesta la tenía, de nuevo, rápida: «¿Quién garantiza la fidelidad? Solamente la gracia de Jesucristo».
La segunda gran afirmación se sustenta en el Papa Pablo VI y sus máximas: «La Iglesia, o recupera el espíritu del buen samaritano, o nunca será la Iglesia de Jesucristo». Junto a ella, esa invitación: «Iglesia, di al mundo lo que eres y dialoga con el mundo». En este momento se ha dirigido al arzobispo de Madrid: «Señor cardenal, le pudo decir que tiene usted un clero extraordinario, trabajador, servidor, fiel educador, y obediente y unido al obispo». Por último, y esta es su tercera afirmación, ha asegurado que vive los 50 años de sacerdocio como Pedro, diciéndole a Dios: «Señor, tú lo sabes todo; a pesar de todo, Señor, te sigo amando».
«Lo mejor está por llegar»
Andrés Martínez ha tomado la palabra en representación de los sacerdotes que cumplen sus bodas de plata. Ellos, «nietos espirituales del Concilio Vaticano II», alimentan su vida espiritual de fuentes plurales, sirven o han servido en diferentes parroquias, y esto es «un reflejo de cómo es la diócesis de Madrid, que vive la comunión dentro de la diversidad» y en la que «caminamos juntos». Ha querido el sacerdote dar gracias a los padres, a través de quienes «nuestras almas se abrieron a la fe» y de cuyos labios «aprendimos a pronunciar el nombre de Dios».
El vicario del Ordinariato para los fieles católicos orientales en España también ha tenido un cariñoso recuerdo hacia todos los sacerdotes «que han hecho posible que hoy estemos aquí», y a «tantas personas que nos han sostenido con su oración y sacrificio», que son «santos de la puerta de al lado», como dice el Papa Francisco, «y ejemplos de vida cristiana».
El sacerdote se ha referido al momento presente, con crisis sociales y vitales, como un «tiempo de purificación que pode todo lo que en nuestra vida es hojarasca», un «tiempo de fijar la mirada en lo único necesario: Cristo». Y no se puede mirar a Cristo, ha aseverado, sin la Iglesia. Esta celebración «debe ser una renovación de amor a la Iglesia». Mirando al futuro, «tenemos la seguridad de que lo mejor está por llegar».
El cardenal Osoro ha regalado a todos los homenajeados un ejemplar de Teología de la salvación, de Ángel Cordovilla.
Renovar la confianza en Dios
La celebración ha concluido con una Misa, en la que han concelebrado los obispos auxiliares Jesús Vidal y Juan Antonio Martínez Camino, SJ, y más de un centenar de sacerdotes. Durante la homilía, el cardenal Osoro ha recalcado que «nuestra vida» tiene que ser «motivo de interpelación», pero no tanto por las palabras, sino por el «testimonio que demos» .
Este testimonio, ha dicho, se hace «escuchando, conociendo y siguiendo a Nuestro Señor Jesucristo». «El Señor nos ama, y esto es lo que hoy yo le pido que sintáis los que lleváis 50 y 25 años de ministerio». Él, ha aseverado, sostiene en las crisis, en los desafíos, en los cansancios… «¿Quién entre nosotros no ha estado cansando o abrumado». Lo grave es encerrarse y no «ir hacia Jesús», que es «el médico que nos cura». Junto a esto, ha incidido, quien sigue a Cristo va a buscar a quien está perdido, «sabe llorar con quien llora», se lo carga a sus hombros…
«Es necesario caminar, pero con Jesús», y «juntos». Por eso, el de san Juan de Ávila es un día para «renovar la fraternidad entre nosotros, pero también con toda la Iglesia». «Juntos podemos llevar la alegría del Evangelio a esta nuestra diócesis». Ha alentado así, como esa petición de Jesús en el Evangelio proclamado de ser sal y luz, a salir «a llevar juntos la luz que hemos recibido», iluminando algunas noches actuales, como el anuncio del Evangelio a los jóvenes o la recuperación de la familia cristiana. Y para eso, ha concluido, «tenemos que tener una confianza profunda en Él».