24 horas con las monjas cistercienses del monasterio de Tulebras: 50 veces elegiría esta vida
En 1147, las monjas del monasterio Lumen Dei, de Favars, Francia, llegaron a Navarra para fundar el primer monasterio femenino del Císter en España. Desde entonces, en Tulebras ha vivido la comunidad, ininterrumpidamente, no sin circunstancias históricas poco favorables que tambalearon sus cimientos. Hoy, continúan 21 Hermanas -una de ellas, novicia-, que viven con sencillez, entregadas a Dios y a los huéspedes que acogen. Así son 24 horas en el monasterio Santa María de la Caridad de Tulebras, en Navarra
Son las 4:30 horas de la mañana y el alba llama a la puerta de la celda. Es hora de levantarse y prepararse, para, a las 5 horas, el rezo de la Vigilia: las monjas esperan el día vigilantes, en oración, antes de que amanezca. «Es nuestro recordatorio diario de la espera a la venida de Cristo», dice la madre Pilar, la joven abadesa del monasterio –conocida por su aparición en La última cima–.
Una a una, las hermanas van llegando hasta la sala en la que guardan, cada una, su cogulla, un hábito monástico blanco, puro e inmaculado, con el que se revisten cada vez que van al templo a rezar. Y ¡a la fila!, cada una en su lugar, recorren el claustro hasta llegar a la sillería del coro de la iglesia, donde cada una tiene su lugar asignado. La austeridad, propia de la reforma cisterciense, prima en la construcción del lugar donde las Hermanas pasan el mayor número de horas del día: no hay retablo, sólo un ábside semicircular con tres ventanales por los que entra una intensa luz, y una talla de la Virgen con el Niño.
Hasta las 7:45 horas, las 21 Hermanas que, a día de hoy, habitan el monasterio realizan la Lectio divina: es su tiempo de diálogo de tú a tú con Dios, a través de su Palabra: un tiempo de lectura, meditación, oración, contemplación y compromiso. Termina con el rezo de la Liturgia de las Horas, en comunión con toda la Iglesia, y, a continuación, el momento más importante del día: la Eucaristía, seguida del rezo de la Hora de Tercia y, de nuevo, Lectio divina. «El ideal del monje es la oración continua. Por eso, tenemos diferentes tiempos de oración durante el día. Nosotras pasamos la mayor parte de las horas a solas con el Solo, en conversación con Dios y con nosotras mismas. Estamos separadas de todos y, a la vez, unidas a todos», cuenta la Madre abadesa. Pero, ¡ojo!, señala: «No somos robots que se encargan de rezar; nosotras necesitamos dejarnos transformar totalmente por Dios, y, para eso, necesitamos también la oración. Pero no es nuestro patrimonio exclusivo».
¡A trabajar!
Son las 10:30 horas y, en el monasterio de Tulebras, llega el tiempo de trabajo, hasta las 13:30 horas: «Es la cotidianidad llevada al extremo: todos los días hacemos lo mismo, pero Dios hace nuevas todas las cosas», señala la madre Pilar. Durante su labor, las hermanas no dejan de rezar. Ora et labora, es otra de las grandes reglas de la vida monástica.
Lourdes, logroñesa, es la hermana hospedera. Lleva 25 años en el monasterio y aún no se cansa de mirar la belleza de las tejas de su casa, que se ven desde las ventanas de la hospedería que arregla con mimo cada día. En Tulebras, siguen a rajatabla uno de los capítulos de la Orden de San Benito: en cada monasterio debe haber una hospedería para acoger a todos como al mismo Cristo. «Sobre todo a los pobres, no sólo en lo material, que fue la idea con la que se inició en el siglo XI, sino también a los pobres en espíritu, que son los que más vienen a tocar el timbre a esta casa. Aunque siempre, por desgracia, hay personas que no tienen pan que llevarse a la boca, sobre todo con la crisis», cuenta la hermana Lourdes. Ella es, posiblemente, la hermana que más trato tiene con el exterior: «Vienen muchos grupos a hacer retiros –aunque la mayoría son religiosos, seglares vienen pocos a retirarse–, también gente sola que quiere tener un tiempo de oración personal…, incluso una chica que se acaba de ir, ¡ha estado aquí preparándose unas oposiciones!», exclama la Hermana hospedera. «La gente que viene aquí tiene mucha necesidad, no sólo de ser escuchada, sino de oír, de recibir una palabra de aliento», reconoce. Ésta es la labor de Lourdes: atender al peregrino y ser complemento, dar y recibir.
Ellas son nuestro tesoro
La hermana Presen habla por los codos. Pequeña y nerviosa, recorre con paso firme las dependencias del monasterio para mostrar la enfermería, su lugar de trabajo. «Ellas son lo más bello de aquí», dice al referirse a su tocaya, la otra hermana Presen, una de las monjas más mayores, a la que cuida con esmero. «Hija, yo aquí ya no sirvo para nada», dice la más anciana. «Ni se te ocurra decir esas tonterías», amenaza la pequeña hermana Presen: «Ni te imaginas cómo tiene colocada la biblioteca, sin ella no podríamos consultar los libros ni las revistas, que tiene perfectamente clasificadas». La vida en comunidad es otro de los grandes pilares del monasterio: «Dios pasa a través de las Hermanas –señala la madre Pilar–; vivir juntas supone una escuela de caridad diaria».
Además de cuidar de la enfermería, la hermana Presen pequeña borda como los ángeles. De hecho, han participado en la iniciativa de la JMJ Coser y cantar, en la que diversos monasterios y particulares confeccionan lienzos para las celebraciones litúrgicas. Ellas han aportado 50 purificadores y 50 corporales.
¡Huele a pastas!
¡Cómo huele a pastas recién hechas! Dos hermanas amasan desde el alba para que puedan estar listas las cajas y cajas de dulces que, después, se venderán en la tienda del monasterio y a través de su página de Internet, su medio de subsistencia. Hoy toca hacer la masa fina –con máquinas– para las almendradas, dar la forma, pintarlas con huevo y decorar.
«¡Cristina, que las abejas se cansan de esperarte!». Es la hermana Chus, una de las más jóvenes del monasterio –la otra, la única novicia, está fuera recibiendo un curso de formación–, encargada de los panales de los que se obtiene la miel y se hacen las cremas antiarrugas y regeneradoras con el propóleo que segregan. Chus, que se cayó del caballo como san Pablo, llegó de casualidad a retirarse unos días a Tulebras…, y lleva una veintena de años allí. Alegre y risueña, igual vale para un roto que para un descosido: toca el órgano, antes era la granjera y ahora se enfrenta, cada día, a miles de abejas revolucionadas.
De camino a la comida aparece la hermana Teresita, la cillerera. Tiene 80 años y lleva 50 en Tulebras; ahora se encarga de que las Hermanas tengan todo lo que necesitan: la comida, postres, leche… «Si naciese 50 veces, 50 veces que elegiría de nuevo esta vida», afirma contundente, y se despide con señas, susurrando: «Antes no se podía hablar, así que teníamos nuestro lenguaje no verbal para entendernos». Tras la comida, un tiempo de descanso hasta las 16 horas, tiempo para poder visitar el museo del monasterio, lleno de obras de arte que salvaron de la desamortización y de muchas persecuciones que han sufrido a lo largo de los siglos.
Son las 18 horas: rezo de Vísperas seguido de un tiempo de oración personal en el templo. Cuando suena la campana, las hermanas, en fila, recorren el claustro hasta la sala donde se despojan de la cogulla y dan paso a un hábito blanco y negro, elegido así por ser las telas más baratas, las puras, que no están teñidas. Llega la hora de la cena, rezo de Completas y, a las 21 horas, a la celda a dormir, para, a las 4:30 horas, volver a levantarse y esperar, anhelantes, a que salga el Sol.