Cáritas en Bucha: «Seguían a nuestros coches como en las películas posapocalípticas»
El personal de Cáritas de la diócesis latina de Kiev-Jitómir ya ha llevado dos convoyes de ayuda a esta localidad ucraniana, escenario de los abusos rusos, y llegará el sábado a Borodyanka
En la sede de Cáritas de la diócesis latina de Kiev-Jitómir son días frenéticos. Recién regresados este jueves de su segunda expedición a Bucha y las localidades de los alrededores, ultiman otro envío de ayuda a Borodyanka. Esperan poder llevarlo este sábado.
La situación en esta localidad, también al norte de Kiev y abandonada hace pocos días por las tropas rusas, es «mucho más horrible» que la de Bucha, afirmó el presidente ucraniano, Vladimir Zelensky, este jueves en un mensaje de vídeo. «Hay más víctimas» que en la primera, donde se han descubierto cadáveres de civiles en, al menos, una fosa común y también tirados en la calle, algunos con signos de tortura.
Bucha y los pueblos de alrededor permanecieron cerrados hasta este jueves, mientras las Fuerzas de Seguridad ucranianas limpiaban la zona de minas y bombas e intentaban detectar a agentes rusos o saqueadores. «Pero no podíamos esperar sabiendo que habían estado ocupadas desde el comienzo de la guerra», sin electricidad, comida o combustible. «No sabíamos qué había pasado realmente». Habla con Alfa y Omega Leonard Zigert, trabajador de Cáritas.
Escoltados por los militares
Por eso pidieron ayuda a los militares, y estos les permitieron el acceso y los escoltaron hasta Vorzel, a cinco kilómetros de Bucha. De camino, encontraron vehículos militares quemados, casas, supermercados y fábricas destruidas y cadáveres rusos sin retirar. «Íbamos con mucho cuidado, rodeando las granadas y minas que nos encontrábamos».
Al llegar a los pueblos, vieron que asumir este riesgo había sido «la decisión correcta». «La gente empezó a salir de las casas y seguir a nuestros coches como en las películas posapocalípticas». Pedían medicinas, papel higiénico, sacos de dormir, algo para poder comer caliente y cristal o plástico para cubrir las ventanas rotas.
El padre Vitaly Uminsky, la religiosa Francheska Tumanievich y tres laicos, Oleg Alexander, y el mismo Leonard, no tardaron en repartir en cuatro localidades todo lo que habían llevado en tres coches: 300 kits de ocho kilos de comida y productos de higiene, pensado cada uno para dos personas.
Una pierna en el bosque
Al mismo tiempo, tomaron un poco el pulso a la situación. «Cerca de Vorzel nos encontramos un cortejo fúnebre. Preguntamos, y nos contaron que era por dos vecinos jóvenes, veteranos de la guerra» en el Dombás. «Los invasores los tomaron presos, los torturaron en el bosque, los mataron y los enterraron en la misma fosa». Los vecinos se dieron cuenta porque «la pierna de uno sobresalía del suelo». En otra localidad vecina «una mujer, Natasha, nos contó que mientras se retiraban los rusos, dispararon a una chica y dos chicos desde un vehículo militar. La chica murió».
Durante las semanas que duró la ocupación, relata Zigert, la gente sobrevivió «compartiendo la comida que tenían unos con otros». Al retirarse los rusos, pudieron llegar hasta donde habían estado acampados y consumir las conservas que habían dejado atrás.
Este jueves, Caritas Spes volvió a la zona de Bucha, llevando más comida, agua potable, productos de higiene, generadores, acumuladores, baterías, velas, cerillas, bombonas de butano y gasolina. «Es lo más necesario ahora mismo», afirma este empleado. Además, «en el seminario de Vorzel estamos creando un centro de asistencia» que permita actuar de forma más eficaz.
Buscando a los feligreses
Este edificio ha estado vacío desde el 9 de marzo hasta este jueves. Su rector, Ruslan Mychalkiw, obtuvo permiso de las autoridades para regresar el jueves desde Gorodok, en el suroeste del país. Allí había huido el 25 de febrero con los seminaristas, unas religiosas y los huérfanos a los que atendían, y algunas familias.
«El director espiritual, que también es el párroco, se quedó hasta el 9 de marzo» y logró salir de la zona por sus propios medios, sin tomar parte en ningún corredor humanitario. «Desde el día 10 no volvimos a tener noticias de lo que estaba ocurriendo», explica Mychalkiw a este semanario.
En Bucha no hay una parroquia católica, por lo que los fieles de la ciudad se reparten entre la de Vorzel y la de Irpin. Tras la liberación, Mychalkiw pasó días intentando localizarlos. En los medios, había visto fotos de los daños a escasos metros de la casa de uno de ellos, en Bucha.
«Era una locura»
Por fin un conocido, pariente de este parroquiano, le llamó para decirle que su familiar acababa de contactar con sus hijos. «Cuando al oírle le preguntaron si estaba bien, se echó a llorar. Los rusos habían ido a su casa, pero buscaban a hombres de 18 a 60 años y él tiene más, así que le dejaron en paz, aunque le rompieron el teléfono». En cualquier caso, de poco le habría servido cuando al poco tiempo se quedaron sin electricidad ni internet.
Otro de sus fieles «vive en un sitio donde los rusos actuaron mucho. He llamado a su familia y no tienen noticias de él. Espero que esté bien, porque también supera los 60 años». Un tercero logró salir de Bucha, «y me dijo que lo que habían visto era una locura: cómo los rusos buscaban a la gente, mataban a los hombres y se llevaban a las mujeres».
Del puñado de feligreses que se quedaron en la zona, solo ha podido hablar personalmente con uno que vive en Namishajeve y logró combustible para alimentar un pequeño generador. «Está bien, dice que allí había menos soldados rusos y que simplemente estaban ahí e iban de un lado a otro». Ahora, ya sobre el terreno, espera poder tener más noticias y, sobre todo, acompañar a sus feligreses en estos difíciles momentos.