12 de abril: san José Moscati, el médico que mandó a Caruso al Médico
Cuando el cantante lírico Enrico Caruso estaba a punto de morir, san José Moscati le mandó a su propio confesor. El médico entregó su vida a enfermos y pobres, sabedor de que «el dolor es el grito del alma»
«No la ciencia, sino la caridad, es lo que transforma el mundo. Muy pocos hombres han pasado a la historia de la ciencia», escribió san José Moscati, que en sus apenas 46 años de vida logró pasar a la historia, tanto por su caridad como por sus dotes como médico e investigador.
Fue el séptimo de los nueve hijos del juez Francesco Moscati y de Rosa De Luca. La familia vivió en sus primeros años en Ancona y luego se instaló definitivamente en Nápoles. A la hora de decidir sus estudios universitarios, José se decantó por Medicina, algo que en principio no era del gusto de su familia: su madre estaba preocupada por si la sensibilidad de su hijo se iba a ver demasiado afectada por el contacto con los enfermos. «Mamá, estaría dispuesto a acostarme en su cama si fuera necesario», le respondió el joven.
De hecho, su vocación venía madurándose desde hacía años debido a una caída de un caballo que sufrió su hermano Alberto, y que le afectó hasta el punto de que solo sobrevivió unos pocos años más. No es difícil imaginar a José cuidando de su hermano, viendo con impotencia el deterioro de su salud y tratando de mitigar su dolor a base de mucho amor.
Aquella experiencia le marcó y le llevó a graduarse summa cum laude en Medicina cuando solo tenía 23 años. En 1904 comenzó a trabajar en el Hospital de los Incurables, en Nápoles, donde, entre otros cometidos, organizó la hospitalización de los afectados por una epidemia de rabia, y también la de los afectados por la erupción del volcán Vesubio en 1906.
Junto a su labor en el hospital, José regentaba por las tardes una consulta privada, donde pudo desplegar más ampliamente su caridad. Por allí pasaban pacientes de todas las clases sociales, ante los que se siempre se mostró disponible, dando incluso la dirección de su casa para que fueran allí en caso de urgencia.
Eran frecuentes sus paseos por los barrios más desfavorecidos de Nápoles para atender a aquellos que ni siquiera podían desplazarse. Ni qué decir tiene que a muchos de aquellos pacientes no solo no les cobraba nada, sino que era él mismo el que les compraba las medicinas. Uno de sus compañeros de aquellos años en el hospital comentó más tarde que muchos de esos gestos de generosidad «permanecían desconocidos incluso para quienes se beneficiaban de ellos». «El dolor debe ser tratado no como un tic o una contracción muscular, sino como el grito de un alma al que otro hermano, el médico, se precipita con el ardor del amor, de la caridad», escribió Moscati sobre su labor aquellos años.
Reconocido en el extranjero
Su vocación de servicio y de amor al prójimo se vio acompañada por una extraordinaria competencia profesional, reconocida no solo en Italia, sino también en el extranjero. Como científico, estudió procesos de transformación de los almidones y el glucógeno en el organismo humano, y sus resultados fueron publicados en varias revistas científicas.
Su nombre era ya muy conocido en Nápoles cuando fueron a llamarle de parte del mítico cantante lírico Enrico Caruso. Procedente de Estados Unidos, Caruso había vuelto a su ciudad natal para recuperarse de la mala salud de sus pulmones, pero Moscati, consciente de su estado, le dijo la verdad: «Hasta hoy ha consultado a varios médicos. Ahora, necesita consultar al médico más importante: el Señor Jesús». Y volviendo a casa, Moscati pidió a su confesor que se pasara por la casa del cantante, donde pudo confesarle antes de morir, poco tiempo después.
Solo unos años más tarde sería el mismo doctor el que moriría, con solo 46 años, una tarde en la que se había sentido repentinamente enfermo. Fue en la consulta privada donde tanto bien había realizado en los últimos años. La noticia de su muerte corrió como la pólvora por todo Nápoles: «Ha muerto el médico santo». En su funeral fue despedido por miles de personas que se lanzaron a la calle para darle su último adiós.
Como explica Simonetta delle Donne en La vocación laical: san José Moscati, el doctor napolitano «nos sigue enseñando muchas cosas a todos; por ejemplo, que el trabajo se inscribe necesariamente en el marco de la espiritualidad cristiana, especialmente la laical», y que existe «una estrecha sintonía entre la perfección del trabajo y la perfección del trabajador». Sobre este último aspecto, Moscati vivió su labor sanitaria «como colaborador de Dios, llamado a dar su propia contribución al desarrollo de la Creación».
Para su biógrafa, Moscati dio testimonio de Cristo «especialmente al lado del lecho del enfermo moribundo, compartiendo su sufrimiento y haciéndose cargo de él. Con el dolor se hizo santo en lo ordinario y en la caridad permanente».