«La gente tarda en venir al hospital por no poder pagar la gasolina»

Yemen: «La gente tarda en venir al hospital por no poder pagar la gasolina»

Una enfermera relata el trabajo en Yemen tras siete años de guerra, mientras el Programa Mundial de Alimentos alerta del riesgo de hambruna

María Martínez López
Lugar del bombardeo de dos casas en Saná por parte de la coalición, el 26 de marzo. Foto: EFE / EPA / Yahya Arhab.

Yemen espera que este Ramadán sea realmente una ocasión de paz después de haberse cumplido siete años de guerra. El 2 de abril, cuando arrancaba el tiempo de ayuno, ambos bandos iniciaron una tregua de dos meses. Un alivio necesario, a la vista de la oleada de ataques y bombardeos de ambos bandos en los días previos. También incierto, pues no tardaron en llegar las acusaciones de haber violado el alto el fuego.

Pero, a la larga, más depende de las negociaciones de paz. Este jueves concluyen las consultas organizadas en Riad, la capital saudí, por el Consejo de Cooperación del Golfo. El objetivo es acordar con distintos grupos yemeníes una hoja de ruta para poner fin a la guerra. Sin embargo, las perspectivas no son muy halagüeñas por la negativa a participar de Ansar Alá, los rebeldes hutíes, que en septiembre de 2014 se hicieron con Saná, la capital. En la actualidad, siguen controlando prácticamente toda la parte occidental del país.

Yemen
Población:

29,8 millones

Guerra:

233.000 muertos, entre ellos 131.000 por causas indirectas

Hambre:

160.000 personas sufrirán hambruna. 19 millones necesitarán ayuda este año

En Abs, dentro de esta zona, la situación es «estable». Solo hace algo menos de dos meses se oyeron bombardeos lejanos. Habla Paula Perales, enfermera española y trabajadora de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el Hospital General de la ciudad. La principal preocupación es el impacto indirecto de la guerra. Sobre todo «la subida del precio del combustible». Según Oxfam Intermón, este se ha multiplicado por cinco desde 2019, y se ha triplicado en tres meses. A veces se hace cola durante días para repostar.

«La gente tarda mucho en venir al hospital por no poder pagar la gasolina», subraya Perales. Lo han notado especialmente desde comienzos de año: su hospital, casi siempre lleno, ya no lo está tanto. «Es una desgracia, porque hay gente que lo necesita y no sabes qué está pasando con ellos». Además, cuando finalmente deciden ir al hospital, «llegan en condiciones bastante peores». No es el único problema. «Prácticamente todos los hospitales» tienen electricidad gracias a generadores que funcionan con gasolina, y «muchos están cerrando» al no poder pagarla. En el caso de Abs, de momento, MSF cubre los gastos para impedirlo.

Millones de niños desnutridos

Por otro lado, «está empezando la época de la malnutrición». Aunque el problema es constante, entre marzo y julio siempre hay un pico. Este año, la subida de precios y la escasez de cereales en un país que recibía el 42 % del grano que consumía de Ucrania hacen temer a los responsables del Programa Mundial de Alimentos que se produzca «una catástrofe total» cercana a la hambruna.

Los más afectados son los niños. En el país, 2,2 millones está desnutridos, y medio millón con desnutrición grave. El hospital de Abs tiene todo un servicio para ellos, el Centro de Nutrición Terapéutica. Ingresan bastantes pequeños que «llegan a urgencias por otras causas, por ejemplo, una neumonía, pero a la vista» de su estado nutricional hasta algo así «se vuelve casi secundario».

Perales (derecha) con Aish, enfermera de neonatos. Foto: MSF.

Otras veces, la desnutrición viene de la mano de enfermedades digestivas. «Las madres no producen leche y la compran de fórmula, pero como es muy cara no echan la cantidad adecuada y la diluyen más», quizá en agua no potable. Durante el ingreso, también las tratan a ellas para que puedan amamantar a sus hijos, además de educarlas en prevención y atender su salud mental.

Precisamente la nutrición y la salud mental, junto con la atención ambulatoria en los campos de desplazados y otras zonas para compensar la dificultad de llegar a los hospitales, son algunas de las prioridades de Médicos Sin Fronteras. Además de sus propios centros, colaboran con las autoridades en los públicos. Así funcionan en Abs, que ha pasado de 30 camas en 2015 a 288. La entidad contrata a parte del personal, y da un complemento salarial al resto, que lleva tiempo sin cobrar del Gobierno.

Casi todos son yemeníes. Perales y otros extranjeros se dedican más que nada a la formación. Aunque «con humildad», porque «aquí son tremendamente buenos, tienen mucha experiencia» y consiguen «mantener la mayor calidad posible con muchos menos medios» y más obstáculos. A la enfermera le impacta también su «esperanza». Un compañero, por ejemplo, no deja de enseñarle fotos de cómo era el país antes y le insiste en que «todos esperan que vuelva a ser un lugar de felicidad. No es solo guerra, hambre y epidemia».