Lo de los malos tiempos para la lírica no es patrimonio del siglo XXI. No siempre cualquier tiempo pasado fue mejor. Giuseppe Verdi las pasó moradas en el siglo XIX. Antes de que toda Italia coreara con fervor patriótico el Va, pensiero, le rechazaron en el conservatorio. Se veía venir: era un romanticón.
Por eso, ahora, en tiempos en los que el IVA de la lírica anda por las nubes y las ganas de emprender por los suelos, es un notición que se estrene un teatro en la capital y que para arrancar apuesten, sin complejos, por programar un espectáculo que trata de acercar la ópera a los más pequeños, con el hilo conductor de la música de Verdi.
Ferro Teatro pone en escena El gran juego de Verdi, una historia un tanto deslavazada que, entre pieza y pieza, nos cuenta los avatares amorosos de Giuseppe Fortunino Francesco Verdi (Verdi para los amigos), un alma en pena que suspira y sufre por el amor no correspondido de Leonor. La soprano es una altiva dama, que se las da de lista pero que no distingue un pedrusco bueno de un anillo de los chinos.
Los niños invaden con su espontaneidad el Teatro Quevedo. Y salen presumiendo de que han subido al escenario, de que han formado parte de la aventura y de que han podido canturrear La donna e mobile u otras canciones como Oh sole mío o la Habanera de Carmen, de Bizet, se cuelan en el libreto sin venir a cuento. Solo por las caras de felicidad de los enanos merece la pena el experimento.
Cristina Zambrana (y Ana María Hidalgo), en el papel de Leonor, y Carlos Fernández, como Verdi, están correctos como actores y notables como cantantes. Lástima que los nervios del estreno hicieran mella en todo el personal, hasta el desbarajuste a la hora de colocar a los niños, porque con la distribución del teatro no veían nada (tampoco ven mucho los adultos en la discreta sala, por cierto) o hasta en el personal encargado del sonido y de la imagen, que se cargaron la modesta escenografía metiendo música a destiempo y enseñándonos el logo de Windows en la pantalla en lugar del rostro de don Giuseppe.
Como la bruja de la famosa película, esta Traviata es demasiado novata. Y a Verdi, cuando está verde, se le nota mucho. La ventaja es que si a las piezas se las deja madurar como conviene, los frutos al final suelen ser buenos. Tengamos paciencia. ¡Larga vida a Verdi! ¡Larga vida al Teatro Quevedo! Llevemos a nuestros hijos a juguetear durante una hora con la ópera. Y como en el aria más famosa de la Traviata, al salir brindemos al unísono: libiamo nè lieti calici / che la belleza infiora (bebamos alegremente de este vaso, resplandeciente de belleza).
★★★☆☆
Calle Bravo Murillo, 18
Quevedo
OBRA FINALIZADA