El nuncio en Kiev: «Nos preparamos para lo peor»
La capital de Ucrania se ha convertido en el corazón de la resistencia. El nuncio en el país sigue escondido en un sótano desde donde está coordinando la entrada de ayuda humanitaria
Los embistes de las tropas rusas arrecian en Ucrania mientras miles de personas tratan de llegar como pueden hasta las fronteras de los países situados al oeste. En los pasos fronterizos de Polonia, Eslovaquia o Rumanía hay filas de más de 30 kilómetros de coches, conducidos en su mayoría por mujeres con niños y ancianos a su cargo, que han huido con lo puesto sin saber si volverán a su vida anterior. Son pocos los refugiados que llegan a pie con temperaturas que marcan algunos días –6 ºC.
En la capital, Kiev, el nuncio apostólico en Ucrania, el lituano Visvaldas Kulbokas, permanece al cierre de esta edición en el edificio que alberga la legación diplomática de la Santa Sede mientras la ciudad está completamente sitiada. «Hay un sótano que no está pensado para ser un refugio antiaéreo, pero lo estamos usando para protegernos de un posible ataque», señala, consciente de que en cualquier momento un misil puede destruirlo todo. Cada poco suenan las sirenas y una mujer habla con voz sosegada en ucraniano para explicar a la población que debe meterse bajo tierra de inmediato. Los civiles, la mayoría sin experiencia militar, encabezan la resistencia cavando trincheras o construyendo barricadas en el centro de la ciudad. «Las noches las pasamos en el pasillo con todas las luces apagadas para no ser un objetivo visible. Intentamos no estar cerca de las ventanas por si hay una explosión», asegura el nuncio a Alfa y Omega. El Gobierno de Ucrania ha pedido a los ciudadanos que no usen las plantas más altas de los edificios porque son las que están más expuestas, así que han inhabilitado esa zona. «Los primeros tres o cuatro días fueron los más difíciles. Hubo muchos disparos en las calles. Escuchábamos los tiros sin saber muy bien qué hacer. Después llegó el toque de queda y una especie de parón de casi tres días. Ahora estamos en una situación de espera».
La escasez apremia y cada vez es más complicado hacer acopio de comida, pero asegura que su situación es «privilegiada». «Todavía hay suministro eléctrico y podemos usar el teléfono e internet. Esto es de gran ayuda. En otras ciudades es un desastre; sobreviven sin luz, sin agua y sin calefacción». Habla con la certeza de que lo peor está por llegar. «Nos estamos preparando para eso. La guerra es impredecible», incide. Cuando llegan los momentos de pánico y le traicionan los nervios se pone a rezar: «Al principio no lograba descansar, pero rezo continuamente por los militares que están pasando frío y no saben cuándo van a ser atacados; o por las mujeres con niños pequeños o embarazadas».
Con él están otras diez personas, la mayoría colaboradores de la nunciatura y algunas monjas. El diplomático no lleva ni año en el puesto –el Papa Francisco le envió allí en junio de 2021–, pero ya siente suyo al pueblo ucraniano: «De momento no estoy pensando en salir del país, aunque haré lo que me pidan mis superiores y el Papa. Siento que mi misión es estar aquí, con el pueblo. Soy obispo antes que diplomático, y por eso me quedo».
Las estremecedoras imágenes de cómo quedan los edificios en la capital tras el impacto de los misiles, con las fachadas grises y agrietadas o las calles acumulando escombros, contrastan con el buen ánimo de Kulbokas: «Personalmente estoy experimentando dos cosas opuestas: el drama de la guerra, los muertos, la violencia… pero también el rostro de la cercanía de muchas personas que ni siquiera conozco. A la nunciatura llegan muchos mensajes de solidaridad y eso me abruma. Nuestra vocación es ser hermanos, incluso en una situación tan complicada como es la guerra». Es lo que él llama «una sana esperanza». «Kiev es la capital espiritual del mundo. Todo el planeta está rezando por nosotros; la ayuda de otros países es impresionante. Es un apoyo psicológico y espiritual tangible», describe.
Hasta ahora todo más o menos parecía que funcionaba, pero «nos están empezando a llegar peticiones», señala Kulbokas, que se ha activado para gestionar la entrada de ayuda humanitaria en el país. «Los recorridos en camiones son lentos y peligrosos. Todos los puentes que permitían el acceso a Kiev –que está a 700 kilómetros de la frontera con Polonia– han sido destruidos por los militares ucranianos para impedir el avance de los rusos. Es muy difícil coordinar la situación a largo plazo», señala.
No obstante, el nuncio del Papa en Ucrania asegura que «hay que prepararse para lo que sucederá en las próximas semanas». «Ahora todo el mundo está pensando en lo inmediato, como repartir mantas y comida caliente a los que están en los refugios, pero hay que pensar en el mañana», remacha.
El 24 de febrero las tropas rusas invadían Ucrania. Ese mismo día se puso en marcha un plan para poner a buen recaudo el rico patrimonio pictórico y escultórico del país. «Los objetos más valiosos de las iglesias y las obras de los museos ya se han trasladado a búnkeres bajo tierra», asegura el embajador de Ucrania ante la Santa Sede, Andriy Yurash.
Pero la mayor parte de la riqueza cultural no puede ser escondida. Sobre todo, la urbana. Por ejemplo, para proteger las estatuas de la ferocidad de las bombas en Leópolis, cuyo casco antiguo data del siglo XIII, se han cubierto con vendas forradas. «Las vidrieras de las iglesias han sido protegidas con planchas de acero o de madera para tratar de salvarlas de los ataques», incide el diplomático.
De momento, no tienen la «certeza absoluta» de que el Ejército ruso quiera destruir los monumentos o los museos del país, pero han evaluado su «estrategia militar» concluyendo que la ofensiva quiere sembrar «el pánico absoluto en la población». «Están demostrando su fuerza y los bombardeos son terribles», asegura. Una de las principales amenazas recae en la catedral de Santa Sofía, en Kiev, un monumento arquitectónico sobresaliente de la capital y el primer patrimonio ucraniano inscrito en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco.
La iglesia grecocatólica de la Asunción situada en Járkov, de rito bizantino y en comunión con la Santa Sede, ya ha sufrido daños ingentes. La paradoja es que en la misma ciudad «también han derruido parte de la iglesia de Santa María, que pertenece al patriarcado ortodoxo de Moscú, como la mayor parte de las iglesias del oeste del país». Pero esto no va a detener las bombas. El embajador de Ucrania ante la Santa Sede lo afirma sin estupor: «Hemos visto lo que los rusos han hecho en Alepo, destruyendo todo lo que se ponía delante de sus narices sin escrúpulos». La única manera de proteger el patrimonio es frenar la guerra.