El Papa agradece la solidaridad polaca con los ucranianos
«Ustedes fueron los primeros en apoyar a Ucrania, abriendo sus fronteras, sus corazones y las puertas de sus hogares a los ucranianos que huían de la guerra», ha subrayado Francisco al final de una audiencia en la que ha reflexionado sobre la vejez
En la audiencia general que ha tenido lugar este Miércoles de Ceniza, día en el que el Papa ha pedido que se ofrezca la oración y el ayuno por la situación en Ucrania, Francisco ha querido aprovechar los saludos que realiza al final en las distintas lenguas para reconocer la solidaridad de los polacos: «Ustedes fueron los primeros en apoyar a Ucrania, abriendo sus fronteras, sus corazones y las puertas de sus hogares a los ucranianos que huían de la guerra».
Les habéis ofrecido generosamente todo lo que necesitan para vivir con dignidad, ha continuado el Pontífice, «a pesar del drama del momento». Por ello, «les estoy profundamente agradecido y les bendigo con todo mi corazón».
El Santo Padre también ha aprovechado el momento para tener un gesto con el hermano franciscano que estaba traduciendo sus palabras al polaco y que, según ha contado el Papa, «es ucraniano y sus padres están en el refugio subterráneo, para defenderse de las bombas, cerca de Kiev».
A pesar de su situación personal, «él sigue cumpliendo con su deber aquí, con nosotros». Así que «acompañándole a él, acompañamos a todo el pueblo ucraniano que está sufriendo los bombardeos y a sus ancianos padres y a tantos ancianos que están en los refugios para defenderse». Francisco ha concluido asegurando que «llevamos en el corazón al pueblo de Ucrania» y dándole las gracias al franciscano «por seguir en tu trabajo».
La velocidad pulveriza la vida
Además de referirse a Ucrania, el Pontífice ha vuelto a reflexionar sobre la vejez, sobre la que ha iniciado un ciclo de catequesis, y en esta ocasión ha criticado la «obsesión por la velocidad», cuya principal «víctima» son «los jóvenes».
El Santo Padre ha utilizado palabras contundentes al respecto: «El exceso de velocidad, que ya obsesiona todos los pasajes de nuestra vida, hace cada experiencia más superficial y menos nutriente»; «nos mete en un centrifugadora que nos barre como confeti»; «pulveriza la vida, no la hace más intensa».
Al contrario, «la vejez, ciertamente, impone ritmos más lentos, pero no son solo tiempos de inercia» sino que abren «para todos espacios de sentido de la vida desconocidos por la obsesión de la velocidad». Por ello, «he querido instituir la fiesta de los abuelos» y ha vuelto a abogar por un diálogo entre generaciones: «La alianza visible de las generaciones, que armoniza los tiempos y los ritmos, nos devuelve la esperanza de no vivir la vida en vano. Y devuelve a cada uno el amor por nuestra vida vulnerable, cerrándole el paso a la obsesión de la velocidad, que simplemente la consume».