«También yo tenía una gran familia. / Legión Negra la asesinó. / Hombres y mujeres fueron descuartizados, / entre ellos niños pequeños». Estas palabras forman parte del Djelem, djelem, el himno internacional aprobado en el primer Congreso Gitano Internacional celebrado en 1971 en Londres bajo la presidencia del actor gitano Yul Brynner.
Durante la Segunda Guerra Mundial fallecieron en Europa entre 500.000 y 800.000 gitanos, es decir, la mitad de la población gitana. Ellos recuerdan aquel episodio como el Porrajmos, que significa devoración. Efectivamente, las SS alemanas, la Legión Negra húngara, la Ustacha croata y sus grupos paramilitares afines idearon y ejecutaron un plan que llevó a su identificación, segregación, esterilización, reclusión y exterminio. En 1944, en una sola noche, llegaron a asesinar a 4.000 mujeres, niños y ancianos en Auschwitz-Birkenau.
No debemos olvidar a nuestros hermanos judíos. Si el triángulo era marrón para los gitanos, el suyo era amarillo. Más de seis millones fueron asesinados. Para gitanos y judíos aquel fue el colofón de una serie de persecuciones históricas. Si en los judíos se perseguía a la sabiduría, en los gitanos se perseguía a la libertad. El escritor gitano Matéo Maximoff, nacido en Barcelona, describió su intento de exterminio en Lannemezan en su libro El precio de la libertad. No podemos olvidar tampoco a católicos y disidentes que, a otro nivel, corrieron la misma suerte.
Este jueves, en el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, no conmemoramos ni celebramos. Recordamos y lamentamos, y también advertimos: la amenaza totalitaria sigue latente. Las crisis son el caldo de cultivo de los populistas, que proponen soluciones simples a problemas complejos. Hoy, con el pretexto de favorecer la inclusión, existe un intento de asimilar a los gitanos a unos valores que no son los suyos. Hoy, so pretexto de defender a los palestinos, existe una nueva forma de antisemitismo. La histeria colectiva desatada a través de los medios por algunos partidos es el caldo de cultivo de nuevas y sutiles formas de homogeneizar, fin último del totalitarismo. Banalizar el mal, blanquear a esos políticos, como nos recuerda Hannah Arendt, es la forma darle carta de naturaleza.