El Papa receta diálogo en Navidad
Francisco volvió a asomarse en Navidad ante miles de fieles en la plaza de San Pedro y lamentó que la pandemia refuerza la «tendencia a cerrarse» de los ciudadanos
Francisco arrancó las celebraciones litúrgicas de Navidad con un aforo limitado a 1.500 personas en la basílica de San Pedro. Durante la Misa del Gallo, adelantada dos horas –como el año pasado– para evitar los contagios ante la situación de avance de la ómicron, destacó que Jesús eligió nacer cerca de los pastores, «cerca de los olvidados de las periferias» porque vino a «ennoblecer a los excluidos». Centró su mensaje en denunciar las condiciones de esclavitud de algunos trabajadores y reclamó: «¡No más muertes en el trabajo!». Resaltó que Jesús se reveló sobre todo a «gente pobre que trabajaba» y no a «personajes cultos e importantes». En una imponente basílica de San Pedro casi vacía, el Papa incidió en que Dios está presente «en la pequeñez».
Al día siguiente, como es habitual, dedicó su mensaje de Navidad a sacudir conciencias con un repaso por los conflictos, guerras y crisis abiertas en todo el mundo, que «parece que no terminan nunca y casi pasan desapercibidas». Antes de impartir la bendición urbi et orbi, la más solemne que los Pontífices ofrecen –tan solo dos veces al año, en Pascua y Navidad–, Francisco lamentó que «nos hemos habituado de tal manera que inmensas tragedias ya se pasan por alto». Constató que la pandemia ha exacerbado en muchos casos «la tendencia a cerrarse» y se ha renunciado «a salir, a encontrarse, a colaborar» también en el ámbito internacional, y alertó: «Corremos el riesgo de no escuchar los gritos de dolor y desesperación de muchos de nuestros hermanos y hermanas». El Papa reivindicó la vía del multilateralismo y el diálogo para atajar los enfrentamientos. «Existe el riesgo de no querer dialogar, de que la complejidad de la crisis induzca a elegir atajos, en vez de los caminos más lentos del diálogo, los únicos que conducen a la solución de los conflictos y a beneficios compartidos y duraderos», señaló.
El Papa se asomó de nuevo a la logia central de la basílica de San Pedro tras la ausencia del año pasado a causa de la pandemia, y pidió que las vacunas lleguen «a las poblaciones más pobres». A continuación, recordó la violencia que se vive en el mundo e incidió en «el riesgo» que corre el mundo de «no escuchar los gritos de dolor y desesperación» de muchas personas. Francisco repasó las zonas del mundo que están siendo golpeados por algún tipo de conflicto violento, muchos de ellos olvidados, pero también tuvo palabras de apoyo para «las víctimas de la violencia contra las mujeres que se difunde en este tiempo de pandemia». Y para «los niños y adolescentes víctimas de intimidación y de abusos» y los ancianos, «sobre todo a los que se encuentran más solos». En su mensaje volvió a poner el foco en el drama de los emigrantes, de los desplazados y de los refugiados. «Sus ojos nos piden que no miremos hacia otra parte».
El Papa intercambió la felicitación de Navidad con los máximos responsables de la Curia, les alertó de comportarse «como maestros espirituales y expertos pastorales» que «señalan desde afuera» y pidió una Iglesia «humilde» y sin «planes apostólicos expansionistas». Como es tradición, el Papa les regaló unas lecturas: Convertire Peter Pan (Convertir a Peter Pan), del subsecretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Armando Matteo; La pietra scartata, quando i dimenticati se salvano (La piedra desechada, cuando los olvidados se salvan), del sacerdote Luigi Maria Epicoco, y Parola abusata. Il chiacchiericcio nell’insegnamento di Papa Francesco (Palabra usada en exceso. El chismorreo en la enseñanza del Papa Francisco) de Fortunato Nwachukwu, observador permanente de la Santa Sede ante la ONU.
El título del primero llama la atención: «Peter Pan es el símbolo de los adultos occidentales, que no quieren crecer. La felicidad la da la juventud, que ya no es una fase de la vida», asegura su autor, un teólogo de Calabria de 50 años que ha escrito numerosos ensayos en los que analiza con una mirada original fenómenos complejos, como la pérdida de la fe en una sociedad cada vez más hedonista. «Tenemos que aceptar que vivimos en este momento». Es cierto que la búsqueda del bienestar produce en la sociedad una «marginalización de la experiencia de la fe», pero ante este fenómeno la Iglesia no puede solo quejarse. «Debe cambiar registro pastoral. No podemos basarnos, como hace 50 años, en la consolación de las penas, sino que hay que cambiar de registro y mostrar la alegría del Evangelio», añade. «Las iglesias no pueden ser lugares tristes donde nunca se escucha la risa, porque dirán: “Si ser cristiano es tener esa cara tan larga, me voy a otro sitio”», concluye.