A las puertas de Pedro
Seguramente no regresan a sus diócesis con un manual de instrucciones ni dosieres de estrategias, pero sí con el deseo de servir
El aparente caos que reina en esta fotografía resulta casi hipnótico. Un instante en el que los obispos españoles en visita ad limina en Roma parece que optan por tomar direcciones distintas momentos antes de encontrarse con el Papa Francisco en el Palacio Apostólico del Vaticano. Revuelo de sotanas y solideos violeta en este equipo de delanteros episcopales a la espera de un cara a cara con Pedro. Se respira libertad en esta desorganizada comitiva, en la que todos saben lo que hay que hacer, lo que quieren decir y desean escuchar. Un ejemplo práctico de la unidad y la universalidad de la Iglesia: obispos muy distintos entre sí, de diócesis en las que se hablan lenguas y dialectos diversos, con alegrías y problemas diferentes, pero con la brújula orientada hacia la misma meta: Cristo.
Los vemos vestidos de traje talar, más unificados que uniformados, porque lo propio del Evangelio es crear espacios donde todos se sientan acogidos y respetados, cada uno vestido con ese traje a medida, adaptado a su estilo único e irrepetible que nos hace originales ante Dios y siempre necesarios. La unidad no se opone a la diversidad, pero la diversidad supone la unidad. Lo explicaba muy bien el entonces cardenal Ratzinger a su paso por la Universidad Católica de Murcia: «La síntesis entre catolicidad y unidad es una sinfonía, no es uniformidad. La fe, como se ve en Pentecostés, donde los apóstoles hablan todos los idiomas, es sinfonía, es pluralidad en la unidad».
La casualidad ha hecho que en la fotografía aparezcan once, los mismos que quedaron tras la deserción de Judas. Once obispos como aquellos once apóstoles, unidos por un hilo común, convirtiéndose en argamasa en torno a Pedro, tal como pudo comprobarse a lo largo del encuentro que superó las dos horas y media. Minutos después de que se tomara la instantánea, todos se reunieron en torno al Papa y comenzó una tertulia de familia y de trabajo, lo más parecido a una lección magistral sobre el arte del diálogo y la cercanía. Cada uno de los 24 obispos de esta primera tanda que integran las provincias eclesiásticas de Santiago de Compostela, Oviedo, Burgos, Pamplona y Zaragoza pudieron hablar con el Pontífice de todo lo que quisieron en una conversación sin censuras. El Santo Padre los escuchaba con máximo interés, respondía libremente y añadía comentarios a las cuestiones que fueron surgiendo: Sínodo, laicos, pastoral, jóvenes, religiosos, secularización o la situación de España, entre otros muchos temas. El Pontífice quiso recordarles esas «cuatro cercanías» que suele aconsejar a los obispos: la cercanía a Dios a través de la oración; la cercanía con los sacerdotes; con los obispos entre sí, y la cercanía al pueblo de Dios.
Regreso a este simpático revoltijo que vemos en la foto. Un aparente desorden en los umbrales de la casa de Pedro. En el fondo, las visitas ad limina suponen siempre un regreso a casa, al lugar donde hay alguien que siempre espera. Más que acudir a rendir cuentas, a un situarse frente a Pedro, habría que pensar en una necesaria parada de avituallamiento. De aprender a hacer mejor las cosas por la vía del aliento y entusiasmo, y no de exámenes de reválida ni collejas. Seguramente los obispos no regresan a sus diócesis con un manual de instrucciones en la maleta ni dosieres de estrategias y tácticas, pero sí con el deseo de servir, porque episcopado es el nombre de un servicio, no de un honor, y es deber de todos apoyarlos en ese trabajo diario en el que también se experimenta la soledad. Porque no olvidemos que los cargos son cargas. Y más con la que está cayendo.