Los fichajes del Oviedo en la misión asturiana de Benín
Los diáconos de la diócesis ovetense preparan su ordenación sacerdotal en la misión que la diócesis asume como propia en Benín
Cada vez que el diácono asturiano David Álvarez se pasea por la misión de Gamia, en Benín, los chicos le corean: «¡Hala Oviedo!», porque hace unos días consiguió numerosas camisetas del club de sus amores para regalar a los niños africanos. «Yo soy aficionado desde niño, porque iba con mi padre a los partidos del Oviedo. Por eso, cuando en la Delegación Diocesana de Misiones me dijeron que buscara algún regalo para los jóvenes de la parroquia, se me ocurrió intentar conseguir alguna equipación del Real Oviedo», cuenta desde la misión. Desde entonces, las fotos de los improvisados fichajes del club ovetense han dado la vuelta por las redes sociales. «Lo que más les gustó fue que se las trajera yo, que fueran de mi equipo», asegura Álvarez, que reconoce divertido que no cree «que hayan visto nunca a un cura jugar al fútbol. Lo pasaron bomba».
David lleva en Benín varios meses, como paso previo a su ordenación sacerdotal, en una misión que la diócesis de Oviedo asumió como propia en 1986. «Al principio estuvimos en Bembereke atendiendo a unas 35 comunidades y un internado para niños, y desde 2018 estamos en Gamia junto a 20 comunidades. La mayoría de ellas son aldeas de primera evangelización donde incluso hay personas aún no bautizadas que están recibiendo la catequesis o simplemente el primer anuncio», cuenta.
Junto a Didier, un seminarista beninés, acompaña al sacerdote asturiano Antonio Herrero, que encabeza de forma permanente la misión. Dos veces al mes visitan cada comunidad celebrando la Eucaristía o dando catequesis. «En paralelo a la evangelización también hay en desarrollo proyectos para la escolarización de los niños, pozos de agua, placas solares para tener luz, dispensarios de medicamentos o facilidades para el desplazamiento los hospitales en caso urgencia», señala el diácono asturiano.
Una fe más comunitaria
A las puertas de la ordenación presbiteral, David Álvarez valora la experiencia de conocer «otra cultura y forma de vivir y compartir el camino de la fe». Asimismo, «ver de cerca la pobreza extrema me hace dar gracias por lo que tenemos y darme cuenta de que lo que entiendo como necesario quizás no lo sea tanto, viendo la falta de lo esencial aquí».
En esta línea, menciona un momento «duro» en este tiempo, cuando una comunidad le llevó con entusiasmo a conocer la nueva escuela que entre todas las familias habían puesto en marcha, «y vi que simplemente era una estructura hecha con ramas de árbol, con 40 niños dentro junto a su profesora».
Otra experiencia que le ha tocado ha sido comprobar de cerca la generosidad de ese pueblo, sobre todo cuando al principio de la cosecha ofrecen las primicias a los misioneros. «Tienen un gran sentido de comunidad, porque dejan lo suyo por ayudar a los demás», algo que percibió el día que vio cómo «toda la comunidad se acercó a la casa de una anciana que por estar enferma no pudo ir a la Eucaristía. Fue como ir de procesión hasta su puerta: allí rezamos todos por ella y pasamos en pequeños grupos a saludarla».
Este sentido comunitario tan fuerte hace que todos se hagan cargo del trabajo o del terreno que cultivan los que han sido elegidos para ser formados catequistas, un proceso que suele durar varios meses. «Su fe es como la nuestra, es un don de Dios. Lo distinto es su forma de alimentarla y compartirla con la comunidad», atestigua David, impresionado también por «la alegría y la participación en las celebraciones y encuentros, su música y baile como un complemento de la liturgia», algo que les hace dar «un testimonio muy bueno entre sus vecinos de otras religiones».
«La presencia de las diócesis españolas en misiones es algo muy común, pues la mayoría han asumido como propia una parroquia o un territorio», afirma José María Calderón, secretario de la Comisión Episcopal de Misiones de la CEE y director de Obras Misionales Pontificias en España.
Por ejemplo, la diócesis de Toledo tiene once misioneros en múltiples parroquias, colegios, capillas e instituciones de la prelatura de Moyobamba, una demarcación de la Iglesia católica en Perú encomendada por la Santa Sede a Toledo. Todos los años pasan allí el verano varios seminaristas y jóvenes haciendo una experiencia misionera, y desde este lado del Atlántico parten medicinas y ayudas para proyectos sociales, además de dinero para becas de seminaristas y otros estudiantes.
Todo esto es algo que se hace «con el asesoramiento» de OMP, y siempre «sin perder de vista una concepción más universal de la misión: no se puede asumir solamente una misión concreta y olvidarse de las demás», afirma Calderón. Asimismo, el hecho de que haya un vínculo más especial con un territorio específico «va siempre encaminado a ayudar y evangelizar la comunidad local, cuidando también el desarrollo de la pastoral nativa, con sus propios agentes».