El político debe ser «prudente y proteger a sus ciudadanos»
Legutko, político polaco en la UE, subraya en Católicos y Vida Pública que en este mundo «supuestamente libre» hay una «lista de enemigos señalados más larga que en la Unión Soviética»
«Prácticamente cada día se dan ejemplos concretos de corrección política en el Parlamento Europeo», asegura a este semanario el político y filósofo polaco Ryszard Legutko, representante en Europa del partido Ley y Justicia, y uno de los cabezas de programa del Congreso Católicos y Vida Pública, que el pasado fin de semana debatió en Madrid sobre Libertades en peligro. Pone un ejemplo: «Prácticamente, cada documento del Parlamento contiene referencias a políticas de igualdad de género». Sin ir más lejos, «en un informe relativo a los efectos nocivos del amianto». «Me pregunto cuál es la relación entre el amianto y la igualdad de género. Pues bien, aparentemente, encontraron esa relación», sostiene, sorprendido. Ryszard Legutko recalca que «en todo lo que se trabaja, incluida su política exterior respecto al amianto, hay aspectos ideológicos relacionados con los derechos de las mujeres, los derechos de los homosexuales, el aborto o la igualdad de género». Tenga relación, o no.
El polaco, que durante su intervención el pasado viernes en el congreso denunció el hecho de que «650 eurodiputados decidan sobre mi país sin ser responsables ante la ciudadanía», reivindica en su encuentro con Alfa y Omega la importancia, como político, de ser «prudente y proteger a sus ciudadanos». Ante la cuestión de la crisis migratoria en la frontera de Polonia con Bielorrusia Legutko, católico confeso, deja clara su posición: «El magisterio de la Iglesia no dice nada de que tengas que estar de acuerdo con la inmigración descontrolada. Tú tienes que ayudar al prójimo, pero no dejar entrar a cientos de personas en tu territorio, porque puede afectar a la seguridad de otros». Según el parlamentario europeo, lo que está sucediendo en la frontera «no es una crisis humanitaria», no son refugiados «que llegan a pie, sino que vienen en aviones fletados por el Gobierno bielorruso. Están siendo manipulados y nosotros debemos defendernos, porque conocemos los efectos de la migración descontrolada. Hace algunos años lo sufrimos, y ahora se está repitiendo», constata.
Legutko, que en tiempos del comunismo en su país fue editor de la revista disidente Arka, habla sin tapujos sobre la crisis en la frontera, pese a la «cultura de la cancelación del discrepante» que se vive hoy día en las instituciones de la UE, como afirmó durante su ponencia en el congreso. Y tampoco se pone trabas a la hora de criticar la democracia liberal y sus «estándares democrático liberales», tema al que dedica un libro entero, Los demonios de la democracia, editado por Encuentro. Ante un sistema político «que degrada y empequeñece al hombre bajo la falsa creencia de que es libre», el filósofo pide, por ejemplo, que las instituciones que son asimétricas, como «las escuelas, donde están los que enseñan y los que aprenden», o la Iglesia, «que tiene una jerarquía», lo sigan siendo. Para el polaco, vivimos en la paradoja de una sociedad que se presenta a sí misma como plural, inclusiva y tolerante, pero «está llena de discriminación, injusticia, intolerancia y odio». Durante su participación en Católicos y Vida Pública hizo una dura afirmación: «La lista de enemigos señalados es más larga que la de la Unión Soviética. En este mundo supuestamente libre, tolerante y plural, cada semana surge un nuevo grupo de enemigos».
Corrobora esta idea el tradicional manifiesto final del congreso que la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y el CEU llevan celebrando 23 años. En un texto sin ambages, los responsables de este espacio de debate recalcan que «estamos ante un movimiento ideológico que ha sido calificado como dictadura intolerante, o como un nuevo totalitarismo, incluso por pensadores nada sospechosos de fanatismo religioso —como Eugenio Trías o Noam Chomsky—». Es, explican, «un nuevo totalitarismo líquido o blando que no golpea, pero sí ahoga o asfixia. No mata el cuerpo, de momento, pero mata el intelecto libre y el espíritu». Y aseguran: «Esta forma de pseudorreligiosidad sectaria unida al secularismo es capaz de herir el alma, sobre todo la más vulnerable, la de la infancia y juventud».
En tres días de congreso, en el que han participado filósofos como Rémi Brague —en un contexto en el que, en España, se suprimen «la Filosofía y las Humanidades para sustituirlas por una omnipresencia de pantallas electrónicas»—; el actor y dramaturgo Albert Boadella; el nuncio de Su Santidad en España, Bernardito Auza, o la vicepresidenta de la Fundación Villacisneros, María San Gil; y se han realizado talleres sobre educación, memoria histórica, familia y moral sexual o arte y literatura bajo la corrección política, una de las conclusiones es que estamos siendo «empujados hacia una sociedad distópica» que, en términos religiosos, «busca no solo expulsar el fenómeno religioso o sus valores éticos del ámbito público, como en el viejo laicismo, sino también de lo privado, atacándolo en el fuero íntimo de las conciencias, las familias, las iglesias, la economía, el ocio, el lenguaje…», y, asegura el manifiesto, hasta en «los gestos». Por otro lado, en términos civiles, «amenaza con destruir las raíces civilizacionales de la democracia, la tolerancia, la solidaridad, la igualdad ante la ley, el imperio de la ley, así como de las libertades recogidas en las cartas de derechos humanos».
Ante un panorama desolador, las conclusiones del congreso ofrecen propuestas para afrontar este gran desafío. «El primer paso es identificar y denunciar el problema, impidiendo así sus estrategias de enmascaramiento». El segundo paso, proponen, es «ser una Iglesia en salida», activa y proactiva «tanto en la defensa como en la construcción de una civilización del amor que supere por elevación estas situaciones». Para ello, en una serie de 25 puntos, piden, entre otras cosas, que haya libertades civiles, libertad religiosa y de pensamiento, que las instituciones educativas transmitan el conocimiento desde la libertad, que los medios de comunicación sean parte de la solución, o que los organismos internacionales se liberen de «la ideologización, que supone un grave riesgo que socava sus principios constitutivos».
En definitiva, recalcan, «llamamos a ejercer la fascinante defensa de la Verdad, de la Bondad y de la Belleza».