Ahí comenzó todo
El presidente palestino necesita ayuda internacional para frenar la nueva campaña de asentamientos prevista por el Gobierno israelí. Pero tampoco consigue poner orden en su propia casa para que finalice la lucha interna
El dedo del presidente de Palestina, Mahmud Abás, señala al Papa Francisco el lugar exacto donde, según la tradición, la Virgen María dio a luz a Jesús, el Hijo de Dios. Llegará un día en el que el mundo comprenda que en estas cuatro letras se encuentra la solución de un conflicto que parece condenado a no acabar nunca. Tierra Santa es uno de los lugares del planeta donde la razón anda más descabezada. La semana pasada el Papa recibió en el Vaticano al presidente de Palestina, quien traía bajo el brazo este voluminoso cuadro en el que se contempla nítidamente la estrella de plata de 14 puntas, regalo de los Reyes Católicos para marcar uno de los espacios más visitados por cristianos de todo el orbe. En la fotografía asoman también alguna de las 53 lámparas que se mantienen encendidas día y noche. Una forma de contribuir a que cada vez alumbren menos las sombras. Cuánto le gustaría a Dios que en su nombre cesaran las hostilidades, pero parece que quienes tienen la responsabilidad de hacer cesar el ruido de las armas no buscan atajos para llegar cuanto antes a la ansiada paz.
Oriente Medio tendría una solución, la Franja de Gaza dejaría de ser una cárcel, el muro de Cisjordania se desmembraría a pedazos, los colonos israelíes no echarían abajo las casas de palestinos, y sus hijos no tirarían piedras ni ellos dispararían obuses sobre Israel si todos pensaran más en Dios y odiaran menos. El problema es que, hasta hoy, este conflicto sigue siendo un gran negocio en el que siempre pierden los mismos.
El comunicado vaticano que resume los 50 minutos que duró el encuentro entre el Papa y Abás sintetiza perfectamente la hoja de ruta del sentido común, que empieza por reconocer el derecho del otro a existir para alcanzar la llamada solución de los dos estados. La diplomacia de los últimos Pontífices siempre ha subrayado que la solución al conflicto pasa por promover la fraternidad y la convivencia pacífica entre religiones, evitando el recurso a las armas. Y hay un aspecto irrenunciable: que todos reconozcan a Jerusalén como lugar de encuentro y no de conflicto, y que se proteja con un estatus especial su identidad de ciudad santa para las tres grandes religiones monoteístas.
El presidente palestino necesita ayuda internacional para frenar la nueva campaña de asentamientos prevista por el Gobierno israelí. Pero tampoco consigue poner orden en su propia casa para que finalice la lucha interna que la Autoridad Palestina mantiene con Hamás, que se hizo con las riendas de Gaza en 2007 tras haber ganado las elecciones legislativas, lo que convierte en rehenes a los habitantes de la franja, especialmente a los más débiles.
La paz vuelve a pender de un hilo. Necesitamos que esa luz que surge del lugar donde empezó todo ilumine a los poderosos para que el conflicto no degenere en una espiral de muerte y destrucción. Cada vez que el Papa Francisco tiene ocasión, insiste en que el incremento del odio y de la violencia hiere gravemente la fraternidad y la convivencia pacífica entre los habitantes de Tierra Santa, y que será difícil pararlo si no se abre la vía del diálogo.
No se puede usar el nombre de Dios en vano, pero sí con fundamento. De ahí la importancia de compartir el respeto por un lugar santo, como el que vemos en la fotografía, al que debemos acudir con la imaginación cuando podamos para rezar por este fragmento del mundo en el que israelíes y palestinos encuentren cuanto antes el camino del diálogo y del perdón, abriéndose paso a una esperanza común. Parece utópico, pero para eso están las utopías, para caminar. Si renunciamos a creer que algún día llegará la paz al lugar donde comenzó todo, también renunciaríamos a la esperanza.