La tercera novela de Sally Rooney narra las vicisitudes de la amistad entre Alice y Eileen, ambas cercanas a la treintena. La primera, alter ego de la autora, novelista de éxito y millonaria, se ha mudado a las afueras de un pueblo costero tras una crisis psiquiátrica de la que sigue medicándose; la segunda es redactora de una revista literaria en Dublín con todo lo que ello conlleva de precariedad laboral, y se encuentra en proceso de superación de la ruptura con su exnovio Aidan, quien decidió poner fin a su convivencia alegando un clásico «necesitar espacio».
Alice y Eileen tienen un carácter difícil, de pocos amigos, pero comparten a uno que vale por muchos, que las cuida y es pura bondad: Simon, asesor político de izquierdas, con el que Eileen no termina de definir su relación, llena de encuentros y desencuentros románticos desde la adolescencia. No se queda atrás en los asuntos propios del corazón la excéntrica Alice, quien pronto conocerá a su vecino Felix, que trabaja en un almacén, y, sin ser un flechazo (o tal vez sí), se irá enamorando de él, a pesar de todas las reticencias (miedos e inseguridades), del continuo choque de sus personalidades, los innumerables malentendidos (contra todo pronóstico, los solucionarán con diálogo, valiente sinceridad y no menos valiente perdón) y algunos comportamientos viciados que arrastran del pasado.
No puede hacernos otra cosa sino mucha gracia el comentario simpático de que la irlandesa Sally Rooney es «la nueva Jane Austen», pero, en su defensa, sí que puede alegarse que el retrato generacional que deja es más que interesante, nada epidérmico como cabría esperarse de un best seller al uso. Se maneja estupendamente revitalizando el género epistolar a través de los correos electrónicos e, incluso, se atreve a transcribir mensajería telefónica instantánea sin desajustes textuales. Menos acertada está en las escenas de sexo, muy mal llevadas (tópicos aburridos que ridiculizan a los personajes), pero sabe exponer temas como la influencia disruptiva de las aplicaciones de citas o la pornografía en el desarrollo natural de las relaciones íntimas. Más allá, en jóvenes que están a punto de dejar de serlo, airea un desamparo traumático en el seno de familias poco afectivas, miedo patológico al fracaso a cada paso, sufrimiento ante el porvenir del planeta y el propio futuro económico, y, en este marco, las dudas en asuntos como la maternidad o el riesgo real del suicidio.
Son los suyos jóvenes con honda preocupación social, incapaces de pensar en el ascenso personal sin que les pese el lugar de privilegio que, pese a todo, ocupan en un sistema lleno de desigualdades. Se sienten culpables al pensar que limitan su interés al entorno más cercano, algo dentro les incita a trascender las inercias de un posible egocentrismo inconsciente, y se plantean el compromiso medioambiental incluso en términos estéticos: el plástico trajo la fealdad a nuestras vidas, concluyen. Simplemente arrebatador. Ahí eclosiona el temazo de la belleza, sobre el que acaban reflexionando en términos filosóficos y teológicos. Es más que curioso observar la valoración que los diferentes personajes van haciendo de Jesucristo, cómo su imagen va creciéndose en las páginas. Eileen y Alice son ateas, pero van aumentando en estima respecto al cristianismo, a causa del ejemplo de vida que les ofrece Simon, católico practicante, que, cuando se arrodilla para rezar, «no pide sino que da las gracias». ¿Qué tenemos, en definitiva? Protagonistas iconoclastas llamados a redescubrir por sí mismos ese amor que dará plenitud a su vida como adultos, y que terminarán haciéndolo en los mismos términos universales que siempre han movido y seguirán moviendo el mundo.
Sally Rooney
2021
328
19,90 €