Chagall. Los estados del alma
La serie más femenina del pintor ruso, en torno a las mujeres de la Biblia, y otra sobre los siete pecados capitales establecen un diálogo con el arte gótico que albergan el Museo Diocesano de Barcelona y la sala capitular de la catedral
La crítica de arte ha calificado a Marc Chagall como un artista profundamente religioso y con una espiritualidad sólida que se aprecia de manera muy obvia en sus pinturas. Sus raíces judías fueron sustanciales y significativas a lo largo de su vida. Sin embargo, en su carrera artística se advierte una fascinación muy notoria por la iconografía bíblica y, por tanto, desconcertante. Curiosamente, una de las escenas que más gustaba contemplar y representar era la del Calvario. Esta inclinación por la crucifixión parece un poco contradictoria frente a su firme fe judaica. El vanguardista encontraba en Cristo crucificado un consuelo ante el sufrimiento en época de guerra y holocausto nazi. Se identificaba a sí mismo y al pueblo judío con Jesús en la cruz. A raíz de este sentimiento, Chagall deja patente una espiritualidad en todas sus creaciones y la convierte en uno de los pilares de su carrera. Desde sus inicios como artista se independiza del judaísmo estricto para meditar sobre conceptos religiosos más amplios como Dios, el alma, el sufrimiento, etcétera. De esta manera recopila nociones de las religiones monoteístas para humanizar una idea de Dios que definirá su principal misión. Chagall entiende que, a través del arte, puede y debe transmitir un mensaje de paz entre las naciones y entre las religiones, así como el amor universal entre los hombres y su acercamiento a Dios.
Esta línea tan básica e inherente de la creatividad de Chagall es el fundamento de la exposición que acogen la catedral y el Museo Diocesano de Barcelona hasta el 28 de octubre. Con el título de Chagall. Los estados del alma, el proyecto ahonda en dos ejes temáticos: la serie más femenina que produce el autor en torno a la Biblia, donde la mujer es la protagonista, y otra sobre los siete pecados capitales, una de sus primeras series de grabados creados en 1926. Esta selección de obras establece un diálogo con el arte gótico que albergan el museo diocesano y la sala capitular de la catedral. El pintor ilustra con ironía las pasiones humanas exacerbadas de los pecados capitales, origen de los demás pecados. También, como decíamos, la primera serie de mujeres de la Biblia; mujeres que aman y son amadas, mujeres fuertes y valientes, astutas y audaces, amigas leales y dedicadas madres. Chagall se interesa especialmente en la representación de diversas formas de amor a través de los relatos de Rut, Ester, Agar, Rahab, Sara, Raquel, Noemí, Mical, Thamar, además de Eva, vinculada al pecado capital de la soberbia. Por supuesto, se incorpora en el discurso expositivo a la Virgen María en una representación de una de sus grandes virtudes: la humildad. Se aprovecha la presencia de La Virgen de la humildad (que forma parte de la colección de arte gótico del museo diocesano) como contraposición a la soberbia, que lleva al hombre a enfrentarse con Dios.
Descubrimos, pues, el enorme interés por la religión de este aclamado pintor. No debemos olvidar que nació en Rusia, lo cual es un detalle importante para entender sus motivaciones. Como muchos de sus paisanos, Chagall fue vanguardista adelantado y admirado por sus colegas. Como es propio de los artistas rusos, no puede faltar en sus obras una reminiscencia de tradiciones populares y esa espiritualidad tan arraigada en la cultura noreste de Europa, como podemos ver también en la obra de Kandinsky, Malévich o Delaunay, entre otros. No obstante, como casi todos, se dejó influenciar por los franceses. En su caso tomó inspiración de los colores de Matisse y del fauvismo en general. El mismo Picasso le elogiaba diciendo que «después de la muerte de Matisse, Chagall es el único artista que ha entendido realmente la esencia del color […]. Desde Renoir, no ha habido ningún pintor que supiera tratar la luz con tanto sentimiento como Chagall». Gracias a esa maestría cromática, también se le ha denominado como el «pintor poeta» o «pintor del color». Pero él lo justificaba como canal de expresión de aquellos mensajes trascendentales. Decía que «en nuestra vida hay un solo color, como en la paleta de un artista, que ofrece el significado de la vida y el arte. Es el color del amor».
Espiritual, sentimental y simbolista son algunos calificativos que resumirían su obra. A menudo da la sensación de que sus escenas narran sueños o hechos ficticios… estados del alma, como bien dice el título de la muestra, que es un guiño a su frase más célebre: «El arte es, sobre todo, un estado del alma».