La trascendencia de una manzana
El Museo MoMA de Nueva York acoge, hasta el 25 de septiembre, una exposición sobre dibujo y acuarela del padre de la pintura moderna, Paul Cézanne
Nada mejor que estudiar los bocetos y prácticas sobre papel de un artista para conocer la raíz de su maestría y entender su obra final. El gran objetivo en su carrera fue descubrir el secreto que esconde la naturaleza y su belleza. Mirando más allá de lo sensible, buscaba una trascendencia que contestase a sus preguntas sobre el mundo y la vida.
Efectivamente, la pintura de este gran autor habla de algo más que la mera copia de la realidad o de la belleza visual. En una ocasión Oteiza lo explicó diciendo que «una manzana de Cézanne puede tener más religiosidad que un cuadro de Rafael».
Esta inquietud interior no le ayudó a fomentar buenas relaciones con los impresionistas coetáneos en París. Estos preferían centrarse en la representación bella de la naturaleza sin prestar demasiada atención a sus emociones o sentimientos más profundos. La obra de Cézanne, sin embargo, encierra pensamientos y alma. «No hay que pintar lo que nosotros creemos que vemos, sino lo que vemos», explicaba.
Tras una época oscura y de aislamiento social, en 1891 volvió al catolicismo. Gracias a esta conversión pudo reafirmarse en esa esencia de su creatividad, que consistía en una mirada más honda de la realidad. «Cuando juzgo el arte, cojo mi cuadro y lo pongo junto a un objeto obra de Dios como un árbol o una flor. Si desentona, no es arte», aseguraba. En estos años de vejez sus convicciones religiosas se volvieron pilares vitales. En algunas entrevistas rogaba: «Les pido que recen por mí, para la edad una vez que nos ha superado, encontramos consuelo solo en la religión».
Como exponíamos al principio, no hay mejor manera de indagar en estas intenciones ocultas de Cézanne que a través del dibujo. Él mismo confesaba: «Dibujar me hace ver bien». La práctica consistente del estudio preparatorio abarcó desde 1850 hasta su muerte en 1906. Al ser una rutina laboral diaria, utilizaba materiales accesibles y baratos. Este paso previo del proceso creativo del autor era fundamental para él. Hoy en día conocemos 2.100 obras sobre papel que lo corroboran. Dedicaba días, semanas e incluso años a desarrollar estudios y bocetos antes de atacar el lienzo, ya que se trataba de la parte más experimental de su carrera. Esto es testigo de su diligente investigación en las formas y colores para un estilo postimpresionista muy competitivo, al cual incorporó esa mirada e interpretación espiritual de las formas. Llegó a completar 19 cuadernos de bocetos cuyas páginas fueron soporte de temas del mundo natural que le interesaban y a los que volvía reiteradamente.
Con esta metodología del boceto estudiaba la realidad tangible en sus formas primarias. Estaba convencido de que «en la naturaleza todo está modelado según tres cánones fundamentales: la esfera, el cono y el cilindro. Es necesario aprender a pintar estas sencillísimas figuras y luego ya se podrá hacer todo lo que se quiera». Después de conocer esta cita, es comprensible que se considere el precursor del cubismo.
También utilizaba la acuarela para los dibujos más elaborados y de mayor formato. La exposición del museo neoyorquino ofrece numerosos ejemplos inéditos. En ellos se comprueba cómo investigaba sobre la luminosidad y translucidez del color mediante la superposición de capas. Asimismo, dichos esbozos y diseños seleccionados para la muestra advierten de otros temas más subjetivos del autor, especialmente su preocupación por la temporalidad de la vida cotidiana, con una inmersión en el mundo natural donde se atreve a representar la figura humana, (motivo pictórico que le causó algo más de trabajo que los bodegones). Ejemplo de ello son los paisajes prismáticos y las escenas de bañistas tan cuidadosamente coreografiadas.
En definitiva, estas obras sobre papel revelan temas e ideas menos conocidos que amplían las concepciones comunes de este artista, como ese interés por la narrativa, y la preocupación por la intimidad y trascendencia que se puede descubrir en los objetos más sencillos. En otras palabras, Cézanne busca la verdad en la naturaleza. «La naturaleza siempre es la misma, pero nada queda de ella, de lo que aparece. Nuestro arte debe provocar el escalofrío de su duración, debe hacérnosla gustar en su eternidad […]. Mi tela estrecha las manos, no vacila, es verdadera, es densa, es plena», afirmaba con rotundidad.