«Otro sainete europeo», escribe, en El Mundo, el ex director de la Oficina Económica de la Moncloa, David Taguas. Otra vez, el euro se ha salvado por los pelos. Habrá que empezar a pensar –concluye en La Gaceta Antonio M. Beaumont– que o no hay «por dónde cogerlo», o nuestros líderes «no hacen bien su tarea».
Europa sale de su última crisis mortal dejando una larga lista de agraviados. «Europa nos humilla», titula su editorial el diario de Intereconomía. Ganadores, no hay. «Alemania gana (pero en realidad pierde)», titula Andrey Missé en El País. «Ha conseguido todo lo que quería…; ha logrado una mayor participación de la banca en el reparto de las pérdidas de Grecia…; ha impuesto su criterio sobre la recapitalización de los Bancos…, pero la de Alemania es una victoria pírrica: Berlín acabará pagando -junto al resto de Europa- la devaluación del proyecto europeo». También lo ve así desde allí el diario católico Die Tagespost: las instituciones comunitarias pierden peso, frente a un pequeño directorio informal con Angela Merkel al frente. Y ni siquiera eso… De hecho –resume Stephan Baier–, el auténtico centro de esta cumbre fue la llamada, el jueves, del Presidente Sarkozy al Presidente chino, Hu Jintao, para convencerle de que compre bonos de países europeos.
El ambiente es de pesimismo: «Mientras que, en los últimos 200 años, los europeos conformábamos más del 20 % de la población mundial, hoy somos menos del 9 %», y pronto, aún mucho menos, se ha lamentado, en una conferencia en el BCE, el ex Canciller alemán Helmut Schmidt, recogida por Foreign Affairs. Europa pierde peso en todos los sentidos; «nos estamos hundiendo y estamos envejeciendo», dice. Y mientras no se arreglen los problemas de fondo, iremos de crisis en crisis».
Los europeos debemos «abstenernos de culparnos los unos a los otros»; «en la situación actual, una cultura de la queja no lleva a ningún lugar», pide la Comisión de Conferencias Episcopales de la Unión Europea (COMECE), que, la pasada semana, celebró su Asamblea Plenaria de otoño. Pero «la crisis no necesariamente necesita declive: puede ser una oportunidad para la renovación».
Parece evidente: «Uno sólo salva lo que ama», escribe en Die Tagespost Christoph Böhr. ¿Y a qué ha quedado reducida Europa, sino a un pesado entramado burocrático? Lo ve así, en La Razón, Joaquín Marco: «Los 27 países que se reunieron, el pasado miércoles, lo hicieron coincidiendo en la idea de que el euro es la esencia de Europa, la de los mercaderes. Pero el europeísmo, que procede de los primeros años del pasado siglo, se entendía de otra forma. Tal vez uno de los errores que impiden ver más allá de este grotesco espectáculo del sálvese quien pueda (y puede ser que acabemos con el agua al cuello) es haber confundido la moneda con una Europa que pretendió mantener las naciones».
«Si no avanzamos hacia la integración, podemos explotar –escribe en Páginas Digital el eurodiputado Mario Mauro–. Los horrores de la guerra no son inimaginables en Europa. La Unión Europea es una garantía de paz» y «no podemos poner en peligro esta gran obra».
«Estos tiempos de cólera, los más duros que vive Occidente desde la caída del Muro de Berlín, nos deberían servir para hacernos algunas preguntas», propone Fernando García de Cortázar en ABC. «Lo peor de la situación actual no es que el mundo esté atravesando otra de las profundas crisis materiales sufridas los dos últimos siglos, sino que no tiene a su disposición el repertorio de valores con los que trató de comprenderlas y soportarlas».
Esta crisis puede ser el principio de la salvación de Europa, pero será duro: «Tenemos que aprender a vivir de otro modo. Donde antes nos apoyábamos en el gasto público, el déficit, la deuda…, debemos apoyarnos en más trabajo», explica a La Vanguardia Jean-Francous Copé, Secretario General de la conservadora Unión por un Movimiento Popular francesa.
En La Razón, Cristina López Schlichting apunta más alto. «Ha llegado la hora de una ofensiva social y antropológica, capaz de preparar al hombre del Estado del bienestar para tiempos de carestía y zozobra». Es un momento propicio para «el rearme moral… Paradójicamente, y después de campañas abortistas, divorcistas, antieclesiales, lo que va a necesitar el europeo del siglo XXI es precisamente un anclaje fuerte en su tradición, su familia y su fe». Se anuncia «un desafío apasionante».