«No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. No os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios». Esta llamada de Benedicto XVI a los jóvenes y no tan jóvenes en la Misa final de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid –de la que este mes de agosto se cumplirán diez años– no ha perdido ni un ápice de vigencia y, sin duda, enlaza con el magisterio del Papa Francisco a lo largo de todo su pontificado.
En un momento de dificultades como el actual, la diócesis de Madrid y la Iglesia española pueden volver la vista a aquellas jornadas con un profundo agradecimiento, con orgullo y con alegría. Deben hacerlo no para tirarse flores o caer en aquello de que «cualquier tiempo pasado fue mejor», sino para recordar a quien estuvo en el centro de esa gran fiesta, para recordar los encuentros que propició con el Señor, y, desde ahí, salir al encuentro de los demás. Como señalaba el lema de la JMJ Madrid 2011, se trata de afrontar los no pocos retos que tenemos por delante «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe».