La Iglesia asiste a los marinos cuyo buque volcó en Castellón
Los supervivientes cuentan con el apoyo del Stella Maris de la diócesis. Les han comprado ropa, conseguido teléfonos y los acompañan en el proceso judicial
Cuando el 28 de mayo por la tarde el buque turco Nazmiye Ana volcó en el puerto de Castellón, los primeros en llegar fueron, junto con los servicios sanitarios y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, los miembros del Stella Maris, el Apostolado del Mar. Primero lo hizo la trabajadora del centro que, precisamente estaba con uno de los tripulantes, al que llevó rápidamente al muelle donde se había producido el accidente. Luego lo hizo Albert Arrufat, sacerdote y responsable de esta pastoral en Castellón, que cargó toda la ropa que encontró para que los marineros que habían caído al mar pudieran cambiarse.
La furgoneta que habitualmente transporta a los marinos desde los muelles hasta la ciudad se convirtió esa tarde en una especie de refugio para los supervivientes. En el barco se habían quedado un compañero indio de 23 años –su cadáver se encontró al día siguiente– y un estibador de 36 años, cuyo cuerpo solo se ha podido recuperar tras la retirada del buque la semana pasada. «Estuvimos todo el tiempo con ellos porque estaban asustados y desorientados. Los ayudamos en lo que nos pedían y los calmamos. Cuando la empresa les buscó un hotel para alojarse no se querían ir del puerto, pues todo lo que tenían se había quedado allí, también sus compañeros. Al final los convencimos y en torno a las doce de la noche los llevamos al hotel», cuenta Albert Arrufat.
«No estáis solos. No estáis olvidados». Así se dirige Luis Quinteiro, obispo promotor del Stella Maris en España, a las gentes del mar en su mensaje con motivo de la festividad de Nuestra Señora del Carmen. Un texto en el que recuerda que estas personas «corren muchos riesgos físicos, se enfrentan a grandes retos familiares y experimentan sufrimientos y dificultades que la COVID-19 ha acentuado».
Por eso, continúa, la labor de la Iglesia se hace todavía más necesaria en estos momentos. También en la defensa de sus derechos y en la solicitud ante gobiernos y organizaciones internacionales de la mejora de sus condiciones. «El mundo marítimo es una de las periferias donde la Iglesia está presente», afirma.
Fue solo el principio de la labor del Stella Maris de Castellón, que continúa hoy, pues los marineros –un egipcio, dos indios y cinco turcos– siguen en la ciudad a la espera de un juicio que depure responsabilidades. A pesar de las dificultades de comunicación –utilizan el traductor del teléfono para comunicarse con ellos, pues apenas hablan inglés–, los acompañan cubriendo sus necesidades, salvo el alojamiento y la manutención, que corren a cargo de su empresa. Al día siguiente del suceso hicieron una primera compra de emergencia con ropa, una maleta y productos de aseo. También les han facilitado un teléfono móvil a cada uno para que puedan comunicarse y ponen a su disposición la red wifi del Stella Maris, que abre cada día de 16:00 a 22:00 horas.
Además, los están ayudando en todos los trámites relacionados con el caso, aunque apenas tienen información sobre el mismo y «sufren mucho» por ello. Los voluntarios del Stella Maris han podido comprobar también que algunos de los tripulantes estaban en una situación cercana a la esclavitud. Los indios, incluido el que falleció, solo cobraban 300 euros, pero para enrolarse habían pagado una fianza de 5.000. Ahora, explica Arrufat, reclaman, al menos, que les devuelvan ese dinero, pues no están cobrando. «Esta es la labor que hacemos en el Stella Maris durante todo el año, aunque en estas circunstancias llama más la atención y es más necesaria por el dolor que sufren. Somos los únicos a quienes se pueden agarrar. Hacemos de padres, hermanos y amigos», concluye el sacerdote.
La pérdida de Josep Maria
Otro de los acontecimientos que marcará el día del Apostolado del Mar es el fallecimiento de uno de los voluntarios del Stella Maris de Tarragona, que cayó al mar mientras desarrollaba su labor en el puerto. Se trata de Josep Maria Palau, un hombre de 76 años que se había sumado al equipo en 2019. Según explica Jessica Linares, voluntaria como Josep Maria, era un hombre entregado a la acción social y a la Iglesia, pues había sido responsable de Cáritas en Montblanc, pertenecía a la Hospitalidad de Lourdes y colaboraba con la iniciativa Café y Calor. Su entrega, añade, ejemplifica perfectamente la labor de los voluntarios de los Stella Maris, en torno a 200 en toda España.
«Era asiduo cada tarde y luego empezó a venir por las mañanas también. Era un hombre con un gran deseo de ayudar a los demás. No hablaba inglés ni conducía, pero encontró su lugar como voluntario del Stella Maris. Hemos permanecido muchos días abiertos gracias a él. Cuando faltaban voluntarios, siempre estaba dispuesto a ir al centro para sustituirlos. Su pérdida inesperada ha sido un gran golpe», recuerda el padre carmelita Benny Manackaparambil, director del Stella Maris de Tarragona.