El Año de la Vida Consagrada está presentando desafíos muy alentadores para la vida consagrada y, por tanto, para la Iglesia en España. Menciono solo tres: alegrar, despertar y adorar.
Alegrar. Fue la primera exhortación del Año: ¡Alegraos! y contagiad la alegría. Es fruto del encuentro personal y comunitario con Cristo y de la vivencia coherente del Evangelio. El Papa nos dice que donde hay consagrados hay alegría. En parte es constatación, pero es más un magnífico reto para nuestra vida y misión, que hemos de pedir como don y procurar como tarea.
Despertar. Llegó como exigencia motivadora: ¡Despertad al mundo! Esto nos hace despertar a nosotros. Despertarse para despertar nos ha descubierto la profecía de la vigilancia. Siendo profetas vigilantes podemos proponer al mundo que se sume al proyecto liberador de Dios sobre la humanidad.
Adorar. El Papa Francisco dijo a los jóvenes consagrados en Roma el pasado 17 de septiembre: «Sed hombres y mujeres de adoración». Invitaba a evitar tentaciones de narcisismo, igual que nos había exhortado antes a superar la autorreferencialidad. Solo centrados en Dios podemos ir a otras orillas y acoger con el corazón propio de personas consagradas a refugiados, inmigrantes, parados, víctimas de la trata de seres humanos, ancianos, enfermos, jóvenes, niños…
Adorar, proclamar la primacía de Dios, nos despierta, alegra y lanza como vida consagrada en salida, dentro de la Iglesia en salida, en permanente estado de misión.