Estrella de la mañana
En la cultura cristiana, la estrella es uno de los símbolos más básicos, versátiles y utilizados de la iconografía. Aparece repetidas veces en el lenguaje bíblico, y en la tradición de la imaginería cristiana es un elemento muy presente y cargado de significado
La estrella ha sido adoptada por diversas culturas como símbolo teológico. Es el resultado del hombre maravillado con los fenómenos naturales y que los asocia con lo divino y sobrenatural. El firmamento siempre se ha interpretado como el escaparate del más allá, y las estrellas como testigos visibles de ese mundo trascendental. Desde un punto de vista poético, podemos seguir pensándolo. En palabras de santo Tomás de Aquino, «el mundo físico es una metáfora corpórea de la realidad espiritual».
En la cultura cristiana, la estrella es uno de los símbolos más básicos, versátiles y utilizados de la iconografía. No solamente porque aparece repetidas veces en el lenguaje bíblico, sino porque, en la tradición de la imaginería cristiana, es un elemento muy presente y cargado de significado. A partir de la Edad Media, empezó a reservarse este emblema a la Virgen. En las letanías del rosario se invoca a María como Stella matutina refiriéndose a la Estrella Polar, que indica el norte, o la vespertina, también llamada lucero del alba, que en realidad es el planeta Venus. Es la misma advocación que la de Stella maris. Se refiere a esa estrella que brilla más que las demás y que permanece durante la aurora. Cristo es el Sol, la Luz del mundo, y la Virgen el segundo astro más luminoso del firmamento, que anuncia el fin de la noche y anticipa la luz del nuevo día. Esta estrella de la mañana, o de los mares, se asocia estrechamente al mundo marinero, ya que es la guía de los navegantes para llegar al puerto desde tiempos inmemoriales. Por eso, esta advocación es una preciosa metáfora que habla de María como predecesora de Cristo, la Luz que ilumina el mundo. Ella guía a sus hijos en el mar de la vida hacia su Hijo.
La presencia en el arte de la Stella maris es muy numerosa. Suele darse en una composición parecida a una Inmaculada barroca, vestida de azul y blanco, con las manos en actitud orante. Pero en vez de estar en un escenario celeste, está de pie sobre las olas del mar. Por supuesto, no puede faltar la figura de la estrella irradiando haces de luz, que se sitúa sobre la cabeza o el pecho de la Virgen, o bien en el cielo. También puede acompañar la escena un barco sujeto en los brazos de María o navegando en el horizonte. Por otro lado, existe una imagen de esta advocación de una manera más directa y menos narrativa, que es la de Nuestra Señora de la Estrella, representada desde la Reconquista pero adquiriendo un especial protagonismo en los siglos XVI y XVII. Hoy en día este nombre mariano concentra su devoción en Coria del Río (Sevilla) donde se venera la imagen de la Virgen de la Estrella realizada por Castillo Lastrucci en 1937.
Caben destacar otras formas de representación en las que se atribuye este símbolo a la Virgen. La más difundida es la corona de doce estrellas o su imagen inserta en una mandorla de luceros, lo cual hace referencia a la mujer que describe el Apocalipsis. El diseñador de la bandera de Europa confesó en su día que se inspiró en esto mismo, y otras muchas banderas y escudos lucen la corona estrellada siguiendo la iconografía moderna. Asimismo, se suelen añadir las estrellas bordadas en vestiduras de María. Nos viene a la cabeza el ejemplo más evidente y visual: la Virgen de Guadalupe mexicana. Pero existen multitud de ejemplos. En la mayoría de los casos, la Virgen se representa con vestido blanco, rojo o neutro (lo cual hace alusión a su humanidad terrenal) y sobre él una túnica o manto azul (porque también es Reina del cielo). Las estrellas del manto son un énfasis de ese significado.
La estrella es un símbolo mariano indiscutible cuya presencia a veces pasa desapercibida. Sin embargo, también es un emblema iconográfico para muchos otros motivos cristianos y no cristianos (véase la estrella de Belén, la de David, la que corona los abetos navideños…). En el arte tampoco se ha reservado a motivos estrictamente religiosos. Por ejemplo, varios artistas contemporáneos han dedicado obras enteras a esta estrella de la mañana. Por ejemplo la pintura de Joan Miró titulada La estrella matinal (1940); el cartel de Alphonse Mucha Estrella de la mañana (1902), y la presencia de este astro en la famosísima obra de la Noche estrellada (1889) de Van Gogh, testificado por él mismo en una de sus cartas a Theo donde describe: «Esta mañana, desde mi ventana, he contemplado la campiña largo tiempo, antes de la salida del sol; solo brillaba la estrella matutina, que parecía enorme».