La pandemia, escribe el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro en Alfa y Omega, «nos ha hecho verdaderamente conscientes de que la única salida que tenemos es la del buen samaritano». Hay que detenerse junto al que sufre, agacharse y ayudarlo porque la alternativa, advierte, es «ser protagonistas de una sociedad de la exclusión».
Con esta idea, el Departamento de Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal acaba de celebrar el XXIV Encuentro de Juristas y Pastoral Penitenciaria, en el que se ha analizado cómo han vivido el último año los reclusos. Según lamenta el obispo responsable, el auxiliar de Madrid José Cobo, «la pandemia ha caído como una pena más a quienes ya cargan con muchas penas» e incluso se han limitado sus derechos.
La Iglesia, con capellanes, voluntarios y profesionales como los del ámbito jurídico, sigue y va a seguir a su lado. Tiene la «mirada» del buen samaritano especialmente con los reclusos más vulnerables: con los mayores, los enfermos o las mujeres, a las que ayuda la Fundación Prolibertas de los trinitarios, como recoge este semanario. Porque lo que hagamos con nuestros «hermanos más pequeños», con el Señor lo hacemos.