La artista de la Eucaristía
Con motivo del Corpus descubrimos a Matoya Martínez-Echevarría, que ha iniciado una línea de pintura religiosa donde predomina la imagen de la Sagrada Hostia. Ya ha hecho trabajos para Hakuna o Iesu Communio
Con motivo de la festividad del Corpus Christi descubrimos a una artista que, desde su gran sensibilidad y experiencia personal, ha iniciado una línea de pintura religiosa donde predomina la imagen de la Sagrada Hostia en la Eucaristía. Con un estilo moderno y pseudoabstracto, logra dotar a sus pinturas de una trascendencia muy visible. Sus imágenes ayudan a la oración y a encontrar a Dios a través de la belleza.
Hablamos de Matoya Martínez-Echevarría, la artífice de las conocidas pinturas de Hakuna. Su reconocimiento como artista contemporánea de motivos religiosos se está proyectando cada vez más. Sus creaciones se han visto expuestas en lugares de referencia como el Vaticano, Iesu Communio y, por supuesto, en Hakuna. Actualmente tiene encargos importantes, como una gran pintura mural en una capilla en Valencia, y otros proyectos más de carácter expositivo en San Francisco y Luxemburgo. Asimismo, cada vez recibe más encargos para colecciones particulares, como la última (y más sonada) encomendada por la pareja de influencers María García de Jaime y Tomás Páramo.
Matoya nunca pensó que su carrera artística iba a desembocar en el tema sacro, pero ella misma descubrió que «el mensaje de la búsqueda de Dios a través de la belleza, la música… todos los sentidos, ha sido definitivo para atreverme a reflejar los sentimientos del alma». Este tipo de obras contienen una intimidad personal mucho mayor que las que estaba acostumbrada a hacer, por ello, el proceso creativo es más pausado, delicado y difícil. «Primero me llega una emoción y empiezo a interiorizarla hasta que la hago mía. Luego, me atrevo a plasmarlo en una tabla», revela.
Una de las pinturas más famosas de su trayectoria es El abrazo. Consiste en una sencilla y a la vez muy penetrante composición que representa la Hostia abrazada en un círculo infinito. Cuenta Matoya que este cuadro lo concibió escuchando una conferencia en Roma impartida por un obispo alemán. Hablaba sobre la creación y cómo Dios nos envuelve en la inmensidad del universo. Un año después de aquella ponencia, escuchando la canción de El abrazo de Hakuna, la inspiración para ejecutar esta obra se completó. «Fue un momento de inspiración muy potente; no soy capaz de explicar la emoción que se siente cuando se está creando una obra como esta. Es música, oración y arte. Así surgió el cuadro», expone la artista.
El fundador de Hakuna, José Pedro Manglano, fascinado por la obra de Matoya, no tardó en encargarle una Virgen: la Madre de Hakuna. «Este es un cuadro que yo no quería pintar, me daba vértigo y me producía mucho respeto pintar a la Virgen. Mi respuesta fue no rotundo», confiesa. Pero, finalmente, encontró una luz de inspiración durante una adoración en Iesu Communio y visualizó la composición de la Madre de Hakuna. Una Virgen arrodillada abrazando a su Hijo en forma de Hostia. El cuadro fue muy aclamado; tanto, que lo llevaron al encuentro del Papa Francisco con Hakuna, que tuvo lugar en Roma en octubre del 2018, para regalárselo. El Santo Padre les invitó a celebrar una hora santa en la basílica de San Pedro con la pintura de la Madre de Hakuna expuesta junto al altar mayor. El mismo Papa, después de dirigirles unas palabras, los acompaño en la oración situándose como uno más entre ellos detrás de una columna. «Cuando le entregamos el cuadro, me di cuenta de que ya no era mío, era de todo Hakuna. Para mí es un grandísimo honor que el Santo Padre lo tenga. No puedo aspirar a más».
Otra de sus obras más conocidas fue la que cedió a Iesu Communio, titulada IESU. «Es una obra moderna, como son ellas. En el centro está su Esposo (como se refieren a Cristo) representado en una gran Hostia. Y alrededor del Esposo toda la comunidad simbolizada en el color azul de sus hábitos de tela vaquera. Con una variable gradación de azules represento las diferentes etapas vitales de cada hermana en su vida religiosa», explica la artista.
El sello que define su estilo es la técnica del acrílico aplicado generosamente con espátulas y otros instrumentos, con movimientos rápidos, y una paleta cromática de neutros y blancos. El resultado es un perfecto soporte para encerrar esa profundidad que envuelve al espectador en sentimientos muy íntimos. Matoya desvela parte de esa intimidad propia e invita a rezar a quien contempla. Confiesa que «aún sigo sorprendiéndome cuando veo que alguien es capaz de rezar con mi obra».