Profesores de universidad que dan clase de cómo educar a niños cuando nunca han sido educadores de niños. Esto es impensable en otras profesiones. ¿Imaginas a un médico que dé clases de cómo operar y nunca hubiera operado? Un porcentaje muy alto de universitarios, futuros profesores, no buscan la educación como primera opción. Así se evidencia al ver el orden de opciones cuando eligieron carrera. Colegios que se venden al impacto social y a la imagen, consiguiendo sellos que garantizan la calidad de formas y no de educación, comprando tablets solo por subir en el ranking. Profesores que olvidan los fines de la educación y acoplan las clases a sus intereses y a sus necesidades psicológicas, negándose a crecer y justificándose en lo mal que está todo. Familias que se niegan a asumir la educación de sus hijos. Políticos que instrumentalizan la educación. Sociedad que exige una alta capacitación a un ingeniero que trabaja con hierro y piedras y no pide apenas nada para el profesor que trabaja con sus hijos y… la lista sigue. La educación esta malita y llegó la pandemia.
Pero ciertamente estas enfermedades conviven con muchos profesionales y grandes personas en todos los niveles que no pierden de vista al niño y dan lo mejor de sí.
Lo que me resulta cansado es que, aun sabiendo que no hay nada nuevo bajo el sol, en educación hay muchos vendedores de humo que dicen haber encontrado en una nueva técnica o metodología el elixir de la clase motivada. Y, si hay vendedores de humo que gritan: «¡El reino de Dios está aquí!», es porque hay compradores de recetas que buscan quitarse de encima los problemas sin tener que pensar qué está pasando en sus vidas ni comprometerse. Además, hoy cuando se habla de motivación en verdad lo que se está buscando es que el niño haga lo que dice el adulto y encima le sonría. Buscan el botón de la motivación. Ahora creen encontrarlo en la emoción. Hay que emocionar. E ignoran que la emoción sigue a la motivación, no la precede. La motivación es un tema antropológico antes que psicológico.
La educación esta malita, aunque no más que antes. Es una enfermedad crónica. Nos hemos acostumbrado a vivir enfermos. Urge dejar de buscar sensacionalismos y recuperar una educación que permita que las personas vivamos humanamente.
Imagina a un perro motivado, saltando y corriendo. ¿Por qué está motivado? La respuesta es obvia: «Porque vive como un perro». ¿Cuándo encontraremos motivados entonces a los profesores, los alumnos, los directores, etcétera? La respuesta es también obvia: «Cuando vivan como personas». ¿Qué argumentación más hace falta?, ¿qué es ser persona? Como decía, es un tema antropológico.
Mientras organicemos la educación en clave de utilidad seguiremos por mal camino. Necesitamos una educación de valor, y lo valioso está en la persona.
Ya en la época de Platón discutían si valía la pena enseñar dialéctica a los jóvenes, pues sus profesores se la enseñaban como una técnica desligada de lo personal y los alumnos acababan usándola para atacarse mutuamente, tan descreídos como sus profesores. Habían desligado la adquisición de la competencia de la vida y el encuentro interpersonal. Como veis, la educación está malita, pero no más que ayer.
Esta mal entendida tecnificación de la educación como adquisición de competencias ha sido muy criticada en muchos momentos de la historia. Pero seguimos haciendo oídos sordos. En el fondo, porque se desconfía del ser humano y se prefiere controlar. Al capacitar a los jóvenes para que se inserten en la sociedad, se les quiere controlar para que reemplacen las piezas del engranaje social que van faltando. Me parece perverso buscar tal inserción social, que acaba siendo una manipulación del joven. Mejor desear, educar y esperar a jóvenes que puedan renovar la sociedad y les permitan crecer.
En la búsqueda de soluciones fáciles aparece la educación emocional, que, aunque tiene muchas formas de entenderse, la versión ganadora es la inteligencia emocional con la que se pretende dar recursos para tomar el control de sí. Dicha inhumana propuesta nace en el mundo empresarial norteamericano, donde todo se regula en función del éxito empresarial, entendido como ganancia económica. El directivo se regula para que sus emociones no le jueguen malas pasadas; regula el ambiente para que los trabajadores se centren en el trabajo, y regula la relación para provocar estados emocionales en el otro. ¿Y la persona? Un directivo que se deshumaniza, deshumaniza a los otros. Pero esta visión actualmente gana y ha entrado en los colegios.
Decimos educar para una sociedad de convivencia y educamos para la autoconstitución por el control del entorno, las relaciones y de uno mismo. Acabaremos teniendo jóvenes descreídos, como sus profesores, y disfrutarán como cachorros dando zarpazos a los demás, como ya decía Platón.
Las emociones son una realidad estupenda para la educación, pero desde otra perspectiva: no se trata de educar las emociones, sino de educar a la persona partiendo de su realidad emocional. Otra educación emocional es posible.