Una España posible con compromisos diferentes - Alfa y Omega

La campaña a las elecciones de la Comunidad de Madrid, el resultado de estas y el día después están provocando ríos de tinta que se desbordan en artículos que analizan, explican y quieren comprender los resultados, éxitos y fracasos.

Se está escribiendo y diciendo tanto que hasta el politólogo más avezado puede quedar hastiado. Por eso no pretendo que este artículo sea más de lo mismo, ni mucho menos busco la controversia. Mi intención es entrar en diálogo con María Teresa Compte Grau a propósito de su magnífico artículo en Alfa y Omega, con el que estoy fundamentalmente de acuerdo, pero (siempre hay alguno) me suscita algunas cuestiones.

La profesora Compte, recordando la Gaudium et spes, habla de la gran pluralidad de opciones que hay entre los católicos. Y aclara muy oportunamente que los que reclaman un Vaticano III y los que añoran el Vaticano I, no «acaban de entender que ni se debe, ni se puede reducir el Evangelio a una opción partidista». Y es por esto, por lo que me llama la atención que hable de voto católico y no del voto de los católicos.

Quizá pueda parece una distinción escolástica, pero considero que precisamente porque es necesario defender esa legítima pluralidad en el conjunto de los católicos no se puede hablar de voto católico, lo mismo que, mutatis mutandis, ningún partido se puede apropiar de ese voto como si fuera la única opción posible. Los hechos han demostrado que esa ilegítima apropiación por parte de un partido político de la defensa del catolicismo siempre ha sido perjudicial para la Iglesia y para los católicos.

Al comienzo de su artículo, María Teresa Compte denuncia «que, precisamente los católicos, lejos de moderar la contienda y fomentar la paz cívica, nos lancemos a los extremos caldeando más lo que ya hervía». Es posible que yo viva en una burbuja, pero durante los días previos a las elecciones, la vida madrileña transcurría con total normalidad y solo los carteles electorales hablaban de la campaña electoral. Estos días de campaña he podido ir tranquilamente por las calles de Madrid sin que nadie me asaltase pidiendo el voto para un partido, ni me han lanzado improperios o acusaciones partidistas. Y con esto no pretendo negar que haya habido en algunos casos una violencia totalmente condenable.

Por eso, creo que «el clima de enemistades políticas» del que habla la profesora Compte, era más propio de políticos que lanzaban soflamas para echarse al monte o levantar barricadas contra no sé muy bien quien, o de algunos medios de comunicación que consideran que el conflicto atrae más audiencia. Pero creo que la mayoría de los ciudadanos, incluidos una gran parte de los católicos, si queríamos «moderar la contienda y fomentar la paz cívica».

La fortaleza de la democracia española

Creo, aun a riesgo de equivocarme y eso el tiempo lo dirá, que no estamos ni en mayo de 1931, ni en octubre del 34, ni en febrero-julio de 1939. La gran participación que hubo el pasado 4 de mayo demuestra la fortaleza de la democracia española. Y es por esto, por lo que considero que ahora, más que nunca, hay que reclamar una sana equidistancia, que sabe que en medio está la virtud y que esta no es mediocridad sino excelencia. Esa sana equidistancia que no es un buenismo que da por buena cualquier ideología.

Me gustaría soñar que esta sana equidistancia es la tercera España. Una España que quiere paz y progreso. Una España que quiere ser justa y solidaria. Una España que es magnánima, porque hace del adversario político un aliado con el que dialogar y progresar juntos, y no lo convierte en un enemigo al que destruir. Una España que está formada por ciudadanos que madrugan, trabajan, aman la vida y la defienden desde su concepción hasta su muerte natural, y no por militantes. Una España que ama su tradición, pero no se queda anclada en el pasado porque mira al futuro con esperanza.

Creo que esta es la España posible, la que construye uniendo y en la que cabemos todos. Este fue el sueño de paz y reconciliación de León XIII con el Ralliement, en el que se deja de lado lo «accidental» para buscar la unidad en lo fundamental. El cardenal Ferrata, nuncio en la Francia de la III República, dijo en sus Memorias que con este proyecto el Papa quiso «reconciliar la fe con la razón, la Iglesia con la sociedad, la Santa Sede con los gobiernos y, gracias a esta armonía, asegurar a los hombres en la verdad y con ella el orden, la justicia y la prosperidad nacional».