«Debemos recuperar el sentido del don», eclipsado por el «capitalismo salvaje», pide el Papa
Además de un monasterio de vida contemplativa -en el que reside actualmente Benedicto XVI-, el Vaticano cuenta con una casa de acogida para los más pobres: se llama Don de María, y Juan Pablo II se lo encomendó, en 1998, a la Madre Teresa de Calcuta. El Papa Francisco lo visitó el martes para conmemorar su 25 aniversario. Allí denunció que la crisis económica se debe a que «el capitalismo salvaje» ha hecho olvidar «el sentido del don», y aconsejó a los futuros sacerdotes pasar por esta casa, donde se experimenta «una luminosa transparencia de la caridad de Dios, que es un Padre bueno y misericordioso hacia todos»
El encuentro del Papa con las Misioneras de la Caridad, el pasado martes, contó con la presencia de más de un centenar de personas, entre los usuarios de la casa, voluntarios y amigos, además de las religiosas que atienden el Don de María y otras Misioneras de las diversas comunidades en Roma.
Las religiosas recibieron al Papa Francisco con una guirnalda de flores, según la tradición india. Después, la Madre General, sor Pierick Mary Prema, sucesora de la Beata Teresa de Calcuta, dio la bienvenida al Pontífice, a quien extendió «nuestro profundo agradecimiento por aceptar la invitación» y a quien pidió «oraciones para que siempre podamos ser fieles a nuestro carisma» y la bendición apostólica «a este trabajo, signo visible de la compasión de Jesús en el mundo actual».
El Papa también dirigió unas palabras a los presentes, a quienes saludó uno a uno al término del discurso. Francisco agradeció el trabajo de las Misioneras de la Caridad, «la mano de Dios que sacia el hombre de todo viviente». Y recordó cómo, en los 25 años que lleva en marcha la casa, «os habéis inclinado sobre quien tiene necesidad, como el buen samaritano, le habéis mirado a los ojos, le habéis dado la mano para levantarlo. ¡Cuántas bocas habéis alimentado con paciencia y dedicación! ¡Cuántas heridas, especialmente espirituales, habéis vendado!».
El Pontífice recalcó, en sus palabras, la importancia de la palabra casa, como «lugar en el que cada persona aprende a recibir amor y a donar amor». También aludió al significado de don en la casa de acogida: «Esta casa dona acogida, apoyo material y espiritual», pero también «ustedes son un don para esta casa y para la Iglesia. Ustedes nos indican que amar a Dios y al prójimo no es algo abstracto, pero profundamente concreto: quiere decir ver en cada persona el rostro del Señor que debemos servir y servirlo concretamente».
Ante la lógica del don, Francisco pidió «recuperar su sentido, el de la gratuidad, el de la solidaridad» y subrayó que es el «capitalismo salvaje» el que «ha enseñado la lógica del provecho a cualquier costo, del dar para obtener, del explotar sin mirar a las personas… ¡Y los resultados los vemos en la crisis que estamos viviendo!».
Finalizó el Papa su discurso con la tercera palabra clave para la casa de acogida: María, a la que calificó como «ejemplo y estímulo para quienes viven en esta casa, y para todos nosotros, para vivir la caridad hacia el prójimo, no por una especie de deber social, sino partiendo del amor de Dios, de la caridad de Dios».
El Don de María
Fundada el 28 de mayo de 1988 por el beato Juan Pablo II y la beata Teresa de Calcuta, la casa de acogida Don de María da techo a 25 mujeres jóvenes que viven situaciones de dificultad económica y exclusión social. Además, hay un comedor exterior al que acuden, a diario, alrededor de 60 hombres, en su mayoría, inmigrantes sin hogar.
Juan Pablo II visitó en nueve ocasiones la casa-hogar. También Benedicto XVI estuvo allí en 2008, y en aquella ocasión recordó el por qué del nombre de la casa: «La Madre Teresa quiso llamarla Don de María por su deseo de que aquí se pueda sentir siempre el amor de la Virgen. Para cualquiera que viene a llamar a la puerta, ser acogido por los brazos amorosos de las religiosas y los voluntarios es un Don de María». A los presentes les pidió que «comuniquen, a cuantos pasen por la casa, la misma pasión por Cristo y la luminosa sonrisa de Dios que avivaron la existencia de Madre Teresa».
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes.
Dirijo un afectuoso saludo a todos vosotros; en modo completamente especial a vosotros, queridos huéspedes de esta Casa, que es sobre todo vuestra, porque para vosotros ha sido pensada e instituida. Doy gracias a cuantos, en diversos modos, apoyan esta bella realidad del Vaticano. Mi presencia esta tarde quiere ser sobre todo un gracias sincero a las Misioneras de la Caridad, fundadas por la beata Teresa de Calcuta, que actúan aquí desde hace 25 años, con numerosos voluntarios, en favor de tantas personas necesitadas de ayuda. ¡Gracias de corazón!
Vosotras, queridas hermanas, junto a los Misioneros de la Caridad y los colaboradores, hacéis visible el amor de la Iglesia por los pobres. Con vuestro servicio cotidiano, sois –como dice un Salmo– la mano de Dios que sacia el hambre de todo viviente (cfr. Sal 145, 16). ¡En estos años, cuántas veces os habéis inclinado sobre quien tiene necesidad, como el buen samaritano, le habéis mirado a los ojos, le habéis dado la mano para levantarlo! ¿Cuántas bocas habéis alimentado con paciencia y dedicación! ¡Cuántas heridas, especialmente espirituales, habéis vendado! Hoy quisiera detenerme en tres palabras que os son familiares: Casa, don y María.
Esta estructura, querida e inaugurada por el beato Juan Pablo II, –¡pero ésta es una cosa entre los santos, entre beatos! Juan Pablo II, Teresa de Calcuta; y la santidad ha pasado; ¡es bello esto!– es una casa. Y cuando decimos casa entendemos un lugar de acogida, una morada, un ambiente humano donde estar bien, reencontrarse a sí mismos, sentirse integrados en un territorio, en una comunidad. Todavía más profundamente, casa es una palabra de sabor típicamente familiar, que recuerda el calor, el afecto, el amor que se pueden experimentar en una familia. La casa entonces representa la riqueza humana más valiosa, la del encuentro, la de las relaciones entre las personas, diversas por edad, por cultura y por historia, pero que viven juntas y que juntas se ayudan a crecer. Precisamente por esto, la casa es un lugar decisivo en la vida, donde la vida crece y se puede realizar, porque es un lugar en el que cada persona aprende a recibir amor y a donar amor. Ésta es la casa. ¡Y esto trata de ser desde hace 25 años también esta casa! En el límite entre el Vaticano e Italia, es un fuerte reclamo a todos nosotros, a la Iglesia, a la Ciudad de Roma y a ser siempre más familia, casa en la que se está abierto a la acogida, a la atención, a la fraternidad.
Hay después una segunda palabra muy importante la palabra don que califica esta casa y define su identidad típica. Es una casa, de hecho se caracteriza por el don y por el don recíproco.
¿Qué quiero decir? Que esta casa dona acogida, apoyo material y espiritual a ustedes queridos huéspedes, provenientes de diversas partes del mundo.
Pero también vosotros sois un don para esta casa y para la Iglesia. Vosotros nos indicáis que amar a Dios y al prójimo no es algo abstracto, sino profundamente concreto: quiere decir ver en cada persona el rostro del Señor que debemos servir y servirlo concretamente.
Y vosotros sois –queridos hermanos y hermanas– el rostro de Jesús. ¡Gracias! Vosotros donáis la posibilidad a cuantos trabajan en este lugar, de servir a Jesús en quien se encuentra en dificultad, en quien tiene necesidad de ayuda.
Esta casa entonces es una luminosa transparencia de la caridad de Dios, que es un Padre bueno y misericordioso hacia todos.
Aquí se vive una hospitalidad abierta sin distinción de nacionalidad o de de religión, según enseñanza de Jesús: «Gratuitamente habéis recibido, dad gratuitamente». (Mt 10, 8).
Debemos recuperar todos el sentido directo del don, de la gratuidad, de la solidaridad. Un capitalismo salvaje ha enseñado la lógica del provecho a cualquier costo, del dar para obtener, del explotar sin mirar a las personas… ¡Y los resultados los vemos en la crisis que estamos viviendo!
Ésta casa es un lugar que educa a la caridad, una escuela de caridad, que enseñar a estar cerca de cada persona, no por provecho pero por amor. La música -digámoslo así- de esta casa es el amor, y esto es bello y me gusta que seminaristas de todo el mundo vengan aquí para hacer una experiencia directa del servicio. Los futuros sacerdotes pueden así vivir en modo concreto un aspecto esencial de la misión de la Iglesia y hacer tesoro para su ministerio pastoral.
Existe, para finalizar, una última característica de esta casa: esta se califica como un don de María. La Virgen Santa ha hecho de su existencia un incesante precioso don a Dios, porque amaba al Señor. María es un ejemplo y un estímulo para quienes viven en esta casa, y para todos nosotros, para vivir la caridad hacia el prójimo, no por una especie de deber social, sino partiendo del amor de Dios, de la caridad de Dios.
Y también –como hemos sentido en las palabras que nos dijo la madre– María es aquella que nos lleva Jesús y nos enseña cómo ir hacia Jesús. Y la madre de Jesús es nuestra y hace familia con nosotros y con Jesús. Para nosotros cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es la más importante y la más límpida expresión.
Aquí se busca amar al prójimo pero también dejarse amar por el prójimo. Estas dos actitudes caminan juntas, no puede existir una si no está también la otra. En el papel membrete de las misioneras de la caridad están impresas estas palabras de Jesús: «Todo aquello que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, lo habéis hecho a mí». (Mt 25, 40). Amar a Dios en los hermanos es amar a los hermanos en Dios.
Queridos amigos gracias nuevamente a cada uno de vosotros. Rezo para que esta casa continúe a ser un lugar de acogida, de don, de caridad en el corazón de nuestra ciudad de Roma. La Virgen María os cuide y os acompañe mi bendición. Gracias.