Asunción Esteso Blasco: «Solo pensamos a corto plazo, en la mascarilla más barata» - Alfa y Omega

Asunción Esteso Blasco: «Solo pensamos a corto plazo, en la mascarilla más barata»

Para la presidenta de la Asociación por una Economía de Comunión en España, Asunción Esteso, la pandemia ha reforzado la idea de que se pueden vivir las relaciones económicas de otra manera

María Martínez López
Foto: Focolares

Después de 20 años en la empresa privada, Asunción Esteso se cambió a la formación profesional. La movía el afán de transmitir a los jóvenes que se preparan para el mundo laboral la certeza de que se pueden vivir el trabajo y las relaciones económicas de otra manera. Un diagnóstico que la pandemia ha reforzado. Como presidenta de la Asociación por una Economía de Comunión en España, la propuesta que mejor conoce es la que fundó Chiara Lubich en 1991. Sus empresas dividen los beneficios en tres partes: una se reinvierte, otra se destina a los pobres y la última a la formación. El objetivo, aclara, «no es crear empresas éticas (aunque luego lo sean) sino erradicar la pobreza».

¿Qué efectos cree que puede dejar la pandemia en la economía?
La verdad es que este momento nos ha interpelado a todos muy profundamente, y abarca muchísimas cosas. Es una crisis productiva, comercial, de deuda… Uno de los efectos más preocupantes que va a quedar es el empobrecimiento de la población, con empresas cerradas y elevadas cifras de paro. También podemos hablar del efecto que supone para la deuda pública, en estos días en que se está hablando del plan que hay que presentar a Europa para conseguir las ayudas del fondo Next Generation. España va a ser el segundo país que más fondos reciba. Pero esas ayudas están sujetas a conseguir unos hitos. Si conseguimos utilizar esos fondos para tantas cosas que tenemos pendientes, como la modernización del país, será una oportunidad muy importante. No vamos a tener otra como esta. Pero como no se gestione todo bien… Los políticos deben ser conscientes además de que tienen que ir a las cosas que importan a la ciudadanía, a los derechos civiles y políticos; económicos y sociales, y no perderse en batallas ideológicas y polarizaciones. Y la gestión va a ser compleja, porque también parte va a pasar a través de las comunidades autónomas.

¿Qué consecuencias tendría perder esta oportunidad?
De estas ayudas, unas se tendrán que devolver. Y al final la deuda se paga con impuestos, que pagan las clases medias. Ya estamos muy endeudados, y esto es comprometer más a las generaciones del futuro. Luego están las ayudas a las grandes empresas. Deberían estar condicionadas al no reparto de dividendos. Si se recibe una ayuda pública, debería constituirse un fondo para también contribuir más fiscalmente y que las empresas se hagan más resistentes a los tiempos de crisis. Si no, después tenemos que salvarlas entre todos.

En cualquier caso, me refería más bien a cambios en cómo pensamos la economía.
Por un lado, el teletrabajo ha venido para quedarse, aunque no todos serán susceptibles de teletrabajar. Esto tiene ventajas, e inconvenientes como el estar siempre disponible. También echamos de menos ir al trabajo por los compañeros, por la corporeidad de las relaciones. Hemos visto lo importantes que son los bienes relacionales. Luego, ha cambiado el valor del trabajo.

¿Cómo?
Se ha puesto en evidencia que los trabajos más humildes y peor pagados (repartidores, camioneros, limpieza…) son esenciales. Se pagan millones a jugadores de fútbol o youtubers que no sustentan la sociedad, mientras parece que lo manual no tiene valor. Pero ahí hay mucho amor civil y laico, y hemos empatizado con ellos. También se ha redescubierto el valor de la vocación profesional (pienso en los sanitarios que se han contagiado o han trabajado sin medios suficientes), que se debe potenciar desde su formación. Y el valor del trabajo mismo. Siempre nos quejamos, pero si nos quedamos sin él vemos que no lo queremos solo para ganarnos un sueldo, sino que también es una forma de sentirnos vivos. Valoramos el domingo porque existe el lunes. Un último descubrimiento es que la tecnología es muy útil porque nos acerca a los demás pero por sí sola no puede resolver los problemas.

«Cuando formas parte de redes de ayuda mutua, con la cultura del dar, se generan soluciones creativas ante la crisis»

De repente, las cadenas de suministro se cortaron, y pareció que depender de China y Asia como productor y como mercado no era buena idea, que no había músculo local para suplirlos en una situación así. Pero parece que hemos vuelto a las andadas.
Porque tenemos una mirada que piensa en el beneficio a corto plazo, en que la mascarilla china me resulta aparentemente más barata. La economía no puede cambiar hasta que no cambie la mentalidad, y no se valore solo lo más barato sino los costes medioambientales del transporte, o que podemos volver a sufrir una situación de desabastecimiento. Si toda esa producción la hubieran realizado empresas españolas, los problemas se habrían solucionado con más facilidad. Por eso, para no volver a esa normalidad, es tan importante cambiar los hábitos y potenciar el comercio cercano, que crea más riqueza local. En esos momentos difíciles otra cosa que se puso de relieve fue la necesaria cooperación entre lo público y lo privado.

Y la solidaridad, con tantas iniciativas procedentes también de empresas.
Sería importante que no se olvidara esa capacidad de solidaridad que está como silenciada. Se podría recompensar a esas empresas textiles que se reconvirtieron de la noche a la mañana para fabricar mascarillas y EPI con nuevos contratos de abastecimiento, no volviendo a comprar en China. Pero eso no depende del señor que tiene un presupuesto y al que encargan que cuanto más compre mejor; sino del último de la cadena, que debe decirle: compra lo más sostenible y que produzca riqueza localmente.

¿Cómo han sobrellevado las empresas de economía de comunión la crisis?
Nuestras empresas no son ajenas a las crisis, y la han vivido como tantas otras, con mucha incertidumbre. Pero al mismo tiempo han sabido convivir con la situación porque en su base está la comunión. En seguida empezamos a conectarnos virtualmente. Y cuando formas parte de redes de ayuda mutua, con la cultura del dar, se generan soluciones creativas: una que tenía equipos de protección los compartía con una residencia de ancianos, un experto en ERTE o en créditos hipotecarios de una asesora a otra… Al final, la responsabilidad última es de cada empresario. Pero eso te libera un poco de la angustia. Entender que has sido creado como don para el otro parece que es para la esfera privada, pero se puede poner en práctica también en la empresa.

¿Esta mentalidad había preparado a los empresarios a la hora de tener que tomar decisiones difíciles?
Hay veces que no hay otro camino. La diferencia está en el cómo. Siempre se puede hacer de forma que el otro te comprenda, se sienta acogido, recomendar a un trabajador que despides a otro empresario, tenerlo presente cuando cambie la situación… Muchas veces lo que falta en las empresas es diálogo.

«Hay un peligro de que no cambie gran cosa si no cambia nuestro estilo de vida, si salimos corriendo a los centros comerciales a recuperar el ritmo»

Uno de los rasgos más característicos de la economía de comunión es destinar un tercio de los beneficios a los pobres. ¿Y si no hay beneficios?
Si no tienen no pueden compartirlos, claro. Lo importante es no perder tu esencia, la cultura del dar. La economía de comunión no nace para crear empresas éticas (aunque luego lo sean), sino para contribuir a erradicar la pobreza. Muchas veces lo que eso supone es contratar a quien no contratarían en otra compañía, porque la mejor ayuda es encontrar un trabajo digno. No todas pueden hacerlo, pero sí las que tienen puestos para tareas más básicas. Una de limpieza de coches, en Paraguay, coge a los más vulnerables entre los vulnerables. Un carisma no ve solo las heridas, sino que las transforma en bendiciones imaginando soluciones nuevas. Cuando Chiara Lubich vio la pobreza de las favelas de Brasil, no hizo una captación de fondos, sino que creó la economía de comunión.

¿Es el golpe al turismo una señal para buscar alternativas y apostar por otros sectores?
No se trata tanto de eso, de un sector u otro, sino de que lo que hagamos sea sostenible, no abuse del trabajador ni del medio ambiente, y dé valor añadido. Desde la política se tiene que tener en cuenta el principio de precaución. Una comunidad sabia invierte en tiempos normales para estar preparada para los excepcionales. No puede ser que se vea que no hay ventiladores cuando ya se está muriendo la gente. Esto afecta a la agricultura; a la industria, con esa falta de músculo que comentábamos antes; al sector del cuidado y el servicio cuya importancia estamos viendo ahora… Son reflexiones que no se pueden dejar de hacer.

Desde la reflexión e investigación que también son un pilar en la economía de comunión, ¿vamos a salir mejores en economía?
Es pronto para sacar conclusiones. Pero salir mejores o peores no está escrito, depende de nosotros. La crisis nos ha obligado a detenernos. Pero hay un peligro de que no cambie gran cosa si no cambia nuestro estilo de vida, si salimos corriendo a los centros comerciales a recuperar el ritmo. Los consumidores tenemos un poder que pensamos que es pequeño, pero es muy potente. Si nuestros hábitos cambian, las grandes empresas los tienen en cuenta porque quieren vender. Sí hay indicios positivos. Nosotros estamos volcados en colaborar en la economía de Francisco, una realidad que aunque estaba convocada desde antes se está desarrollando en la pandemia, con muchas pequeñas actividades en las que los protagonistas son los jóvenes. No es un pacto para juzgar (ya hay muchos pronunciamientos) sino para actuar. Y vemos una posibilidad de cambio. Como todos los procesos es lento, pero es una semilla que si unimos esfuerzos sería un ejemplo. Las cosas pequeñas ya no son utopías.