A los 25 años, Adrienne Miller se convirtió en la primera mujer editora literaria y de ficción de la revista Esquire. Eran los años 90, «los días finales de la edad de oro de la prensa escrita»; y ella era «notablemente joven», sin apenas experiencia, pero asumió el reto movida por el amor a la profesión. Hasta la mitad del libro, deja memoria de su trayectoria, de cómo tuvo que endurecerse a marchas forzadas para encontrar y defender su voz en un mundo literario dominado por hombres narcisistas, a la vez que lidiaba para que el resentimiento no se adueñara de su corazón. Según cuenta, tuvo que enfrentarse incluso a situaciones de verdadero acoso. Seguidamente, dedica los diez capítulos restantes a diseccionar su tormentosa relación profesional y sentimental con el escritor David Foster Wallace, que se suicidó en 2008.
La primera parte –bien diferenciada–, de esta historia de superación ofrece el mayor valor testimonial. Se suceden luces y sombras de los más prestigiosos círculos editoriales de Nueva York, desde una visión femenina de supervivencia laboral y emocional en un entorno donde el poder, ejercido habitualmente con tiranía, aparece en manos de protagonistas masculinos que lo eclipsan todo.
Su principal preocupación será «lidiar con los juicios a mujeres emitidos desde revistas masculinas». Manifestará su hartazgo de «ficciones de hombres para hombres» que sexualizan el universo femenino hasta reducirlo a burdos clichés. Más allá de temas como la brecha salarial, lo que denuncia es el traslado de tal estereotipación a la cotidianidad en dinámicas normalizadas. Conmueve su afán por blindar su integridad en el baile de máscaras del culto a la celebridad, entristecen sus comentarios sobre cómo termina por desconfiar de la gente, pero reconforta su evolución en la gestión de la ira en aras de la compasión, y también el hecho de que los personajes más importantes coinciden en algo: todos buscan respeto y confianza, en el fondo.
Son muy interesantes los términos en los que Miller se replantea los peligros de las renuncias morales en el trabajo, exponiendo sus contradicciones íntimas. Impresiona su urgencia de marcar los límites a los demás y, sobre todo, de marcárselos ella misma a favor de su dignidad. También cómo se obligó a reflexionar constantemente sobre sus prácticas éticas para no perder sus valores por las tentaciones derivadas del éxito y no acabar convirtiéndose justo en lo que no quería ser. Combatió la frivolidad con análisis psicosocial y autocrítica (a veces, tan excesiva que ronda la autocompasión). La vemos esforzarse ante la adversidad; pelear, en un hábitat ferozmente competitivo, jerarquizado y clasista, contra sus propios complejos de niña venida de Ohio a la que se le concede una oportunidad más grande de lo que cree merecer con primeras espadas de la escritura. A su vez, aprenderá pronto la lección de que la fama es efímera.
Se convertirá en protectora de hombres brillantes, ególatras, carismáticos y ambiciosos. A veces, incluso les protegerá maternalmente de ellos mismos, salvándoles de sus inseguridades: acabará exhausta. El resultado serán relaciones asimétricas en las que ellos no le devolverán la protección, y el clímax llegará con la irrupción del genio atormentado de Foster Wallace, cronista de la posmodernidad y, también, víctima de la enfermedad mental, con quien Adrienne establecerá una relación que llegará a adquirir tintes tóxicos.
De trasfondo se nos va transmitiendo por el camino cierta esperanza en aspectos compensatorios, si no redentores, del ejercicio artístico. Para culminar, una gran frase que no debe pasar desapercibida: «La amistad es lo único capaz de triunfar sobre el abismo».
Adrienne Miller
Península
2021
416
20,90 €