Como en la inolvidable película que juntó de nuevo a Paul Newman y Robert Redford, la miniserie francesa Lupin es, sobre todo, un golpe de efecto. Entretenida y con más nueces de las que parece entre las abundantes cáscaras, nos cuenta la historia de un ladrón de guante más o menos blanco, interpretado magníficamente por Omar Sy (Intocable), un hombre de las mil caras fascinado por el personaje novelesco de Arsène Lupin, a quien rinde homenaje una y otra vez para tratar de ser eficaz –a la par que elegante–, en la venganza que le debe a su padre y en la educación que ha de dar a su hijo. Porque Lupin, sin más pretensiones que las de ser un divertimento, esconde en el fondo de la trama una interesante aproximación a las relaciones paternofiliales.
La miniserie ha arrasado desde su estreno en enero, se puede ver íntegramente en Netflix, en una primera temporada compuesta por cinco episodios de unos 50 minutos de duración cada uno.
El primer episodio engancha y tiene magia, en sentido estricto, al venir firmado por Lous Leterrier, director de la película Ahora me ves. En las siguientes entregas hay cierta irregularidad dramática y funciona mejor lo que apunta hacia la comedia que aquellas partes en las que se pone la cosa seria. Ya están preparando la segunda temporada.
Hay corrección política, con algún pequeño guiño anticristiano, y un planteamiento moral de esos que nos hace querer al ladronzuelo y repetir el conocido refrán de que quien roba al ladrón… ya se sabe. A pesar de esos peajes, en conjunto, es de las series que se puede ver para pasar un buen rato, siempre que no nos la tomemos demasiado en serio y seamos de los que disfrutamos con las tramas trileras, de las que juegan contigo a que adivines en qué mano se esconde la bolita.