El Papa Francisco recordó ayer, durante la audiencia de los miércoles, a los niños que sufren la explotación infantil. «El 12 de junio, se celebra el Día Mundial contra la explotación laboral infantil. Decenas de millones de niños se ven obligados a trabajar en condiciones degradantes, expuestos a formas de esclavitud y explotación, a los abusos, al maltrato y la discriminación», dijo el Santo Padre, y pidió a la comunidad internacional que los proteja frente a esta paga, porque «una infancia tranquila permite a los niños mirar al futuro con confianza». Y rezó un Avemaría por ellos.
El Papa, que llegó a la Plaza de San Pedro media hora antes de lo previsto, hizo entrar en el Aula Pablo VI a los peregrinos enfermos y minusválidos para evitarles el tremendo calor que ya a primera hora de la mañana caía sobre Roma.
Al entrar a saludarles personalmente, el Papa les dijo: «Ahora, siéntense tranquilos. Podrán verlo todo, seguirlo todo a través de la mega pantalla y sin sufrir este sol que hoy dicen que será el día más caluroso. Y recen por mí».
A continuación, el tema central de la catequesis del Papa fue el séptimo don del Espíritu Santo, el temor de Dios. El Santo Padre hizo hincapié en que el temor de Dios, «al contrario de lo muchos creen, no significa tener miedo de Dios. El temor de Dios es el don que abre nuestro corazón a su bondad y a su misericordia. Porque Dios, como nuestro Papá, nos ama tanto y quiere nuestra salvación. ¡No hay ningún motivo para tener miedo de Él!».
Afirmó que «cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón con este don, nos infunde consuelo y paz, haciéndonos sentir pequeños ante la grandeza de Dios». Es así como, «envueltos y arropados en los brazos del Padre, nos volvemos dóciles a Él, porque lo reconocemos como Padre protector y amoroso. Así, las caricias del Padre, a través de este don del Espíritu Santo, llegan a nosotros, haciéndonos conscientes de que todo proviene de la gracia de Dios y de que nuestra fuerza viene de Él».
Pero, señaló el Santo Padre, «este ser invadidos por el don del temor de Dios que nos lleva a abandonarnos en los brazos del Padre con humildad, docilidad y obediencia no debe ser recibido con resignación y pasividad: al contrario, nos da fuerza y valentía para dejarnos guiar por Él».
Lo que sí recalcó es que «el temor de Dios no nos provoca miedo, pero es una señal de alarma a la persistencia del pecado: cuando una persona vive en el mal, cuando maldice a Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando tiraniza a los demás, cuando vive sólo para el dinero, o la vanidad o el orgullo, nos dice:¡Atención!».
«Nadie se llevará al otro mundo dinero, vanidad, orgullo», señaló. «Esto me lleva a pensar en quienes viven de la trata de personas, o en quienes fabrican armas que generan guerras. Estas personas no son y no serán felices tampoco en el otro mundo porque han corrompido su corazón». Y concluyó pidiendo «que el temor de Dios les haga comprender que un día todo termina, y que deberán rendir cuentas a Dios».