En el viñedo de Thibon
Thibon descubrió el alma mística de Weil. Lo que le agradó de ella fue su sincera búsqueda de la verdad, que nada tenía que ver con las especulaciones de intelectuales no muy predispuestos a adecuar sus teorías a la práctica
El 19 de enero de 2001 murió el filósofo Gustave Thibon en Saint-Marcel d’Ardéche, una pequeña población del valle del Ródano y el mismo lugar donde había nacido 97 años atrás. Fue calificado como el Sócrates o el Marco Aurelio francés, si bien era mucho más que un sabio de aforismos. Solo cursó estudios primarios, aunque la gran biblioteca heredada de su familia fue su particular universidad. Trabajó durante años el viñedo que pertenecía a su familia desde 1670, y al mismo tiempo adquirió una cultura enciclopédica del estilo de un monje medieval. Pero en su juventud se distanció a la vez de los saberes intelectuales y del cristianismo. Más tarde, influenciado por sus lecturas de Bloy y Maritain, volvió a ser cristiano, aunque no al margen del intelecto. Cultivaría a la vez las viñas del vino y de la literatura. La naturaleza, todo un regalo de Dios para él, le brindó un extraordinario silencio creador.
En el verano de 1941 tuvo lugar un suceso que influiría decisivamente en su vida. Recibió una carta de un amigo, el dominico Joseph-Marie Perrin, en la que le pedía un singular favor: acoger en su granja como trabajadora a una mujer de unos 30 años, de orígenes judíos, que no podía ejercer como profesora de Filosofía por las leyes antisemitas del régimen de Vichy. Curiosamente, ese mismo régimen hubiera querido hacer de Thibon su filósofo de cabecera, pero la conciencia de aquel pensador inclasificable nunca se prestó a las manipulaciones políticas en ninguna época de su vida.
Gustave Thibon, filósofo francés, nació en Saint-Marcel d’Ardèche en 1903, el mismo lugar donde falleció en 2001. Nominado al Nobel en Literatura cuatro veces, en el 2000 recibió el Premio de Filosofía de la Academia Francesa.
El padre Perrin pidió a Thibon que recibiera a la joven Simone Weil, que esperaba escapar de Francia en compañía de sus padres. El escritor se mostró reticente, pero finalmente accedió a la propuesta. Tenía cierta curiosidad por conocerla, no podía defraudar a un amigo y, sobre todo, no quería dejar de expresar su solidaridad por el pueblo judío perseguido. Thibon conocía los antecedentes de Weil: sus inquietudes espirituales la acercaban al cristianismo, pero había estado con los anarquistas en la guerra civil española. Además, era una mujer polémica, con la que las discusiones eran de uso frecuente. A fuerza de manifestaciones de sinceridad, la joven le resultaba insoportable. Pero al igual que el vino, las personas pueden mejorar con el tiempo, sobre todo si se tratan con paciencia y amabilidad. Quien obra así, suele obtener buenos frutos. En caso contrario, una viña solo puede dar agrazones. Thibon descubrió el alma mística de Weil, con profundas huellas de san Juan de la Cruz, aunque estas no le impedían interesarse por las místicas hindú o japonesa. Lo que le agradó en la joven fue su sincera búsqueda de la verdad, que nada tenía que ver con las habituales especulaciones de intelectuales religiosos no muy predispuestos a dar un paso adelante y adecuar sus teorías a la práctica.
Aquel verano surgió una amistad indestructible entre Gustave Thibon y Simone Weil, hasta el extremo de que ella le confió sus cuadernos de notas. El escritor publicaría extractos en 1947 con el título de La gravedad y la gracia. Este libro es una introducción al pensamiento de la filósofa, y da la impresión de ser una obra compuesta a cuatro manos. Los textos, que recuerdan a los Pensamientos de Pascal, corresponden ciertamente a Weil, aunque la selección, la estructura y los títulos son de Thibon.
Simone Weil, filósofa francesa, nació en París en 1909 y falleció en Ashford (Inglaterra) en 1943. Formó parte de la Columna Durruti durante la guerra civil y a la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial.
De la fábrica al campo
Ignoro si los estudiosos de Thibon estarán de acuerdo conmigo, pero me atrevo a afirmar que la madurez creativa del escritor francés se alcanzó gracias al encuentro con Weil. De allí salió una cosecha que se prolongaría en el medio siglo siguiente de la existencia de Thibon. Pasaron un verano en un viñedo y en el reposo del atardecer brotaron largas conversaciones sobre lo natural y lo sobrenatural. Simone Weil descubrió junto a Gustave Thibon la naturaleza y el trabajo del campo, pues ella procedía de un ambiente urbano e incluso había compartido la labor con los trabajadores de una fábrica de París. Incluso allí, en medio del ruido y del bullicio, descubrió destellos de lo sobrenatural, pero en 1941, en el viñedo de Thibon, profundizó en su continua búsqueda del absoluto. Fue en ese mismo año cuando expresó esta aspiración: «Deseo ser como la clorofila, que vive y se alimenta de la luz».