Huidobro: un modelo de reconciliación
Se relanza la causa de canonización del jesuita, el capellán que no sabía de trincheras
1937. Frente de Madrid. Un soldado republicano queda atrapado en una trinchera a pocos metros de los soldados nacionales. Ruido y metralla por todas partes. Su vida corre peligro, tiene los minutos contados. En ese momento, un sacerdote con un crucifijo al cuello sale de la nada desde la trinchera de enfrente, se acerca a él y se echa encima para proteger su vida con su propio cuerpo, salvando así su vida. Es una de las innumerables historias de heroicidad del padre Fernando Huidobro, capellán de la Legión, cuya causa de canonización acaba de relanzarse en Madrid de manos de la Compañía de Jesús y del Arzobispado Castrense.
«El padre Huidobro fue una figura extraordinaria», afirma el postulador de su causa, el jesuita Pascual Cebollada, que tiene encomendada la tarea de actualizar un proceso que llevaba ya varias décadas detenido en Roma. «En la Compañía de Jesús su testimonio siempre ha estado presente. Cuando yo estudiaba Teología en los años 80 ya me hablaban de él y de un diario sobre sus propios ejercicios espirituales que escribió», afirma. Su memoria también ha estado muy viva todo este tiempo en la Legión española, el cuerpo militar donde destacó como capellán y en cuyo servicio encontró la muerte. Cada año, los legionarios organizan un acto en su memoria en la iglesia de los jesuitas en la madrileña calle Serrano, y hace un par de años llegaron a escribir al Papa Francisco interesándose por el estado de su causa de canonización. «Son muchos los que no han olvidado al páter en este tiempo, y ahora tanto los jesuitas como los legionarios y su propia familia hemos recuperado la ilusión por su proceso», señala Cebollada.
Nacido en 1903 en Santander, en una familia de profundas convicciones religiosas, Huidobro ingresó en la Compañía de Jesús en 1919. Al ser expulsados los jesuitas de España en 1932, fue destinado en varias ciudades de Europa a seguir su formación hasta que la guerra civil española le sorprendió en Friburgo, mientras preparaba su tesis doctoral de la mano del filósofo Martin Heidegger.
Donde fuera más necesario
«Tenía un futuro brillantísimo, pero hizo un gran acto de generosidad al pedirle al provincial de los jesuitas venir a España», dice su postulador. Al principio solicitó ir a Santander, que estaba en zona republicana, pero se lo negaron por el riesgo que conllevaba ese destino. «A él le resultaba indiferente ir a un sitio u otro, en uno u otro bando; solo quería servir, pero prefería ir donde fuera a ser más necesario», añade.
Al final, en septiembre de 1936, Huidobro recaló en la Legión como capellán, sirviendo siempre en primera línea, a pocos metros del bando enemigo. Tanto riesgo le costó una herida en la pierna en el frente de la Casa de Campo. Ese día habían recibido muchísimos impactos de mortero y el capitán le había mandado retirarse para salvaguardar su vida, pero él permaneció en el puesto confesando a un legionario.
Apenas recuperado decidió reincorporarse al frente, y cuando una de las religiosas que le atendió le sugirió quedarse en el hospital como capellán, le contestó: «Cojo era san Ignacio y no fue capellán de monjas».
Volvió a las trincheras, confesó en los dos bandos, atendió a moribundos y heridos, siempre en primera línea. Apenas un mes antes de su muerte, en una carta a su hermano Ignacio, también jesuita, comentando su situación de grave peligro, le escribió: «Y si es la muerte, será por amor».
Al final, murió por el impacto de un obús mientras asistía a un herido, el 11 de abril de 1937, a los 34 años, en la Cuesta de las Perdices, uno de los lugares más cruentos del frente madrileño.
Pascual Cebollada desvela además un detalle poco conocido de la vida de Huidobro, ya que «al regresar a España pensó que un modo de ayudar era escribir unas normas de conciencia para soldados y para mandos, para los tribunales y para la opinión pública, con criterios sobre cómo comportarse en una guerra desde la ética cristiana».
De este modo, Huidobro explicó cómo tratar a los prisioneros y defendió que los juicios que se les hicieran debían tener todas las garantías jurídicas. «Llegó incluso a escribir al general Franco y a su ayudante, el teniente coronel Carlos Díaz Varela, con quien se escribió varias cartas, para darle a conocer su posición», afirma el postulador.
Para el padre Cebollada, Huidobro fue «una persona de reconciliación que tiene mucho valor en estos momentos en España. Él pagó con su vida el ser instrumento de paz entre unos y otros». Su causa «es muy actual para nosotros como sociedad y como Iglesia en este tiempo», añade.
Lejos de ser una figura inimitable, Cebollada propone al jesuita como «modelo a la hora de tratar a unos y otros, aun de distinto talante». También es un ejemplo de cómo alguien «puede renunciar a sus planes para ofrecerse a hacer la voluntad de Dios, planteándonos en todo momento dónde está la gente que pueda necesitarnos y echar una mano como podamos». «Eso se puede hacer haya o no haya guerra», aclara el postulador, para quien por todo esto el padre Huidobro «es un modelo de reconciliación para la España de hoy».
Apenas un año después de su muerte ya empezó a difundirse en España la fama de santidad del padre Huidobro. En 1947 la Compañía abrió oficialmente su causa y la envió a Roma, donde ha estado detenida durante décadas. «Pablo VI pidió paciencia en los procesos de los mártires españoles para no abrir heridas», dice Pascual Cebollada, «y aunque Huidobro no fue mártir, de algún modo se le asociaba con la guerra». Ahora se ha abierto en Madrid un proceso suplementario (en la foto, los miembros de la Comisión Histórica) al que ya está en Roma, cuyo actor no es solo la Compañía de Jesús sino también el Arzobispado Castrense, y con nuevos testigos y material histórico.
El cardenal Osoro preside su apertura este viernes a las 19:00 horas, en la parroquia de San Francisco de Borja (Maldonado, 1). Podrá seguirse por el canal de YouTube del Arzobispado Castrense.