Francisco: «Nunca como este año son el árbol y el belén signo de esperanza»
En la segunda predicación de Adviento, el cardenal Raniero Cantalamessa ha propuesto meditar sobre la vida eterna para «no sentirnos abrumados» ante la pandemia y «ser capaces de infundir valor y esperanza»
El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha invitado este viernes a meditar sobre la vida eterna. Una práctica que, si bien «no nos exime de experimentar la dureza de la prueba de la pandemia», al menos nos «debería ayudar a no sentirnos abrumados y a ser capaces de infundir valor y esperanza» en los demás, ha subrayado en la conclusión de la segunda predicación de Adviento.
La fe en el más allá «es una de las grandes contribuciones que las religiones pueden dar juntas al esfuerzo de crear un mundo mejor y más fraterno», ha añadido el fraile capuchino en una intervención que recoge Vatican News. «Nos hace entender que todos somos compañeros de viaje, en camino hacia una patria común donde no hay distinciones de raza o nación».
Respuesta a las críticas
Esta certeza, ha explicado, se fue eclipsando con la filosofía de la sospecha y con la secularización, que «es sinónimo de temporalismo, de reducir lo real a la sola dimensión terrenal». Cantalamessa ha aprovechado para desmontar algunas de las críticas que desde estas corrientes se plantean contra la idea de la vida eterna. El cántico de las criaturas de san Francisco, ha apuntado, demuestra que no lleva a «despreciar este mundo y las criaturas», sino a «un entusiasmo y gratitud aún mayores por ellos», y a que el dolor sea más soportable.
Tampoco, ha añadido, distrae del compromiso con el mundo. Antes que las sociedades y estados contemporáneos, ha abundado, fueron los monjes, que «vivían de la fe en la vida eterna», quienes asumieron labores como la promoción de la salud y la cultura, el cultivo de la tierra y la mejora de las condiciones de vida del pueblo.
Base de la evangelización y la santificación
Más allá de las críticas, el cardenal Cantalamessa ha manifestado en la predicación de Adviento que el deseo de vivir siempre permanece. Y cuando no encuentra respuesta «se convierte en deseo, o frenesí, de vivir bien, es decir, placenteramente, incluso a expensas de los demás si es necesario». Otras personas, en cambio, conservan en «lo profundo del corazón esta necesidad de eternidad, sin tal vez tener el valor de confesarlo incluso a sí mismos».
Este anhelo puede ser el punto de partida de la evangelización, que además incluye el anuncio de la Resurrección de Cristo y de la eternidad como parte del kerigma. La perspectiva de la vida eterna puede, por último, «imprimir un nuevo impulso en nuestro camino de santificación». Por el contrario, si esta idea se enfría en los creyentes, «disminuye la capacidad de afrontar con valentía el sufrimiento y las pruebas de la vida».
Pero para el creyente, ha continuado el cardenal, la eternidad no es solo una promesa y una esperanza. Es también una presencia: la de Cristo, «la vida eterna que estaba junto al Padre» y «se hizo visible». Esta presencia de la eternidad en el tiempo se llama Espíritu Santo, ha asegurado. Este ciclo de meditaciones se completará el viernes que viene con la tercera y última predicación de Adviento.
Árbol y belén
También el Papa Francisco ha protagonizado este viernes una especie de meditación de Adviento, si bien más orientada a la Navidad. Una fiesta en las que, «en medio del sufrimiento de la pandemia, Jesús pequeño e inerme es el signo que Dios da al mundo», ha afirmado al recibir a las delegaciones de las entidades que han donado el abeto y el belén de la Plaza de San Pedro, el Gobierno de Eslovenia y la diócesis italiana de Teramo-Atri. «Nunca como este año son signos de esperanza para los romanos y para los peregrinos» que tengan la posibilidad de visitarlos, ha subrayado el Santo Padre.
Estos elementos «ayudan a crear el clima navideño favorable para vivir con fe el misterio del nacimiento del Redentor». En el belén, «todo habla de la pobreza buena, evangélica, que nos hace bienaventurados». Por eso sus personajes «nos atraen con una humildad que nos desarma». Y, sobre todo, está la imagen del Niño Jesús, que «es nuestra paz, nuestra alegría, nuestra fuerza, nuestro consuelo».