Si usted tiene adolescentes en casa es difícil que no haya oído hablar del universo Riverdale, una serie que ha sabido captar con habilidad la atención del público joven, que ha estrenado apenas hace un mes su cuarta temporada en Netflix y que está preparando ya —pandemia mediante— la quinta entrega.
Empiezo por confesarles que he perdido la batalla con mi adolescente de 13 años y he optado por verla y, en la medida de lo posible, comentarla con ella, a sabiendas de que aquí la brecha generacional hace estragos. No es casual que sea mi hija la más interesada y que a mi hijo y a los chicos adolescentes que conozco no les apasione en absoluto, porque son los personajes femeninos los que mejor definidos están y más complejidades dramáticas presentan.
Riverdale es un producto muy bien hecho técnicamente, basado en los personajes de Archie Comics, adaptado para su estreno en la Fox en 2015, y que homenajea a la inolvidable Twin Peaks. También aquí hay un pueblo ficticio (Riverdale, no confundir con el mítico Rivendel de Tolkien), ubicado en la ficción en la costa este de Estados Unidos, y también un grupo de chicos que tienen que resolver los oscuros misterios que se les presentan.
En el todos a una, contra los enemigos comunes, reside uno de los valores más interesantes de la serie, más allá de que —he de reconocerlo— he disfrutado con su estética retro, poco convencional, y con los guiños adultos a la vieja serie de David Lynch. Pero si vamos al fondo de la cuestión, Riverdale es para echarse a correr: negrura adolescente, una buena dosis de asuntos escabrosos, constantes peajes a la ideología de género, historias que involucran a unos padres inclasificables, sectas, tramas con monjas malísimas (que no falten) y universos de lo más esotérico. En fin, una catarata de tópicos bajo la apariencia de una estética rompedora y una estructura de bestseller (en el peor y más frívolo de los sentidos) que a mí, por lo menos, me espanta. Verla con sus hijos es un mal menor, pero, si pueden, no sucumban como yo, y evítense este mal rato, por menor que sea.