Las expectativas eran tan altas y la crítica tan unánime que Antidisturbios, la nueva serie estrenada en Movistar +, me ha supuesto una de las mayores decepciones de la temporada. Con seis capítulos, de en torno a una hora de duración cada uno, la serie retrata las vidas de los componentes de un grupo especial de antidisturbios y, en particular, de una de las componentes del grupo de Asuntos Internos de la Policía.
La chispa que enciende la trama, en un vibrante primer episodio, es un desahucio que tiene lugar en una corrala del centro de Madrid, y que se les acaba por ir de las manos a casi todos los que aparecen en la historia.
Hay que reconocer que los actores están muy bien en su papel, con una brillante inspectora Urquijo a la cabeza (Vicky Luengo) y que, al menos en los aspectos formales, al que le guste Rodrigo Sorogoyen no le va a defraudar ese estilo áspero, de montaje a tajos y de una pretendida verosimilitud en todo lo que toca con la cámara. Y ahí reside, a mi juicio, uno de los mayores debes de la serie. Con un estilo próximo al documental, la intención de Sorogoyen está clara y, si siempre, la posición de la cámara es una posición moral, aquí no cabe duda de que el medio pasa a ser, en buena parte, el mensaje. Se busca que el espectador asienta y diga: «Cuánto se parece esto a la realidad». No es extraño, entonces, que algún sindicato policial haya puesto el grito en el cielo. Con razón, porque el fresco que nos pintan es de auténtico trazo grueso. Los polis que se dedican a dar palos a personas que no lo merecen son, además, gente medio deprimida y medio alcohólica, cocainómanos, inmaduros, infieles a sus parejas y de un carácter violento. Lástima. Fuerza bruta y brocha gorda para un cuadro que estaba llamado a ocupar un lugar destacado en el museo español de las series de ficción.